Por Germán Gorraiz López.-

El fenómeno de la globalización económica ha conseguido que todos los elementos racionales de la economía estén interrelacionados entre sí debido a la consolidación de los oligopolios, la convergencia tecnológica y los acuerdos tácitos corporativos por lo que la crisis económica será global y vinculante.

Para llegar a dicha crisis (cuyos primeros bocetos ya están perfilados y que terminará de dibujarse en el próximo quinquenio), han contribuido los siguientes elementos:

Sustitución de la doctrina económica de Equilibrio presupuestario de los Estados por la del Déficit endémico, práctica que por mimetismo, adoptarán las economías domésticas y las empresas y organismos públicos y privados contribuyendo a la desaparición de la cultura del ahorro, endeudamiento crónico y excesiva dependencia de la financiación exterior.

Instauración del consumismo compulsivo en los países desarrollados, favorecido por el bombardeo incesante de la publicidad, el uso irracional de las tarjetas de plástico, la concesión de créditos instantáneos con sangrantes intereses y la invasión de una marea de productos manufacturados de calidad dudosa y precios sin competencia, provenientes de los países emergentes.

Obsesión paranoica de las multinacionales apátridas o corporaciones transnacionales, por maximizar los beneficios, debido al apetito insaciable de sus accionistas, al exigir incrementos constantes en los dividendos.

Para ello, no dudaron en implementar La política de deslocalización de empresas a países emergentes, en aras de reducir los costes de producción, (dado el enorme diferencial en salarios y la ausencia de derechos laborales de los trabajadores), especialmente en los sectores del calzado y marroquinería, textil, equipamiento deportivo, electrodomésticos de baja y media gama e industria auxiliar del automóvil.

Brutal incremento del consumo de materias primas y productos elaborados por parte de los países emergentes, debido a sus espectaculares crecimientos de los PIB anuales en el último decenio que coadyuvado por la intervención de los brockers especulativos, ha conllevado una espiral de aumentos de precios imposibles de asumir por las economías del Primer Mundo, (al no poder revertirlas en el precio final del producto dados sus altos costes de producción).

Como consecuencia de lo anterior, se ha producido una sensible pérdida de su competitividad, estancamiento de sus exportaciones y aumento de los Déficits por Cuenta Corriente y Deuda Externa, dibujándose un escenario a cinco años en el que se regresaría al proteccionismo económico, con la consiguiente contracción del comercio mundial y subsiguiente finiquito a la globalización económica.

¿Hacia la crisis alimentaria mundial?

El economista de la FAO Abdolreza Abbassian, en declaraciones a The Associated Press, señaló que para alimentar la población mundial, (que llegará a 9.000 millones de personas en el 2050), se necesitará un incremento de 70% de la producción global de alimentos en los próximos 40 años, tarea que se antoja titánica pues mientras la población mundial crece un 1,55% anual, los rendimientos del trigo (la mayor fuente de proteína en países pobres), habrían sufrido un descenso del 1%.

La carestía de productos agrícolas básicos para la alimentación (trigo, maíz, arroz, sorgo y mijo) y el incremento bestial de dichos productos en los mercados mundiales que tuvo su punta de iceberg en el 2.007, irá presumiblemente in crescendo a lo largo del próximo quinquenio. Así, según la FAO, el índice de precios de cereales habría aumentado el 56% en el 2022, estando según la ONU en la antesala de una crisis alimentaria global en la que han contribuido los siguientes elementos:

Desarrollo económico suicida de los países del Tercer Mundo con crecimientos desmesurados de macrourbes y megacomplejos turísticos y la consiguiente reducción de superficie dedicada al cultivo agrícola.

Cambio de patrones de consumo de los países emergentes debido al aumento espectacular de la clases medias y su poder adquisitivo y la debilidad del dólar y el hundimiento de los precios del crudo con el consiguiente desvío de inversiones especulativas a mercados de materias primas.

A ello se unirá el incremento del uso por los países del primer mundo de tecnologías depredadoras (biocombustibles) que bajo la etiqueta BIO de países respetuosos con el Medio Ambiente no dudarán en fagocitar ingentes cantidades de maíz destinadas en un principio a la alimentación para la producción de biodiesel, aunado con inusuales sequías e inundaciones en los principales graneros mundiales.

Por otra parte, el hundimiento del precio del crudo durante el Bienio 2.008-2.010 (a pesar de los sucesivos recortes de producción por parte de la OPEP) debido a la severa contracción de la demanda mundial y a la huida de los brockers especulativos, ha imposibilitado a los países productores conseguir precios competitivos (rondando los 90 $) que permitirían la necesaria inversión en infraestructuras energéticas y búsqueda de nuevas explotaciones, por lo que no sería descartable el déficit de oferta de crudo en el 2023 al coincidir los recortes de producción de los países de la OPEP con el despertar económico de China y las economías tractoras occidentales.

Ello originará presumiblemente una psicosis de desabastecimiento y el incremento espectacular del precio del crudo (rondando los 120 $) que tendrá su reflejo en un salvaje encarecimiento de los fletes de transporte y de los fertilizantes agrícolas, lo que aunado con la aplicación de restricciones a la exportación de los principales productores mundiales para asegurar su autoabastecimiento terminará por producir el desabastecimiento de los mercados mundiales, el incremento de los precios hasta niveles estratosféricos y la consecuente crisis alimentaria mundial.

La hambruna afectaría especialmente a las Antillas, México, América Central, Colombia, Venezuela, Egipto, India, China, Bangladesh y Sudeste Asiático, ensañándose con especial virulencia con el África Subsahariana.

Share