Por Guillermo Cherashny.-

La audiencia que el papa le concedió a Hebe de Bonafini colmó la paciencia de Cambiemos y tanto el PRO como Carrió y la UCR decidieron ponerle un freno a Roma en su intervención en la política doméstica.

La primera señal fue cuando Margarita Barrientos dio a publicidad que Estela de Carlotto la había marginado en la rueda de los miércoles del saludo al Santo Padre a fines de abril de 2013, en un signo de la molestia de todo el gobierno por las preferencias que está teniendo Bergoglio en favor del kirchner-cristinismo y en respuesta a la fría recepción al presidente Macri en su última visita, donde la cara de Francisco no se molestó en disimular su fastidio con el nuevo gobierno, sin que se sepan los motivos reales de ese distanciamiento y el acercamiento a todo cristinista para ser recibido en el Vaticano.

Pero las declaraciones de Barrientos no fueron lo más importante sino que la gobernadora de Buenos Aires María Eugenia Vidal pidió libertad de expresión en los partidos políticos para discutir el aborto y sabe que ese tema es el talón de Aquiles, ya que la amenaza de diputadas del FpV le permitió a Cristina tener un arma para disciplinar a Francisco. Y ahora, con muy buen criterio, el gobierno nacional pone a Roma contra la espada y la pared y le hace ver al Santo Padre que no puede hacer cristinismo explícito sin pagar costos ante un gobierno que intentó privilegiarlo y que fue destratado por Bergoglio, quien ahora pensará varias veces a qué impresentable recibe nuevamente.

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