Por Jorge Raventos.-

La visita del Papa Francisco a la región -primero a Ecuador, enseguida a las vecinas Bolivia y Paraguay- puso merecidamente en segundo plano el inicio de la campaña por las primarias nacionales y los tironeos por el balotaje porteño.

“Hagan lío”

El Pontífice no produce hechos ni palabras superficiales: es intenso, directo y denso, está dispuesto a “hacer lío”, es decir, a sacudir rutinas, promover cambio y suscitar efectos. Sus visitas estuvieron rodeadas por el entusiasmo y el calor de los pueblos. “Las 44 horas del papa Francisco en Bolivia provocaron un verdadero terremoto político y social -escribe Rubén Guillemi en La Nación-, al poner a dialogar a sectores que antes no se hablaban, acercar grupos sociales hasta ahora enfrentados e, incluso, llamar a una reactivación del diálogo con Chile por la salida al mar”.

Francisco también puede perturbar. No sólo a los que se sienten tocados por sus reclamos de respeto a la justicia o por sus estocadas contra la corrupción. Sus últimos mensajes, dirigidos contra la “cultura del descarte”, contra economías que se guían por el lucro ciego, contra el consumismo molestaron a ciertos sectores internos y esa ofuscación pudo verse en los foros de discusión de algunos grandes medios, donde abundaron para definir al Pontífice los términos “populista”, “peronista” o “antimercado” esgrimidos como armas.

Si bien se mira, Francisco no dice en ese sentido, nada demasiado diferente de lo que la doctrina de la Iglesia postula hace al menos un siglo, con su crítica a los excesos del capitalismo y al egoísmo o sus señalamientos sobre la función social de la propiedad.

Juan Pablo II, un Papa de la globalización (pero también un Papa de Polonia y de los cambios sociales en su país y en Europa), no era menos crítico del capitalismo que Bergoglio: bastaría releer su primera encíclica, Laborem Exercens.

Patria Grande y universalismo

Las palabras de Francisco llegan muy directamente a los pueblos hispanoamericanos, cuyo idioma es el del Papa. Desde un análisis político, podría quizás pensarse que Bergoglio procura disponer ahora a la Iglesia como ambulancia para recoger lo que queda en las bases del amplio espectro populista/izquierdista que ha perdido a sus líderes y que deja de ser una opción política práctica, probablemente con la intención de que la Iglesia se sobreponga, contenga, motive y apasione a esos sectores para evitar que la vacancia de liderazgo los dispare en direcciones peligrosas, destructivas y autodestructivas (desde el terrorismo liso y llano, al narcoterrorismo o la aventura de variantes exóticas, como ocurre con fracciones de la juventud europea), cuando no al escepticismo y la búsqueda vacía de paraísos artificiales.

El Papa no ignora, claro, que las reformas de mercado han sido responsables de la más notable emergencia de la pobreza y promoción social del último siglo: la que tiene lugar en China (claro que allí no puede hablarse de capitalismo descontrolado, sino más bien de reformas capitalistas contenidas por el Partido Comunista). Pero no está hablando de China, sino de países en los que la pobreza es extensa y las murallas que impiden la movilidad social ascendente se mantienen sólidas..

También es interesante señalar la puerta que Francisco ha abierto a la globalización con su reciente encíclica y sus discursos de estos días al asumir, la ”tutela de la Madre Tierra». Ese mensaje lo ubica más allá de los nacionalismos, en una postura «universalista», ya que ese tema no puede abordarse seriamente sin un esfuerzo transnacional o metanacional, con una mirada planetaria que, en definitiva, empieza a demandar una gobernabilidad mundial. En ese contexto, afirmar simultáneamente -como ha hecho Francisco- “la Patria Grande” podría parecer contradictorio. Pero habría que considerarlo complementario: si hay que avanzar por el sendero universalista, conviene hacerlo con personalidad propia para no disolverse en el intento. El universalismo que imagina el Papa no es un rasero homogeneizador, sino una comunidad organizada de culturas diversas, a la que cada una aporta sus rasgos propios.

Con el vasto telón de fondo que ofrece la presencia del Papa, la riqueza y el filo de sus mensajes y exhortaciones, resalta la modestia de debate e ideas que ofrecen las fuerzas políticas argentinas.

La polarización imperfecta

A menos de dos meses de las primarias nacionales que iluminarán la relación de fuerzas provisional entre espacios y candidatos a la presidencia, lo que muestran las elecciones distritales que ya han ocurrido no ratifica la imagen de polarización excluyente que circula en algunos medios. Hay una variada coloratura entre los vencedores de elecciones y primarias distritales: localismos en la Patagonia (sapagismo en Neuquén, una fuerza independiente en Río Negro), una alianza socialista-radical en Santa Fe, cordobesismo peronista en Córdoba, Pro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, peronismo no K en La Pampa, peronismo tradicional en varias provincias.

Conviene escuchar a los triunfadores. Uno de ellos, el gobernador electo de Córdoba, Juan Schiaretti, describió así la etapa que está por comenzar en diciembre: “ Se viene otro esquema de construcción política, de más federalismo, más diálogo. Quien gane no tendrá la suma del poder público, va a tener que negociar, y esto abre un espacio para el diálogo. Mi candidato es De la Sota, pero me llevaría bien con cualquiera de los candidatos que según las encuestas podrían ganar”. Así empieza a dibujarse el próximo ciclo, que sucederá al extenso período kirchnerista. El cuadro que imagina Schiaretti (tres o cuatro candidatos que, pese a competir, presentan muchos rasgos comunes, en particular la propensión a dialogar y negociar) no cabe con exactitud en las tácticas polarizadoras que intentan los dos espacios que las encuestas muestran como punteros (el oficialismo y el macrismo). Ellos preferirían una polarización absoluta.

Tanto el Pro como el Frente para la Victoria habrían tocado el cielo con las manos, por ejemplo, si hubiera sido Mariano Recalde y no Martín Lousteau el candidato en condiciones de competir con Horacio Rodríguez Larreta en la segunda vuelta porteña. Para Recalde salir segundo hubiera sido un triunfo; si eso hubiera ocurrido, el Pro tendría un gran rédito: Rodríguez Larreta se aseguraría un resultado cercano a los 70 puntos en el balotaje, considerando el generalizado clima antiK que prevalece en la Capital Federal.

Dibujando el ciclo poskirchnerista

Pero las cosas son distintas. Los núcleos de la polarización no tienen aún el peso que se les suele adjudicar. Hasta ahora estamos ante una polarización imperfecta.

Una reciente investigación de la consultora Aresco, fundada por Julio Aurelio, revela que las dos fuerzas que quieren protagonizar la polarización sólo retienen dos tercios de los votos; más de un 30 por ciento se mantiene fuera de ese esquema.

Otro dato significativo surge cuando la encuesta pregunta sobre la alternativa de cambio o continuidad. El 41 por ciento quiere un presidente que encarne un cambio de modelo, mientras que un 17 por ciento aspira a un presidente que exprese una continuidad sin cambios; por otro lado, un 33 por ciento pretende uno que represente una continuidad con cambios.

Detrás del 17 por ciento se adivina el llamado “núcleo duro” kirchnerista. Detrás del 41 por ciento, se observa el talante de una oposición decidida. Se puede subrayar que entre los dos extremos (cambio puro vs. continuidad pura) el cambio duplica a la otra alternativa. También se puede atender al hecho de que los que hablan de continuidad suman más de la mitad de los ciudadanos. En fin: puede destacarse que un tercio prefiere una postura no polarizada.

Hay, seguro, hastío ante un estilo de gobierno hipercentralizado y por momentos despótico. Pero lo que modera el reclamo de cambio probablemente es que la situación económica hoy está lejos del dramático paisaje que prometían los números del año pasado y hasta los de inicios de 2015. El cordobés Schiaretti, que nadie puede tildar de oficialista, lo describe así: “No estoy preocupado por la economía, soy optimista y creo que vienen buenos tiempos. Siguen altos los precios de los alimentos, tenemos las reservas de gas y petróleo que nos sacarán de la debilidad estratégica de tener déficit energético, hay una corriente de inversión tremenda, y no veo una situación macroeconómica seria, más allá de errores del gobierno y algunos problemas”.

En resumen, dos buenas noticias: el ciclo se termina indefectiblemente y el fin del ciclo se transita sin crisis graves. Schiaretti se alegra de que “no venga una crisis profunda porque eso -apunta agudamente-termina dando la suma del poder público a un presidente”.

No venimos de una crisis como la de principios de siglo, que explica en buena medida la construcción K.

Otro dato: este no es ya el mundo en el que nació el ciclo K, sino uno en el que se vive el ocaso del chavismo, en el que Brasil avanza en reformas y se dispone a una amplia apertura económica, en el que Cuba sale del aislamiento y donde el papel de los mercados emergentes (sobre todo, China) se afirma y nos ofrece grandes oportunidades comerciales y de inversión. Un mundo en que un argentino, el papa Francisco, influye sobre los pueblos y los gobiernos con un mensaje de renovación, convivencia, respeto a la justicia y paz.

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