Por Daniel Rodríguez Herrera (Libertad Digital).-

Los católicos estamos sufriendo por nuestros pecados un castigo divino en forma de Papa progre, sección peronista, que se ha dado en llamar Francisco I. Ahora que los suyos, gracias a Dios, están en horas bajas en su propio país con la victoria de un candidato que no milita en ninguna de las ramas del Movimiento argentino, parece que el Santo Padre ha decidido utilizar el potente altavoz del que disfruta por motivos religiosos para lanzar al mundo teorías políticas de dudosa base moral y material.

La última la ha ido a soltar en Kenia, donde ha afirmado que el terrorismo nace de una desesperación provocada por la pobreza. Vaya, hombre, habrán pensado los keniatas, ¿y entonces por qué nosotros, que somos mucho más pobres que el más paupérrimo miembro de Al Qaeda, no nos dedicamos a viajar a París a disparar con kalashnikovs a los viandantes? Como buen ungido progresista, Francisco I no puede concebir que existan razones de índole personal involucradas en los pecados del mundo. Ha de ser todo sistémico. Y culpa del sistema capitalista, además, que aunque sea el único capaz de sacar a la gente de la pobreza luego no reparte sus frutos a su gusto.

Pero los hechos no le dan la razón, naturalmente, ni aquí ni en esa otra Gran Causa a la que ha sumado a la Iglesia, el cambio climático. Hay terroristas pobres, pero las principales figuras de esta rama del crimen son gente con más recursos y más estudios que la media. Desde Ben Laden hasta los etarras, pasando por las Brigadas Rojas, el IRA, Sendero Luminoso o Hamás, el único punto en común que podemos encontrar es el fanatismo de sus miembros y los objetivos inequívocamente políticos de sus crímenes. Políticos, sí, porque incluso el terrorismo de raíz religiosa lucha por cambios políticos y objetivos políticos. ETA mataba para fundar una Euskal Herría socialista. El Estado Islámico, para someter a los demás musulmanes y a los infieles a un régimen político dominado por la sharia. Como bien explicó Juan Pablo II, «cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia y la mentira, para realizarla».

Con sus declaraciones, el Papa no hace más que buscar excusas y coartadas para los crímenes más inhumanos, intentan explicarlos en función de unas circunstancias que están más allá del control de los propios terroristas. Como son pobres y están desesperados, cómo no van a dedicarse a matar cristianos por el hecho de serlo. Como están frustrados por su situación económica, cómo no van a lanzar sus armas contra esos malditos occidentales que viven tan bien que van a conciertos de rock o cenan fuera de sus casas. Esta justificación es inmoral. Y lo que es más: es completamente contraria al cristianismo, que si por algo se ha caracterizado es por personalizar la culpa y el pecado. La mayoría de los pobres no matan por ser pobres. Cuando alguien se mete en el negocio del terrorismo lo hace por fanatismo y odio. Negar el pecado de los terroristas es impropio de la persona que dirige los destinos de la Iglesia.

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