Por Jorge Castro.-

La Reserva Federal aumentó 0.75% puntos porcentuales la tasa de interés, para afrontar una tasa de inflación que en mayo fue del 8,6% anual (la mayor alza de los últimos cuarenta años) y ya ha adelantado que las elevaría por lo menos otras siete veces en 2022 y 2023, hasta trepar a 6% anual (a partir de los anteriores 1.5%/1.75% por año). En los últimos doce meses, el índice del precio de los alimentos aumentó un 12%, el mayor incremento desde 1979, en las postrimerías del gobierno de James Carter y un año antes del triunfo de Ronald Reagan.

Esta decisión de la Reserva Federal llevará la tasa de interés a +3.75% a fin de año, y concluiría este nuevo ciclo alcista con un nivel de 6% anual en julio de 2023, lo que permitiría reducir la demanda -se supone- de +6% a +2% al terminar en el mes de diciembre ese periodo. Estados Unidos ha ingresado en una etapa de altas tasas de interés, lo que termina con un período en que el costo del dinero era casi igual a cero. Y éste es un fenómeno de significación global.

Esto implicará por necesidad un aumento de la desocupación de por lo menos tres puntos. Esto ocurriría cuando la tasa de desempleo actual es de 3.6%, el segundo menor nivel histórico de los últimos sesenta años y los ingresos por hora de trabajo crecieron +5.5% anual en mayo, lo que implica que están tres puntos por debajo de los salarios reales, debido a la inflación.

Hay que advertir que la principal restricción que enfrenta hoy el alza de la demanda estadounidense es la que surge de las limitaciones de la fuerza de trabajo, debido a que se crean el doble de empleos en relación al personal en condiciones de ocuparlos. En sentido estricto, no hay desocupación en EEUU y más bien existe una situación de sobre-empleo. Es un fenómeno histórico de nuevo tipo en la experiencia norteamericana.

La política decidida por la Reserva Federal es, en suma, nítidamente recesiva y esta característica se desplegaría plenamente a partir del último trimestre de este año, que es precisamente cuando el sistema político estadounidense se encontrará sumergido en una etapa decisiva de su funcionamiento, que es la que establece el control de las dos cámaras del Congreso (Representantes y Senado), lo que ocurrirá en noviembre de este año.

Lo que llama la atención es que esta situación ha surgido en un momento de auge fenomenal de la primera economía del mundo y cuando la causa prácticamente excluyente de la crisis inflacionaria, devenida ahora en recesión, es un alza notable del precio de los combustibles, que los ha llevado a U$S 5/galón (3.7 litros) en el promedio de los estados y a más de U$S 8/galón en California y los otros estados de la costa del Pacífico.

Este fenómeno de aumento generalizado del nivel de precios al consumidor ocurre en todo el mundo avanzado, con una tasa récord de inflación de +8.1% anual en la Zona Euro, encabezada por Alemania, y de +9.1% por año en el Reino Unido.

Lo que ha provocado este nivel récord del precio de los combustibles en el mundo es la ruptura que se ha producido en el proceso de globalización por la quiebra de todos los mecanismos de cooperación y coordinación del sistema, que es el resultado directo del estallido de la Guerra de Ucrania en el corazón de Europa, transformada en un conflicto global, de largo plazo, que EEUU y la OTAN han desatado contra Rusia y China y que se despliega tanto en el continente europeo como en Asia.

Esto contradice la naturaleza del capitalismo globalizado del siglo XXI, cuyo núcleo estructural son las 88.000 empresas globales y sus 600.000 asociadas y afiliadas, absolutamente integradas en forma instantánea por la revolución de la técnica (ante todo la digitalización). En una suprema ironía histórica, el país más afectado por esta ruptura de la globalización es EEUU, la primera superpotencia mundial y cabeza del capitalismo avanzado.

En EEUU y en el mundo hay una puja creciente entre las fuerzas de la ruptura, fundadas exclusivamente en razones geopolíticas, por un lado, y las potencias de la unidad y la integración de raíz tecnológica, que son las propias del sistema capitalista como mecanismo de acumulación global.

En el fondo, esta contienda ya está resuelta. Ya se sabe que la historia no es determinista, pero que hay un determinismo en la historia y que en este enfrentamiento que ocurre en pleno despliegue de la cuarta revolución industrial, las fuerzas de la ruptura van a desaparecer como una hoja al viento y una nota a pie de página de los acontecimientos decisivos que ya han ocurrido, y de los que se aproximan.

El próximo paso para EEUU, que puede durar aproximadamente entre cuatro y ocho años, es restablecer en el mundo los mecanismos de cooperación y coordinación con la otra superpotencia global, que es China, el “Imperio del Medio” del siglo XXI, y de esa manera forjar un nuevo orden global, apto para conducir un capitalismo absolutamente integrado y guiado exclusivamente por el conocimiento y la innovación. Por cierto que la competencia entre las superpotencias va a continuar, pero carente de contenido antagónico. Esta es una diferencia fundamental, la que existe entre la vida y la muerte.

Todo esto ocurre en EEUU cuando el conflicto interno se ha exacerbado y la fractura y la polarización doméstica es la más grave de la historia norteamericana desde la Guerra Civil de 1861/1865. De acuerdo al criterio primordial que le otorga a las cosas “…una oscura armonía”, la intensificación de la puja doméstica tiene lugar cuando la presidencia estadounidense en manos de un líder demócrata, Joe Biden, es una de las más débiles de su historia y cuando, según todas las encuestas, en las elecciones de noviembre los demócratas se aprestan a perder, probablemente en forma abrumadora, el control de las dos cámaras del Congreso, sin el cual no es posible gobernar la democracia norteamericana.

Todo indica que en EEUU ha comenzado una etapa de cambio histórico irreversible. La única forma en que puede responder a este enorme desafío es a través de una profunda y completa transformación doméstica. Esto seguramente se hará recurriendo a sus excepcionales recursos de innovación, lo que probablemente ocurrirá en una doble dirección: hacia abajo, acentuando su histórica vocación por la “democracia local” y la descentralización, y hacia arriba, convocando a la nación a una etapa de emergencia que multiplique los incentivos fiscales, impositivos, y culturales a la creatividad, la productividad y a la búsqueda de las ganancias comerciales, que es el sello de la cultura estadounidense, en un país de frontera en la que éstas existen solo para ser superadas.

El dinamismo excepcional del capitalismo norteamericano proviene de un solo factor que es la aptitud para la “destrucción creadora”, que consiste en colocar a la innovación y al conocimiento en el corazón del proceso productivo. Se trata de un impulso hondamente darwinista de destrucción de lo viejo y de creación de lo nuevo, que cuanto más intenso sea más rápido será el proceso de expansión económica.

No hay conocimiento sin empatía. Por eso, el análisis de EEUU está acompañado por una intensa admiración. EEUU no es éste, una potencia débil y fragmentada, con un presidente, Joe Biden, incapaz de conducir y que en un sentido estricto ya pertenece al pasado.

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