Los cánones actuales indican que se puede estar en contra o a favor, sin importar el tema que se trate. No hay medias tintas. El ejercicio del amor o el odio puede ser llevado a cabo sin preocuparse en buscar la verdad. Una política, una práctica, una actitud, impuesta desde el primer día de gobierno de Néstor Kirchner que parece haberse internalizado desde entonces en todos los argentinos sin diferencia de clases ni convicciones. En esta trama la inesperada elección del Cardenal Bergoglio como Papa Francisco, encrespando al Gobierno argentino y sus acólitos en una airada manifestación de desprecio y vituperio. Algo de razón tenían, ya no se podría reformar la Constitución para que Cristina tuviera oportunidad de reelección indefinida, al estilo Chávez. No es que el nuevo Papa pudiera impedirlo por medio de una bula, pero se temía alguna reacción por parte del jesuita tantas veces ninguneado. Una actitud que llamó la atención de la oposición pero también de algunas personas que en el mundo todavía suelen ocuparse de ver si la Argentina aún sobrevive. Poco duró. Tan sólo dos días. Al tercero Cristina resucitó y se mostró ferviente admiradora y amiga, sino consejera, mater et magistra, enseñándole cosas profundas de la política internacional como cebar mate. A la diametral actitud del gobierno correspondió una confusa reacción de la oposición, que se vio defraudada cuando el jefe del Estado Vaticano recibió a la presidente de la República Argentina. La actitud del Papa a dejarse fotografiar con quien fuera complicó el Panorama. Ya en la Conferencia de la Juventud de Río de Janeiro, Cristina Fernández, despreciando todo protocolo brasileño, lo hizo colar al entonces candidato estrella de entonces -Martín Insaurralde- para una foto con la que empapeló Buenos Aires. El resto es historia, los que se fotografiaron con el Papa y los que se ahorraron el viaje mediante Photoshop. Consultado al respecto por un amigo Francisco explicó: “Si me saco una foto con uno y no con otro mi foto tiene valor, pero si me la saco con todos sólo sirve para ponerla arriba de la chimenea… o adentro, si las expectativas del otro no se cumplen”. Luego vendría la invasión de septiembre del año pasado en la que la Presidente, invitada a un almuerzo personal, llevó a 42 vociferantes y la última, hace poco. Tras cada una de ellas diversos opositores, que no dejan que le metan el perro, jamás creen ninguna declaración oficial, pero paradójicamente han aceptado como verdades cada una de las actitudes que las usinas oficiales ponen como pertenecientes al Santo Padre. Aún aquellas inexactitudes o simples mentiras que se publican en medios de segunda o tercera línea para que luego se viralicen. Extraña fauna, los argentinos. Pero ahora, la confusión. La arremetida del oficialismo contra Carlos Fayt no esperaba -menos tras la visita presidencial al Vaticano- que la Iglesia saliera en defensa del magistrado a través de una carta firmada por el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, quien destacó la valía del juez, a quien reconoció como «venerable y sabio letrado». Mario Poli fue creado arzobispo de Buenos Aires y luego Cardenal Primado por el Papa Francisco. La lógica indica que, aunque Mario Poli no es Jorge Bergoglio S.J., no haría algo que éste reprobase o que si quiera considerase inconveniente. Y él mismo se ocupa de dejarlo en claro en la carta privada que publicó el diario Perfil, donde enfatiza que tuvo «la suerte» de formarse «como obispo junto al que ahora es el Papa Francisco» y conoce «su pensamiento ante el atropello y postergación de los ancianos por el sólo hecho de serlo». Quienes tienen dudas sobre la actitud de la Iglesia, y del Papa en particular, no tendrían que comulgar con piedras de molino. La propaganda oficial puede disfrazar de invitación papal un pedido de audiencia de la jefe de Estado -que el Papa no puede rechazar salvo razones excepcionales- pero eso no transforma en verdad la afirmación del Gobierno. El Papa no podría, tampoco, por ser un Jefe del Estado Vaticano, haber enviado esa carta a Fayt, pero lo hace quien fue nombrado por él en el cargo y quien se considera su discípulo en la actividad episcopal. El Gobierno se encuentra, de pronto, con un hecho que no sabe cómo contrarrestar, carece de los argumentos y no puede explicar que esto no se hubiera hablado en el último encuentro días atrás, sólo tiene a su favor la credulidad absurda de sus detractores. Aunque es difícil que los argentinos acepten las recomendaciones que hace el Papa al mundo entero, sobre diálogo y entendimiento de partes, lo menos que podría pedirse es que comencemos a manejarnos por la lógica. Esto no significa creer todo o no creer nada, tan sólo saber separar la paja del trigo. (Diario Castellanos)

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