Por Guillermo Cherashny.-

Desde que Evo Morales llamó a un plebiscito para aspirar a un nuevo mandato y el pueblo le dijo que no en 2016, mantuvo la idea de volverse a presentar, pese a que la constitución reformada por él se lo prohibía. Pero la bonanza económica del país del altiplano le hizo forzar al tribunal supremo a permitirle presentarse a una reelección más. Aunque las encuestas marcaban que perdería en una segunda vuelta, siguió en ese camino. Así fue que un sector de la oposición se unió alrededor del ex presidente Carlos Mesa, quien según esas encuestas le ganaría en el ballotage. Empezó el recuento y en el primer conteo Evo ganaba por 6 o 7 puntos y suspendió el escrutinio y volvió a las 48 hs. y le dio ganador por más de 10 puntos y, por tanto, ganador sin ballotage. De inmediato la oposición no reconoce su triunfo y se moviliza en las calles y corta rutas y así sigue durante dos semanas mientras Evo llama a la OEA para que audite los números y la conclusión del organismo americano dice que está viciado de nulidad. Entonces Evo anuncia que llama a elecciones nuevamente sin su participación, pero la oposición le pide la renuncia. La policía y el ejército le piden la renuncia y dejan que la anarquía cunda en las calles. Entonces no le quedó otro camino que la renuncia, pero las declaraciones del jefe de las fuerzas armadas demuestran que hubo un golpe militar y vacío de poder en las calles. Está claro que el ex presidente de Bolivia tiene una gran responsabilidad en la situación que él generó y que su reacción fue tardía y agrandó a los sectores que lo querían voltear.

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