Por Hernán Andrés Kruse.-

El eminente lingüista Noam Chomsky destacó la existencia de 10 estrategias de manipulación mediática de que se valen los gobiernos para mantener el control social. De ellas destaco dos porque aluden directamente al tema que trataré en este artículo. Ellas son:

a) “Dirigirse al público como criaturas de poca edad. La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. ¿Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver “Armas silenciosas para guerras tranquilas”)”.

b) “Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión. Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido critico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos”.

Desde que estalló el grave conflicto en Ucrania gran parte de los medios de comunicación en Argentina, en sintonía con el poderoso sistema mediático occidental, no ha hecho más que manipularnos psicológicamente, considerarnos unos adolescentes inmaduros. A partir del 24 de febrero los medios instalaron un grosero maniqueísmo: por un lado, la democracia liberal; por el otro, la autocracia. De este lado del mostrador, Estados Unidos y los países miembros de la OTAN; del otro lado, Rusia. Para los medios Vladimir Putin es el “malo” de la película mientras que Volodímir Zelenski es el “héroe”. El mensaje es muy simple. Un buen día el mandamás ruso se despertó de mal humor y ordenó a sus poderosas fuerzas armadas invadir el país vecino. El objetivo: anexar Ucrania a Rusia para comenzar la restauración del otrora gigantesco imperio zarista.

A partir de la invasión la televisión vernácula no hizo más que poner en la pantalla feroces escenas de ciudades devastadas por las bombas rusas, miles y miles de ucranianos, muchos de ellos niños, cruzando desesperadamente la frontera con Polonia para salvarse de las garras rusas, los demoledores ataques aéreos contra Kiev y otras ciudades, entre las que se destaca Mariúpol, que hoy es tierra de nadie. El mensaje es más o menos el siguiente: “¿Vieron de lo que son capaces los rusos? Para las fuerzas de Putin los ucranianos son cucarachas que deben ser exterminadas sin piedad. El mandamás ruso es un tirano impiadoso y brutal, que pretende sojuzgar a un pueblo libre y soberano. Putin, el Hitler de este siglo, ha desafiado a Occidente. La democracia liberal está en peligro”. Un día, el popular periodista de La Nación+ Eduardo Feinmann afirmó que a partir del 24 de febrero todos, es decir, todos los argentinos, éramos Ucrania.

Nadie duda que lo que están viviendo los ucranianos es una tragedia. Como bien señaló Alberdi, la guerra es un crimen. Pero la masacre que está teniendo lugar en Ucrania es, lamentablemente, el fruto de un largo proceso que comenzó en 2014, proceso que es olímpicamente ignorado por los medios. A continuación paso a transcribir el siguiente artículo que el sociólogo Ernesto López publicó recientemente en El Cohete a la Luna.

2014, AÑO CLAVE PARA UCRANIA

“El inicio de la tormenta que ha conducido a la actual guerra entre Rusia y Ucrania puede fijarse en el año 2014. Ha sido sin duda un punto de inflexión. Pero hay también importantes hechos precedentes que merecen ser tenidos en cuenta. Avanzaremos sobre estos.

Rusia, Bielorrusia, Ucrania y la Federación Caucásica fueron signatarios del Tratado de Unión, en 1922, por el que se creó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Las tres primeras –junto a otras que se crearon y se sumaron con posterioridad a la URSS– fueron también signatarias del cese (o desaparición) de aquella en diciembre de 1991. Fue sustituida por la Comunidad de Estados Independientes. A partir de entonces, cada una de las ex repúblicas soviéticas tomó su propio rumbo con menos o más intensas relaciones con Moscú.

En 1994, Rusia y Ucrania resolvieron satisfactoriamente la situación del armamento nuclear ruso establecido en territorio ucraniano. Y en 1997, ambos países firmaron un “Gran Tratado” que, entre otros asuntos, estableció las respectivas fronteras y aseguró el asentamiento de la Flota del Mar Negro de Rusia en Sebastopol.

Pero esta amistosa desunión fue perdiendo fuerza con el paso del tiempo. Y las relaciones políticas al interior de Ucrania se tornaron cada vez más tensas y tomentosas.

En noviembre de 2004 la Plaza de la Independencia, en Kiev, fue copada por una multitud vestida de color naranja que rechazó las entonces recientes elecciones, a las que calificaban de fraudulentas. Fue lo que se llamó la “Revolución Naranja”. Luego de tres meses de protestas y exigencias planteadas “desde abajo” por los “revolucionarios” y de dos fallidas elecciones, se eligió en una tercera a Víctor Yuschenco como Presidente. Era un político de centro, pro-occidental. Su política exterior se orientó hacia Europa, con interés por incorporar a su país a la OTAN y a la Unión Europea (UE), iniciativas que no fueron suficientemente acompañadas por el Parlamento.

Las elecciones de 2010 dieron un viraje de 180 grados. Fue elegido Presidente Víctor Yanúkovich, un político eslavista, por ende cercano a Rusia. Rondaba, de nueva cuenta, la propuesta de firmar un acuerdo de libre comercio con la UE, que fue rechazado por el mandatario; en su lugar intentó alcanzar un acuerdo comercial con Moscú, que tampoco prosperó. Esta muestra de anti-europeísmo sumada a acusaciones de corrupción y enriquecimiento ilícito generaron un clima de insatisfacción y protesta. En ese marco, el 21 de noviembre de 2013 se desató un proceso de agitación, reclamos y movilizaciones cuyo escenario principal fue nuevamente la Plaza de la Independencia, también llamada Euromaidán (Europlaza), nombre que tomó esta segunda e intensa revuelta. Los disturbios se expandieron también hacia el interior del país. Cabe consignar que en la península de Crimea y en la zona del Donbas –al este y sureste del país– dichos disturbios tuvieron, por el contrario, un signo pro-ruso.

En los meses de enero y febrero de 2014 continuaron las protestas y las manifestaciones contra el oficialismo, cada vez más fuertes y a la vez más reprimidas por las fuerzas de seguridad.

En un último intento por apaciguar la situación, Yanúkovich y los líderes de la oposición parlamentaria firmaron un compromiso que, entre otros puntos, restablecía la Constitución de 2004 –que daba más poder al Parlamento– y convocaba a elecciones presidenciales adelantadas. Fue el final. Los manifestantes no aceptaron lo pactado entre el oficialismo y la oposición. Y Yanúkovich huyó del país.

Puede observarse, de lo que ha sido sumariamente expuesto, que a partir de los primeros años del siglo actual se instaló en Ucrania una marcada cisura entre pro-occidentales y eslavistas, que llevó a duros enfrentamientos internos tanto en la arena política como en la calle. Y que los dos movimientos de protesta mayores –“Revolución Naranja” y Euromaidán– tuvieron un peso relevante y marcaron una prevalencia pro-occidental. No obstante esto, hubo regiones pro-rusas que hicieron su propio juego.

2014

A fines de febrero –y como respuesta a lo sucedido en Kiev y otras ciudades– grupos armados pro-rusos tomaron los aeropuertos de Simferópol y Sebastopol, en Crimea. El 1° de marzo, el Senado ruso aprobó la intervención militar en la península, que se llevó a cabo sobre todo por las fuerzas armadas rusas establecidas allí. Abrumados por la diferencia, los efectivos ucranianos prácticamente no entraron en combate. Lo mismo sucedió en la autónoma ciudad-puerto de Sebastopol.

El 11 de marzo, el Parlamento de Crimea declaró su independencia y su adhesión a Rusia por 78 votos a favor sobre un total de 81. Lo mismo ocurrió con el consejo de la Ciudad de Sebastopol. Y el 16 de marzo se realizó un referéndum en el que el 96% de los crimeanos votaron por la integración con Rusia, que aprobó rápidamente, dos días después, los respectivos acuerdos de adhesión de ambas entidades.

En la estela de lo ocurrido en Crimea, en abril de 2014 se inició una suerte de guerra civil entre dos provincias separatistas de la región del Donbas: Donetsk y Lugansk –ambas cultural y lingüísticamente rusas– y la administración ucraniana. A mediados de mayo se realizaron sendos referéndums referidos a la independencia o no de aquellas provincias. Los resultados fueron terminantes: en Donetsk el sí alcanzó un 89%, con un 75% de participación del electorado, en tanto que en Lugansk las cifras fueron 96% por el sí, con un 73% de los votantes empadronados. Pero Ucrania no aceptó ese escrutinio y el conflicto continuó.

A fines de abril, con su ejército regular, Kiev atacó duramente ambas entidades, que eran defendidas por milicias locales. En julio se consiguió firmar el llamado Protocolo de Minsk, acordado por Ucrania, Rusia y representantes de Donetsk y Lugansk. En ese documento se estableció un alto el fuego y el reconocimiento de ambas entidades como repúblicas populares subordinadas a Ucrania. Pero nada de esto funcionó y las hostilidades militares retornaron. En febrero del año siguiente se aprobó el llamado acuerdo Minsk II, que finalmente quedó incumplido. Y la guerra en el Donbas siguió su curso.

Final

Ucrania ha contenido dos conglomerados sociopolíticos y culturales distintos. Uno formado por ucraniano-parlantes y pro-occidentales y otro por ruso-parlantes, filoeslavistas. No obstante esta mixtura, pudo mantener su equilibrio durante su asociación al universo soviético. Pero con la desaparición de la URSS en 1991, aquella se asumió como estado independiente. Y el equilibrio entre los dos conglomerados empezó a crujir.

En 2004, la occidentalista “Revolución Naranja” terminó expulsando de su cargo al Presidente Leonid Kuchma, un ex comunista. Fue un significativo paso al frente del conglomerado pro-occidental.

Diez años después se produjo un acontecimiento similar con la salida anticipada del rusófilo Presidente Yanúkovich, precipitada por los reclamos y las manifestaciones atizadas por el movimiento Maidan. Estos sucesos terminaron por romper la convivencia de ambos conglomerados y obligaron a Rusia a involucrarse en defensa de aquel al que apoyaba. Ni lerdo ni perezoso, Moscú movió sus recursos para mantener su hegemonía en los territorios en los que se asentaban los ucranianos filoeslavistas. Ocupó Crimea y dio apoyo a las insurrecciones en el Donbas. El año 2014 marcó, así, un duro punto de inflexión en las relaciones entre Rusia y Ucrania.

Ocho años después, es decir en 2022, Rusia se vio obligada a responder a las provocaciones que Estados Unidos, la OTAN y unos pocos países externos a ésta, entre los que se contaba a Ucrania, le dispensaron en maniobras militares de todo tipo en el Mar Negro, durante 2021. Esto dio paso a que se generase allí esa insensata y extraña guerra en curso, en la que el Estado ucraniano encara, como interpósito actor, una contienda bélica que en rigor le es ajena.

El ripioso desencuentro ocurrido en 2014 entre Kiev y Moscú fue un ingrediente que favoreció la selección de Ucrania por parte de la gran potencia del norte para desempeñar ese raro y costoso papel. Como lo ha sido, también, su desafiante colaboración con la OTAN y su expreso interés por incorporarse a ella”.

De ninguna manera es mi intención justificar la decisión de Putin de invadir Ucrania, sino entender las razones de semejante decisión. Ernesto López demuestra que lo que aconteció el 24 de febrero no fue el fruto de un “momento de calentura” de Putin, sino la lógica consecuencia de un largo y tormentoso proceso alimentado por Estados y la OTAN con el obvio propósito de menguar el poderío bélico del poderoso vecino de Ucrania. En esta tragedia no hay, conviene remarcarlo todas las veces que sean necesarias, buenos y malos. Todos son responsables de la tragedia de Ucrania: Putin, Zelenski y también Joe Biden y los presidentes de Europa occidental. Los únicos inocentes son, como siempre, los niños, ancianos y todos aquéllos que nada tienen que ver con los intereses geopolíticos y económicos de las grandes potencias. Son, como siempre, “carne de cañón”, al igual que los soldados rusos y ucranianos. Porque mientras los Putin, los Zelenski, los Biden, los Macron, etc., se limitan a dar cátedra de derecho internacional sentados cómodamente en sus oficinas súper protegidas, miles y miles de personas indefensas son masacradas por bombas y balas, sin que a aquéllos se les mueva un pelo.

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