Por Jorge Azar Gómez.-

El 71% de los uruguayos pide mano dura.

En estos días actuales las democracias latinoamericanas pasan por una dura prueba, pues con los mismos mecanismos de competencia electoral libre y plural algunos líderes izquierdistas que ganan elecciones se hacen del poder legítimo y desde el día siguiente de su triunfo comienzan a ejecutar sus proyectos de acabar con el sistema político mediante los cuales accedieron a su mando.

El informe 2016 del Latinobarómetro marca una caída por cuarto año consecutivo del apoyo a los gobiernos democráticos en América Latina. El año 2016 es el tercero más bajo en cuanto apoyo a los sistemas democráticos, con un 54% de aprobación, empatado con el año 2007 y sólo superado por el 2001 (48%). La caída es de dos puntos porcentuales respecto a 2015.

Los indiferentes al tipo de régimen crecieron hasta alcanzar un 23% de los consultados, al tiempo quienes apoyan un régimen autoritario llegaron al 15%, un punto menos respecto a 2015.

Para Latinobarómetro, llama la atención la caída abrupta de Uruguay porque «ha sido históricamente el país de América Latina donde el apoyo a la democracia es más alto», alcanzando su punto más bajo en al apoyo a la democracia en 21 años.

La demanda de «mano dura» en Uruguay llegó al 71%. «Hay demanda de mano dura no sólo en Centroamérica, donde se registra un alto grado de autoritarismo político, sino también en países del Cono Sur alto», indica el informe de Latinobarómetro, y agrega que «es significativo que no haya necesariamente una relación entre el autoritarismo político y social: ambos fenómenos se pueden manifestar de forma conjunta o independiente».

Ante la disyuntiva de vivir en una sociedad ordenada aunque se limiten libertades o libre a pesar de que haya algún desorden, el 58% de los uruguayos consultados prefirieron el orden, mientras que el 39 se inclinó por la libertad.

La eliminación de las normas que limitan el período presidencial es su primera meta a conquistar. Tienen la intención de eternizarse en el poder y, con ello, reventar la democracia entendida como la rotación permanente de proyectos políticos y de personas.

Pretenden excluir para siempre a todo el que no esté adherido a su partido.. Construyen dictaduras con fórmulas ‘democráticas’ y, cuando se sienten fuertes y disponen de los medios, inician el segundo plan: la exportación de su ‘revolución’.

Internamente, su primera víctima son las Fuerzas Armadas, de la cual se excluye a todo militar que no merezca la completa confianza del nuevo único líder. Una purga general despoja a las Fuerzas Armadas de los jefes y oficiales institucionalistas, dejándola a cargo de “los leales”. Después arremete contra el Poder Judicial, realizando las mismas tareas depuratorias para luego, ya con los principales resortes controlados, iniciar el proceso de desmantelamiento de la prensa no alineada y la supresión progresiva de la libertad de expresión.

El resultado final de este procedimiento es la anulación completa, si no la supresión definitiva de toda idea, doctrina, orientación partidaria o movimiento contrario a la ideología oficial de la nueva dictadura. Sucumbe la libertad en todas sus formas tradicionales y lo que resta es un pueblo indefenso sometido a sus nuevas cadenas. Se confía en que el transcurso del tiempo borrará pronto el recuerdo de la democracia anterior y el beneficio del goce de sus libertades y, entonces, un pueblo atontado, obligado a trabajar para sobrevivir y para alimentar al Partido, a reprimir sus dudas, inquietudes y oposiciones, acabará convertido en un dócil rebaño de ovejas.

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