Por Roberto Fernández Blanco.-

Jair Bolsonaro acaba de asumir la presidencia de Brasil mencionando como valores claves de su gestión la recuperación de la economía y la liberación de su pueblo de las amarras ideológicas sembradas por el presumido progresismo socialista.

Anhelando que su propuesta tenga un verdadero sentido libertario debemos reconocer que nuestras mentes han sido sometidas a una constante tarea invasiva y colonizadora mediante el mensaje socialista que ha venido condicionando fuertemente nuestra forma de pensar generando ataduras a títulos y rótulos que nos someten a enfoques carentes de verdadero contenido pero de fuerte efecto emocional que hechizan, subyugan y magnetizan instalándose en las raíces más profundas de la estructura emocional de las personas, eludiendo los resortes racionales, generando dependencia y sometimientos subliminales. Así sojuzgados, con nuestras potencialidades adormecidas, integramos un cuerpo social productivamente discapacitado entregado a la espera de una protección redentora que nos libere de las tensiones de generar nuestro propio bienestar, un mesías terrenal que nos prodigará con los bienes necesarios para nuestra feliz subsistencia.

Intoxicados por más de 60 años de contaminación socialista (y su plagio el justicialismo peronista) se ha hecho imperiosa la necesidad de una profunda catarsis (purga) que nos libere de nuestro desconceptuado civismo.

“El socialismo es ya una hoja marchita a ser barrida por el soplo liberal” tal como las evidencias lo demuestran. La Rusia de Lenin, Trotsky y Stalin acompañando la implosión de todos los países de la URSS, la ex China de Mao, la extinción de la Alemania Socialista (rescatada por la Alemania liberal), la Italia de Mussolini, la ex Alemania nazi (nacional-socialista) de Hitler, sumadas a los agonizantes socialismos de Corea del Norte, de la CUBA de los Castro, de la Venezuela del delirante Chávez en dupla con Maduro, de la Nicaragua de Ortega, todos ellos sometidos a los antojos y delirios de un déspota megalómano arrogado de omnisciencia.

Tómese debida nota que el certificado de defunción del socialismo se emitió con la caída del ominoso muro de Berlín (1989) y la crisis definitiva de la entonces supuestamente mítica y paradigmática Suecia socialista de 1990, cuando con eficaz urgencia los suecos se desprendieron del socialismo para retornar al liberalismo y reconvertirse en una muy eficiente economía liberal.

Y quienes aún insisten en suponer como socialistas a Suecia, Noruega, Finlandia o algún otro país de similares características, deberán definitivamente comprender y aceptar su error pues se trata de formas flexibles del Liberalismo ya que todos los pilares básicos que definen al liberalismo (libertades individuales, emprendimientos individuales o asociados para la creación y producción de riqueza, derechos de propiedad del fruto producido y libre intercambio de bienes y servicios) son en ellos rigurosamente respetados y estimulados.

El socialismo ha dejado sembradas semillas de irresponsabilidad, de incapacidad, encapsuladas en cáscaras de milagrosas y seductoras fantasías que son utilizadas por “organizaciones dedicadas a la especulación y trata de pobres y/o de las supuestas víctimas de explotación”, a quienes han convertido en sus perversas herramientas de poder y subsistencia.

En todos los casos mencionados y sin excepción, el socialismo sembró opresión, retraso, empobrecimiento, subdesarrollo, sufrimiento, violencia y muerte. Y solo subsisten por ahora -en sus últimos espasmos- algunos socialismos como los de CUBA, Venezuela, Nicaragua y Corea del Norte.

Junto con el socialismo se desmorona también su raquítico plagio, el justicialismo peronista, cuya esencia de despotismo y empobrecimiento es fácil de rememorar recurriendo a los videos YouTube de la época de la dupla Perón-Evita (1945-1955), que tantísimo daño ha sembrado en nuestro país a través de corruptas oligarquías políticas y sindicales que -por la naturaleza moral de sus miembros- se resisten tratando de preservar sus destructivos privilegios.

Parafraseando a Karl Marx, el socialismo se ha “ido extinguiendo” por sus propias contradicciones y por sus errores inherentes, tal como la realidad lo convalida cada vez que se instala una tentativa de planificación centralizada con la fútil promesa de redimir a los “desposeídos” incitándolos a la irresponsabilidad, a la desidia, a la improductividad y a esa forma violenta de reclamo mendicante de la que medran sus explotadores.

Del socialismo queda la fantasía de vivir asistidos mediante una economía centralizada que todo lo planifica y todo lo resuelve, el Gran Hermano que todo lo brinda, el quimérico milagro del maná lloviendo del cielo, sustituido al presente por la ingenua y delirante multiplicación keynesiana de la moneda, tal que, ignorando su carácter científico de unidad referente de riqueza concreta, se convierte en una aspiración tan ingenua como “pretender multiplicar las subdivisiones del metro patrón para que la longitud de una tira de asado se estire mágicamente”.

Las organizaciones explotadoras de la pobreza aún seducen maliciosamente valiéndose de la obsoleta teoría de la explotación científicamente invalidada en vida de Karl Marx por los mentores de la escuela austríaca a partir de finales de la década de 1860: el polaco/austríaco Karl Menger, el inglés William Jevons, y varios otros, (en particular por Von Bohm Bawerk, que la desmenuzó íntegramente) paralizando a Marx en vida cuando acababa de publicar -en 1867- el primer y único tomo de su libro El Capital de una supuesta esperanzada zaga de 2 o 3 que la contundencia de la escuela austríaca frustró.

El socialismo es crecientemente desechado por las sociedades modernas en la que todos aspiran a ser dueños y activos ejecutores de sus destinos mediante una vida independiente, libre de ataduras, en la que los muchos que no han sido adoctrinados ni enervados para mendigar irresponsablemente o para encaramarse en puestos públicos, se valen de sus capacidades para producir, encontrando su razón de vida en la generación de riquezas de diferente tipo (materiales, científicas, literarias, artísticas, etc.) e intercambiando libremente los frutos de su producción en un contexto social de mutuo respeto y armónica convivencia, de cooperación libre y espontánea.

El capitalismo liberal, en el que los emprendedores son libres de crear, producir e intercambiar el fruto de sus productos sin ser sometidos a los caprichos de una despótica planificación centralizada socialista, es el que ha sembrado el mundo de bienestar y creciente riqueza, una lista interminable que incluye el automóvil, la heladera, la computadora, el celular, internet, el tomógrafo computado, y todos los etc. que se quieran mencionar. Lo lograron en la Alemania Occidental y no en la Alemania socialista. Lo logran en Corea del Sur y no en Corea del Norte. Lo logra la China actual cuando nada logró la ex de Mao. Se logra en las economías liberales y no en las socialistas.

Por su parte, los socialistas residuales insisten en disimular sus impotencias pretendiendo identificar el enriquecimiento de los creadores de riqueza del mundo liberal como una indebida apropiación de la riqueza que ellos son incapaces de producir, asumiéndose despojados.

Pero a nadie escapa que en el mundo donde prevalece el capitalismo liberal los auténticos emprendedores solo se enriquecen cuando actúan como multiplicadores de riqueza haciendo más eficiente, productiva y confortable la vida de todos los humanos.

Entiendan los socialistas que Bill Gates es multimillonario tan solo por estar participando en un mínimo porcentual de la enorme riqueza que su sistema ayudó a multiplicar en favor de toda la humanidad. De igual modo Steve Jobs con sus celulares, Henry Ford con el automóvil y muchísimos más en todas las diferentes ramas de la ciencia y la producción, todos generando una multiplicación enorme de bienestar, riqueza y eficiencia productiva.

Las evidencias han demostrado la inviabilidad del sistema socialista al fracasar rotundamente en su pretensión de colectivizar y planificar los medios de producción y la distribución de los bienes. Al cercenar las acciones espontáneas de las personas, conculcando el libre desenvolvimiento de cada uno, esteriliza el potencial creativo y productivo espontáneo de cada persona afectando -en la suma- el libre desenvolvimiento de todos, dañando la red de capacidad productiva de la comunidad al quedar sujeta a las decisiones del ente ordenador central comandado por un líder que se arroga un poder absoluto y despótico imponiendo su voluntad y caprichos y emitiendo órdenes en todos los niveles que lleva a los ciudadanos a la condición de servidumbre, un rebaño despersonalizado y sin iniciativa que es contrario a la naturaleza humana, a sus impulsos naturales.

Pero en sus mecanismos sofísticos y retóricos los remanentes del socialismo combativo han sabido adueñarse y operar con “títulos” a los que han cargado de contenidos movilizadores vacíos de concepto y/o cargados de conceptos equívocos.

Uno de estos es el desconceptuado título de “Revolucionarios y Progresistas” que suelen arrogarse para referenciar sus actos y sus convocatorias a la lucha violenta, concepto que debemos rescatar para devolverlo a su verdadera acepción directamente asociada al mundo de la libertad de las personas, al libre desenvolvimiento de cada uno.

Un acto verdaderamente Revolucionario es el que promueve indudables y perdurables beneficios a la comunidad, un salto o rápido cambio “evolutivo” que produce una transformación profunda, sustancial, generadora de riqueza y/o bienestar muy amplio y/o generalizado, un cambio o cambios productivos a todo nivel, una mejora sustancial en las condiciones de vida propia y de terceros y -en los casos más significativos- progreso y bienestar para la humanidad. Se trata de un salto positivo de progreso.

Solo este tipo de revolución es “Revolucionaria y Progresista”.

Las presuntas y mal tituladas revoluciones socialistas, a pesar de su vana pretensión de progresistas, han sido y son improductivas y destructivas pese a que sus actores pretendan disfrazarlas de beneficiosas. No son revoluciones sino burdos actos de rebeldía insana, revueltas, involuciones del progreso, actos retardatarios y destructivos que los hechos confirman que solo han conducido y conducen a la paralización y al retraso y que apenas beneficia a sus parasitarias “vanguardias” que suelen perpetuarse en el poder y enriquecerse en ese fatuo rol de guías, comandantes o conductores de la endemoniada violencia que generan, en tanto sus cándidos y enfervorizados seguidores son simplemente sometidos mediante dádivas y adoctrinamiento y finalmente explotados y esquilmados.

Son “Involucionistas” aquellos que movilizan para la lucha armada, para la guerra, para la incautación de bienes ajenos. Son los que siembran enfrentamientos, rencores, odios, miseria, guerras, muerte, desolación, etc., en pos de un despojo a terceros de aquello que son incapaces de generar de manera pacífica y por sus propios medios.

El socialismo apenas sobrevive como una quimérica remembranza, ruidosa y totalmente inútil.

Los jóvenes con capacidad productiva y creativa no se apartan de los beneficios del progreso liberal y aquellos que aún permanecen aferrados, desinformados y ciegamente sometidos al caduco dogma socialista (pero sin dejar de usufructuar los desarrollos del liberalismo), se irán extinguiendo consumidos por sus contradicciones con la realidad y con los actos naturales de la conducta productiva humana.

Pero el peor de los daños a revertir que ha dejado instalada la retórica socialista/justicialista es el haber desvirtuado el concepto Estado al identificarlo y asimilarlo con la estructura de un gobierno centralizado, una superestructura integrada por una petulante vanguardia rectora arrogada de sabiduría que actúa como absoluto ordenador y planificador que todo lo concentra, todo lo regula y todo lo dirige, una concepción autoritaria de dependencia y servidumbre del ciudadano tal como sucede en CUBA y en Venezuela cuyas lamentables consecuencias son sobradamente conocidas.

En una comunidad de seres libres, los ciudadanos soberanos se integran en forma de consorcio (comparten la suerte) con el propósito de convivir de manera pacífica, respetuosa y armónica, en espontánea cooperación productiva, donde cada cual desarrolla responsablemente y en libertad sus potencialidades creativas y productivas e intercambia libremente el fruto de sus logros personales, sean bienes, servicios, conocimientos, arte y afectos.

Este consorcio es el Estado liberal, la comunidad soberana, la que produce la riqueza y la que cubre los gastos comunes haciéndose cargo de las expensas. Es la Autoridad Suprema, organizada mediante un Reglamento de Constitución del consorcio (Constitución Nacional) que preserva las libertades individuales, que determina los fundamentos básicos del Estado de Derecho y solamente delega atribuciones “específicas y bien delimitadas” (que no deben ser rebasadas) en tres instituciones “subsidiarias” (esto es, con empleados públicos al servicio de la comunidad) que son la Administración/Ejecutivo (para cubrir los servicios públicos delegados), la Legislatura y la Justicia.

La Argentina necesita imperiosamente comprender todo esto sin demora para desprenderse definitivamente de las trabas que la paralizan, para reformular y poner debido límite a los alcances de las atribuciones delegadas en la administración e instituciones subsidiarias del consorcio Estado y depurar su sistema político de la parasitaria y destructiva maleza que lo compone para retomar el rumbo del progreso.

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