Por Paul Battistón.-

La historia entera parece haber sido entregada a las manos del hombre gris ucraniano. Tenemos suerte: acumulan larga experiencia de variadas opresiones para apreciar correctamente el valor de la libertad.

Apenas cinco años atrás, comenzaban a corregir y redirigirse los escritos y dichos sobre China. No había dudas: era un capitalismo, con reparos pero capitalismo al fin. Quizás uno de los reparos profundizaba la cuestión: era un capitalismo feroz. Creó en un santiamén (15 años) trescientos millones de nuevos ricos pero manteniendo la pobreza intacta. Parecía ser el indicador de que las izquierdas del mundo quedaban huérfanas de su último referente (a esa altura Rusia ya no contaba).

Sólo bastó una pandemia y su transcurrir para que China sea nuevamente referente de todas las izquierdas. Hoy se vuelve a hablar del comunismo chino como un potencial peligro (aun con un capitalismo en movimiento en su interior). La detención de Jack Ma (Ali Baba) y el gradual sometimiento de Hong Kong fueron señales mal medidas. El dragón está de nuevo de pie.

El desplome de su economía y el viraje hacia la debilidad democrática supieron disolver a la URSS como un algodón de azúcar en agua. A nadie se le ocurrió que un ex KGB insertado en esa democracia podría traer un viraje hacia el pasado reciente. Las irregularidades y los casuales accidentes entre los opositores no fueron suficientes por un largo tiempo para que los medios y Europa en general llamaran a las cosas por su nombre. Putin apenas recibió el mote de “hombre fuerte”, casi nadie se atrevió a más. Los que lo hicieron solían padecer fuertes intoxicaciones.

Con su capitalismo, su propia oligarquía, sus mafias y sus fronteras abiertas, Rusia ya no podía ser considerada como usina de las izquierdas. De la misma forma, también dejó de ser vista en forma gradual como la gran potencia (la 1º o la 2º). China rápidamente fue ocupando su espacio con su despegue económico tras la liberalización de su economía impulsada fuertemente por Deng Xiaoping en los 80/90. Por un instante Cuba fue el solitario comunista exportador de ideología.

No sólo Putin fue mal evaluado; tampoco fueron medidas en la escala correcta las guerras e invasiones provocadas por Rusia en el Cáucaso, ni siquiera las ex naciones soviéticas europeas lo tomaron como una advertencia y mucho menos el resto de occidente. Los gobiernos demócratas de EEUU las vieron como cuestiones étnico/religiosas.

Crimea (arrebatada a Ucrania) fue el primer punto tomado con cierta seriedad pero ya era tarde. Rusia cruzando el resto de la frontera con Ucrania trae ciertos recuerdos del cruce de la frontera con Afganistán sin previo aviso (en realidad los hubo pero no existía internet). En apenas unas semanas vuelve al tapete la sigla maldita; todos los medios están desempolvando en sus zócalos a la URSS. Putin repone a Rusia en su perdida categoría de “matón del barrio” y con sólo recordarnos la existencia de su arsenal nuclear, la vuelve a poner en el estante de potencia (con la economía en picada) pero de todas formas la URSS lo fue en la misma condición (forzando su ideología y economía al mismo tiempo). Sólo resta saber qué tan KGB sigue siendo Putin y que tan comunistas están los rusos dispuestos a ser (nuevamente).

Rusia, con su guerra contra Ucrania, y China, con su intervencionismo, vuelven a convertirse en las usinas de las izquierdas que habían quedado díscolas por las circunstancias. De continuar, posiblemente desdibujen al Foro de Sao Paulo (en algún momento debería ser readoctrinado o golpeado con una pica en su cabeza).

China no puede darse el lujo de que la invasión a Ucrania sea una causa para perder el maratón hacia la final de potencia a sólo 100 metros de la llegada. Xi Jinping vería sus piernas quebradas.

Taiwán está en serio peligro; nada la une a Ucrania pero a Rusia y China los une el espanto y los argumentos que disponen para pretender disponer de Ucrania y Taiwán respectivamente. Por carácter transitivo, su destino puede ser el mismo de Ucrania. ¿Cómo ocurrió todo esto en tan poco tiempo? La respuesta puede ser sencilla, porque los tiranos ejercen con gran vocación.

Un éxito ruso en Ucrania pondría inmediatamente en la hoja de ruta de reconstrucción de la potencia a las demás naciones ex soviéticas de Europa y a Finlandia también (una cuestión de rencor). Paralelamente, el éxito de Putin pondría a los demás tiranos en carrera en la misma dirección de locura. ¿Cuánta locura más hace falta añadirle a Kim Jon-un para que San Francisco o Los Ángeles sean borradas del mapa?

Europa no puede intervenir directamente, ante el riesgo de desencadenar una nueva guerra mundial, y al mismo tiempo no puede dejar de intervenir indirectamente, por la misma razón. Si un tirano alcanza fácilmente el éxito, eso será contagioso. Ucrania no puede ser ninguna de las dos Polonias del 39, la del rápido éxito de los tiranos, ni la que desencadene la participación masiva en el conflicto.

Curiosa la situación de los ucranianos; la libertad en sí misma está en sus manos. Está en el cultivo del patriotismo que en los momentos más dramáticos pueda conseguir un comediante, justo cuando la globalización y la hiperconectividad desdibujan las patrias

La libertad de Ucrania puede que sea la de todos.

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