La marca política dominante en la Argentina está definida por el poder, no por la ideología.

Si no los puedes derrotar, únete a ellos.  Esto sería lo que -aparentemente- estaría pensando Mauricio Macri.  El 8 de octubre inauguró una estatua de Juan Perón, el coronel del ejército que dio nombre a lo que queda, después de cuatro décadas de su fallecimiento, del movimiento político predominante en la Argentina. De hecho, lo que hizo que esta ceremonia se considerase algo notable fue que, de los tres principales candidatos presidenciales que se presentarán en las elecciones del 25 de octubre, el Sr. Macri sea el único que no es peronista.

A la Argentina le resulta difícil vivir sin el peronismo. De todas las elecciones presidencial realizadas desde 1946, cuando los peronistas participaron por primera vez, han ganado nueves veces,  y solamente perdieron en dos oportunidades. Han gobernado durante los últimos 12 años, bajo Cristina Fernández de Kirchner desde 2007 y antes de ella bajo su esposo Néstor Kirchner, fallecido en 2010. Ahora, el candidato de la Sra. Fernández es Daniel Scioli, quien lidera en las encuestas;  lo sigue Macri a unos 10 puntos porcentuales.

En realidad, el peronismo es una marca más que un partido. El nombre oficial con el que está registrado es Partido Justicialista (PJ). Para explicar su ideología, se debe aclarar que es una especie de indefinida mezcla de nacionalismo y laborismo, que está cimentado en las “tres banderas” fundadoras del PJ: soberanía política, independencia económica y la justicia social.

Todo esto no ha impedido que los presidentes peronistas hayan navegado entre políticas radicalmente opuestas. Perón mismo, cuando estuvo en el poder en 1946 y 1955, se ganó el reconocimiento eterno de los trabajadores argentinos, porque les otorgó aumentos salariales y vacaciones pagas. Pero también ayudó a los industriales. Forjó la coalición en la creación de sindicatos obreros, jefes políticos provinciales conservadores y la formación de oficiales militares nacionalistas. Fue lo más cercano al fascismo -de la variedad mediterránea corporativa, antes que la versión alemana- que jamás haya conocido América Latina.  Reelecto en 1973 después de su exilio en la España de Franco, Perón toleró la violencia como táctica política, que contribuyó a otro quiebre de la democracia y el surgimiento de una sangrienta dictadura militar en 1976.

En 1990, Carlos Menem, otro peronista, eligió seguir un curso muy diferente, abriendo la economía, privatizando las empresas del Estado y alineando a la Argentina con los Estados Unidos. Los Kirchner regresaron el país al nacionalismo económico y cercano a la autarquía, y además ampliaron los beneficios sociales a todos los que habían quedado sin trabajo en el país como consecuencia del colapso econpmico de la Argentina en 2001.

En lugar de ideas, el peronismo engloba un consistente conjunto de prácticas y emociones políticas.  En 1951, Perón declaraba que: “las masas sienten y son más o menos intuitivas y tienen más o menos reacciones organizadas. ¿Y quién les produce esas reacciones? Su líder”.  Su segunda esposa, Eva Duarte, llegó al corazón de las masas. La Sra. Fernández ha demostrado ser una discípula consumada: ha obtenido su popularidad de modo impiadoso al relegar las inevitables medidas económicas de ajuste, mediante la explotación de su viudez y asociándose con el Papa Francisco, un argentino de raíces peronistas.

Sergio Berensztein, un analista político profesional, opina hoy que el peronismo es un concepto “de distintas políticas -la idea del poder como un fin político en sí mismo”, lo cual lo convierte en el PRI de México o el PMDB de Brasil, que es el partido que mantiene el balance del poder en Brasilia. Su ejercicio del poder se caracteriza por tener un líder fuerte y el control de la calle en la Argentina. Casi todos los presidentes peronistas han concentrado el poder en sus manos, sin tolerar la existencia de rivales internos.  El Sr. Scioli, que actualmente es el gobernador de la provincia de Buenos Aires, ha tenido que morderse la lengua muchas veces para poder seguir contando con el apoyo de la Sra. Fernández. Y nadie se sorprenderá si después de electo rompe relaciones con ella y muchas de la políticas que ella introdujo, después que logre llegar a la Casa Rosada, el palacio presidencial.

Este tipo de liderazgo tan excluyente, junto con los cambios ideológicos, es lo que ha contribuido negativamente a la notoria inestabilidad política y económica de la Argentina. Ésta será la cuarta elección consecutiva que tiene a dos o tres candidatos peronistas. Si a casi nadie le importa eso, es en gran parte porque los históricos rivales del peronismo, los radicales, prácticamente han desaparecido, pero primordialmente es porque los Kirchner tuvieron la inmensa buena fortuna de ejercer el poder justo cuando los precios mundiales de las exportaciones agrícolas de la Argentina les brindaron un rápido crecimiento económico, aumento de salarios y el boom del consumo de la clase media.

Pero ahora, la economía se les ha estancado. El candidato que resulte ganador en estas elecciones tendrá que devaluar y recortar los subsidios. Y parecería que el Sr. Scioli anda arañando el 40% de los votos y una diferencia porcentual de 10 puntos que necesita para evitar la segunda vuelta. Es el favorito. Pero también le está siendo bastante difícil  enamorar y lograr el apoyo de la clase media, que ha dejado de amar a la Sra. Fernández. El Sr. Macri podría tener una chance si tan sólo lograra arrebatarle una parte de los votos del tercer candidato, Sergio Massa, que es un peronista disidente. Parece ser que la Casa Rosada bien vale inaugurar una estatua del fundador del movimiento político más proteico que se conozca. (The Economist)

* Traducción de Irene Stancanelli para el Informador Público.

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