Por Sandro Magister (L’Espresso).-

Cada vez más distantes entre ellos. La crónica pública sigue pintando al Papa como un revolucionario. Pero los hechos prueban lo contrario.

Del papa Francisco hay ahora dos versiones cada vez más distantes entre ellas: el Francisco de los medios de comunicación y el verdadero, el real.

El primero es archiconocido y estuvo en la ola desde su primera aparición en el balcón de la basílica de San Pedro.

Está el relato del Papa que revoluciona a la Iglesia, que depone las llaves de atar y desatar, que no condena sino que sólo perdona, más aún, ni siquiera juzga más, que lava los pies a una encarcelada musulmana y a un transexual, que abandona el palacio para zambullirse en las periferias, que abre sendas a lo ancho, sobre los divorciados que se han vuelto a casar y sobre los dineros del Vaticano, que clausura las costumbres del dogma y abre las puertas de la misericordia. Un Papa amigo del mundo, de quien ya se alaba la inminente encíclica sobre el «desarrollo sustentable» antes incluso que se vea qué se ha de escribir.

En efecto, en las palabras y en los gestos de Jorge Mario Bergoglio hay mucho que se presta a este relato.

El Francisco de los medios de comunicación es un poco creación también suya, genial, que en el curso de una mañana ha revertido milagrosamente la imagen de la Iglesia Católica, de opulenta y decadente a «pobre y para los pobres».

Pero si sólo se toca con la mano qué ha aportado verdaderamente de nuevo el pontificado de Francisco, la cosa cambia.

La vieja curia, tan detestada con razón o sin ella, está todavía allí entera en su totalidad. Nada ha sido desmantelado o sustituido. Las novedades son todas sobre cosas que se agregan: otros dicasterios, otras oficinas, otros gastos. Los diplomáticos de carrera, que el Concilio Vaticano casi llegó a abolir, están más en el poder que antes, también allí donde se esperaba encontrar a los «pastores», como a la cabeza del sínodo de los obispos o de la Congregación para el Clero. Para no hablar del «círculo interior» en contacto directo con el Papa, carente de roles definidos pero muy influyentes y con penetrantes ramificaciones en los medios de comunicación.

Luego están las cuestiones candentes, que apasionan y dividen mucho más a la opinión pública: el divorcio, la homosexualidad.

El papa Francisco ha querido que se discutiera abiertamente y lo hizo él primero, con pocas, estudiadas y eficacísimas frases impactantes, como la de «¿quién soy yo para juzgar?», la cual se convirtió en la marca identificatoria de su pontificado, dentro y fuera de la Iglesia.

Durante meses y meses, entre los dos veranos de su primer y segundo año como Papa, Bergoglio ha dado espacio y visibilidad a los hombres y a las corrientes favorables a una reforma de la pastoral de la familia y de la moral sexual.

Pero cuando en el sínodo del pasado mes de octubre verificó que entre los obispos la resistencias a esta reforma eran mucho más fuertes y extensas que lo previsto, corrigió el tiro y desde allí en más no ha dicho más una sola palabra de apoyo a los innovadores. Más bien, ha vuelto a martillar sobre temas controvertidos -el aborto, el divorcio, la homosexualidad, la anticoncepción- sin separarse jamás ni un milímetro de la rígida enseñanza de sus predecesores Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Desde octubre hasta hoy, Francisco ha intervenido sobre tales cuestiones no menos de cuarenta veces, atacando pesadamente sobre todo a la ideología de «género» y a su ambición de colonizar el mundo, no obstante, ha dicho, es «expresión de una frustración y de una resignación que busca eliminar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontar más con ella». Pasando de las palabras a los hechos, ha negado el «placet» al nuevo embajador de Francia, porque es homosexual.

También sobre el divorcio Francisco se ha endurecido mucho. «Con esto no se resuelve nada», dijo recientemente respecto a la idea de dar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, tanto menos, agregó, si ellos la pretenden, porque la comunión «no es una adorno, un honor, no, no».

Sabe que en esta materia las expectativas son altísimas y sabe que él mismo las ha alimentado, pero ahora ha tomado distancia de ellas. Las define como «expectativas desmesuradas», sabiendo que no puede satisfacerlas, porque luego de haber anunciado tanto un gobierno más colegial de la Iglesia, del Papa junto con los obispos, es necesario que Francisco se alinee al querer de los obispos, en gran mayoría conservadores, y renuncie a imponer una reforma rechazada por la mayoría.

A pesar de todo, los medios de comunicación siguen vendiendo el relato del Papa «revolucionario», pero el verdadero Francisco está cada vez más lejos.

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La distancia entre la realidad y la imagen propagada por los medios de comunicación es una constante de la reciente vida de la Iglesia. El Concilio Vaticano II es un ejemplo macroscópico, como lo ha explicado Benedicto XVI en uno de sus últimos discursos como Papa:

> La guerra de los dos Concilios: el verdadero y el falso (15.2.2013)

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La antología completa, en dos bloques, de las casi cuarenta intervenciones dedicadas por el papa Francisco al aborto, al divorcio, a la homosexualidad y a la anticoncepción, desde fines del sínodo de 2014 hasta hoy:

> Diario Vaticano / El paso doble del Papa argentino (17.3.2015)

> La puerta cerrada del Papa Francisco (11.5.2015)

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Para otros detalles sobre el rechazo del placet al nuevo embajador en la Santa Sede, Laurent Stefanini, designado por el gobierno francés:

> Indicios de desagrado. El embajador y el cardenal (15.4.2015)

El veto, a causa de la homosexualidad del embajador designado, no ha caído ni siquiera después que el papa Francisco lo recibió el 17 de abril en la Casa Santa Marta. Como lo reveló la agencia I-Media, la entrevista duró casi 40 minutos, «en un clima particularmente cordial, e incluso directamente afectuoso y caracterizado por la espiritualidad. Los dos hombres dedicaron también tiempo para rezar juntos», pero sin ninguna alusión al pedido de acreditación presentado por París.

* Traducción en español de José Arturo Quarracino, Temperley, Buenos Aires, Argentina.

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