Por Giuliano Iezzi.-

Como todo socialista, en cuanto accede al poder y solo para comprar popularidad reforzando así su poder, comienza a distribuir bienes y servicios sin la contrapartida de una generación de los mismos. O sea que le quita a una parte de la sociedad para dársela a otra, llamando a eso justicia social. Lo de justicia es una clarísima mentira puesto que se le quita a alguien lo que justamente ha generado y se reparte con el solo beneficio del repartidor y momentáneamente del recibidor. Esta limosna no sirve de mucho porque irremediablemente esas personas que han sido sacadas de la pobreza volverán a caer en ella tarde o temprano, simplemente porque hay que agrandar la torta y no hacer los pedazos más chicos. El Brasil de los últimos años es un ejemplo de esto.

Estos gobiernos duran lo que dura el capital, luego huyen. Sucede hace más de un siglo y le ha costado a la humanidad más de cien millones de muertos. La razón de su efectividad es que el sentimiento socialista es primitivo, tribal y sentimental. Y normalmente la gente que no utiliza la razón es mayoría y se deja embaucar por el buenismo. La Argentina es un triste ejemplo. Desde 1945 a la fecha y en aras de reducir la pobreza, ha pasado de ser una potencia a un país pobre y el número de pobres ha aumentado.

Suecia, el paradigma del Estado de bienestar de los progres, mientras hizo el experimento pasó a estar del cuarto lugar en PBI per cápita, al puesto 39. Y todavía hoy les está costando recuperarse y desmantelar la locura.

La pregunta que cabe es: ¿Por qué se sigue con tamaño error entonces? La respuesta es simple, da poder a quienes en una sociedad libre no llegarían ni a place por inútiles

Lo peligroso es que una sociedad más distributiva hecha a la fuerza rápidamente suele ser responsable del resultado negativo del próximo gobierno. En el caso de que este no sea del mismo signo político, entonces la razón del reajuste necesario o bien el fracaso de este se endilgará a que no es del mismo signo del anterior y volvemos al origen.

Estos gobiernos producen dos problemas muy graves que se continuarán en el tiempo, aun cuando el gobierno populista haya finalizado. Lo primero es que quienes se ven condenados a pagar el despilfarro, se encuentran con mayores dificultades para producir, y mayores costos debiendo en muchos casos pasar parcial o totalmente a la economía informal para subsistir. El otro efecto es el peor y es la corrupción intrínseca que tiene el repartir. “El parte y reparte…” De nuestras abuelas es palmariamente verdadero. La corrupción de quien decide que dar y a quien dar es inevitable y está a la vista de todos, en todos los estados que se aplica. La Latinoamérica del socialismo siglo XXI es un ejemplo.

Tanto lo primero como lo segundo siempre genera una cantidad de muertos invisibles que se dan en las injerencias fallidas de un gobierno que dice ser de bienestar pero no puede, y mientras retrocede en sus promesas deja inevitablemente muertos. Los niños y los ancianos son la carne de cañón.

El señor Lula sabe perfectamente esto, y es responsable de lo ocurrido al respecto en Brasil. Si el bendito departamento no fuera de su propiedad, cosa que dicen todas las instancias judiciales, de todas maneras es responsable de corrupción por omisión. Y en esto no tiene excusa.

¿Lula es un genio?

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