Por Jorge Raventos.-

La reunión del Mercosur que viene de concretarse en Mendoza evidenció las dificultades que siguen atravesando al bloque regional. Aunque la cordialidad de las fotografías no es falsa, tampoco suple la falta de coincidencias en temas centrales. El gobierno argentino creía contar,por ejemplo, con respaldo suficiente para suscribir una exigencia colectiva al Ejecutivo venezolano, reclamándole –con la amenaza de separación del bloque- la suspensión de las medidas contra los opositores y de la reforma constitucional que el régimen de Nicolás Maduro ha anunciado. Aunque contó con el apoyo de Brasil y Paraguay, comprobó que esa no es ya fuerza suficiente. El Brasil de Michel Temer (que ahora asume la presidencia pro témpore) no está en las mejores condiciones para presionar. Las objeciones de Uruguay y de Bolivia fueron suficientes para aguar la declaración conjunta y los deseos de la Casa Rosada.

El caso venezolano seguirá en la agenda. Si bien es cierto, como alega el presidente boliviano Evo Morales, que Maduro llegó a la presidencia por una elección (cuestionada pero, en definitiva, admitida), reclamarle que respete a una asamblea legislativa que también surgió de una elección no parece una injerencia inadecuada. Venezuela aceptó la normativa del Mercosur y el bloque tiene una cláusula democrática que es una obligación para sus miembros. La eventual legitimidad de origen de Maduro no justifica sus desbordes represivos, ni su atropello de la Juaticia ni sus arbitrariedades.

En Venezuela se encuentran al desnudo y en tensión conflictos que ponen en debate el régimen político. Una extendida rebelión popular discute en las calles la legitimidad actual del gobierno de Maduro, cuyas estabilidad y continuidad se encuentran en juego.

Los otros golpes

Replegada ya por décadas la sombra de los golpes militares en América Latina, no resulta sin embargo evidente lo que podría haber sido una consecuencia de aquel retroceso: la garantía de estabilidad de los gobiernos surgidos de las urnas. Aunque no se produzcan cuartelazos, muchos presidentes dejan sus cargos anticipadamente “por motivos ajenos a su voluntad”, como alguien resumió.

En un estudio ya clásico para los cientistas políticos publicado en 2011, Kathryn Hochstetler y David Samuels apuntaron que entre 1978 y 2010 la cuarta parte de los presidentes electos (y en algunos casos también sus sucesores institucionalmente designados, como ocurrió en Argentina con Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde) vieron abruptamente interrumpidos sus gobiernos.

El reciente apartamiento de Dilma Roussef en Brasil (más el delicado equilibrio en el que sobrevive su sucesor, Michel Temer) constituye un nuevo ejemplo del fenómeno, de apariencias paradójicas: caen gobiernos pero el régimen político subsiste.

Algunos podrían tomar el dato como una señal de fortalecimiento institucional. La interpretación es adecuada si sólo se toma en cuenta el hecho de que el antiguo desborde militar periódico sobre el poder parece controlado, pero las instituciones distan de verse vigorosas: una Justicia cuestionada, partidos políticos endebles y desarticulados, normas transgredidas con naturalidad o dictadas en función de casos particulares, una porción enorme de la realidad laboral y productiva sumida en la extralegalidad, multiplicación de casos de corrupción son tantas otras señales de que no hay demasiados motivos para la autoindulgencia en ese campo.

Un nuevo patrón

Los especialistas tienden más bien a considerar que “se ha creado un nuevo patrón de inestabilidad presidencial” y destacan que, aunque es cierto que los militares ya no intervienen, han emergido otros factores de poder y grupos de presión que intervienen decisivamente en el ruedo político y, en ocasiones, llegan a desestabilizar a los gobiernos. Uno de ellos, apuntan, “los medios de comunicación (…) que asumen el papel de guardianes de la moralidad pública”; otro, la calle, pues las protestas populares muchas veces se convierten en arietes que conmueven la estabilidad de los gobiernos. La Justicia (o, si se quiere, algunas de sus fragmentos constitutivos) juega un papel en “el nuevo patrón de inestabilidad”, alimentada por las demandas de la calle y/o por la atmósfera de opinión pública a la que contribuyen los medios. Otras fuerzas políticas y el propio Poder Legislativo pueden participar decisivamente. Como escribe María Matilde Ollier (La institucionalización democrática en el callejón. América Latina), «a veces decide la destitución del presidente presionado por las protestas y otras usándolas como excusa».

Para no incursionar en teorías conspirativas, es preciso situar ese “nuevo patrón de inestabilidad” en el marco más amplio de la crisis contemporánea en la que modelos económicos y formas institucionales gestadas en otro contexto y respondiendo a otra realidad deben adaptarse (o convivir conflictivamente) a las condiciones de una economía y una sociedad en muchos sentidos mundializadas, donde se cruzan hechos e influencias que afectan a las naciones pero están fuera del control de sus poderes.

Por momentos algunos fragmentos del “nuevo patrón de inestabilidad” adquieren más protagonismo que otros. El ejemplo del Brasil actual, por caso, evidencia el papel central que está jugando la Justicia (en rigor, el sector de jóvenes magistrados y fiscales que tienen como figura central al juez Sergio Moro), en un eje virtual con un sector importante de los medios y una parte de la opinión pública. Moro no sólo está trabajando sobre la (frágil) presidencia actual de Michel Temer, sino que está actuando asimismo sobre quien, según las encuestas, aparece como el candidato más fuerte a la presidencia en las elecciones de 2019.

En los hechos, si una Cámara de segunda instancia ratifica la condena que Moro le impuso, Lula quedaría legalmente inhabilitado para ser candidato. La Justicia intervendría, así, no sólo sobre la estabilidad de un gobierno en funciones, sino también sobre el diseño del siguiente.

¿Pero “la calle”, ese otro fragmento del “nuevo patrón” que detectan los especialistas, acataría aquel diseño o podría producirse una reacción y más fragmentaciones? La calle ya disputa el protagonismo en Venezuela con el Estado chavista, sus columnas militares y sus emanaciones políticas.

Como se ve, haber superado la era de los golpes militares es apenas haber aprobado una materia. El título de la fortaleza institucional tiene muchas asignaturas pendientes que tienen que ver con la realidad. Argentina puede aprender de su propia experiencia y también de la ajena.

Hacia las urnas

En el país hablarán en tres semanas las urnas, así sean las devaluadas urnas de las hoy cuestionadas PASO. El experimento cristinista -divorcio o separación temporaria del Partido Justicialista, moderación discursiva, horizontalidad retórica- no le acerca demasiados apoyos nuevos a la Unión Ciudadana de sello K, pero consiguió colocar a la ex presidente como eje del interés periodístico. El mérito es compartido: el gobierno hizo mucho por promover el protagonismo de ella como contrafigura del oficialismo. Y ella había hecho bastante para ocupar ese lugar durante sus abrumadores años de poder. El resultado es hoy que las encuestas más serias (es decir: las que informan a determinadas grandes empresas, no las que los partidos usan para su difusión propagandística) la muestran ganando netamente la tercera sección electoral, por una ventaja algo menor en la primera y por un hocico en el promedio provincial (siempre y cuándo se aclare que el candidato Esteban Bullrich representa a Macri y María Eugenia Vidal; de lo contrario, la ventaja de la señora de Kirchner se amplía notablemente).

El dinamismo de algunos jueces contribuirá a fortalecer al oficialismo. El caso De Vido (los intentos de desaforarlo) con su segura repercusión en los medios alimenta el tema de la corrupción en el candelero; es probable que antes de la elección de octubre comience un juicio oral a Amado Boudou. Dicen los analistas demoscópicos que esas noticias llenan de gozo al antikirchnerismo, pero no le quitan ni un voto a la ex presidente. El gobierno las alienta -y difunde acciones legales contra los sindicatos, aunque las investigaciones de referencias no estén dirigidas ni exclusiva ni especialmente contra ellos- para reconfortar a su electorado y contener fugas por decepción.

Una señal de que lo que dicen las encuestas serias anda bien rumbeado es el fuerte incremento del presupuesto de difusión oficial y las estrictas instrucciones de la Casa Rosada (Marcos Peña) destinadas a que funcionarios y candidatos cuiden meticulosamente lo que dicen para evitar errores (que cuestan votos). El resultado, en el caso de los candidatos, puede ser mucho más aburrido que lo habitual: frases genéricas, insulsas, anodinas. La prioridad es no meter la pata.

Por otra parte, la calle puede ponerse dura para las tácticas “de cercanía” que recomienda Durán Barba. En la última semana, al inaugurar una terminal del metrobús en González Catán, el Presidente tuvo al vecino más próximo a 300 metros. Los separaba la zona de seguridad creada por la Policía para evitarle sofocones y disgustos a Macri.

La atención del gobierno está puesta en octubre más que en agosto, aunque admiten que una mala performance en las primarias bonaerenses puede tener malas consecuencias sobre “la elección de verdad”.

Señales de humo

Los que hilan fino en el oficialismo detectaron una señal lateral que los alarmó: tras el áspero intercambio verbal entre Jorge Lanata y el dirigente social Juan Grabois motivado por una nota televisada en la que se entrevistó a un niño en situación muy vulnerable sin los límites que fija la ley en protección de la infancia, el periodista recibió muchas críticas. “En muchos casos era fuego amigo –contabilizan en las usinas oficiales-, provenía de sectores que hasta hace algunos meses y sobre todo en la última etapa del gobierno K simpatizaban con Lanata. La reacción puede ser un reflejo indirecto de otros sentimientos de decepción. Hay que tener mucho ojo”.

El interés y el cuidado son razonables: el gobierno sueña con adquirir mayor autonomía en relación con los que hasta ahora han sido sus aliados indispensables en el Congreso (por ejemplo: el massismo, que esta semana fue esencial para presentar el próximo martes una propuesta viable de suspensión de De Vido como diputado). “Tenemos aliados posibles, pero son muy caros, piden muchas contraprestaciones”, se quejan en la Rosada. Y agregan: “Hasta octubre estamos como en probation. Cuando fortalezcamos los bloques empezaremos a liberarnos”.

Una frase como esta última puede ser mal interpretada desde la oposición, que asegura que si el oficialismo vence, “agudizará el ajuste”. La reforma laboral que acaba de aprobar Brasil es observada en Argentina como un modelo al que Macri echaría mano si le va bien en las elecciones. La CGT prepara medidas preventivas.

Medios, opinión pública, Justicia, corporaciones, urnas: fragmentos de la constitución real que esperan una política que los ensamble y articule positivamente.

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