Por Germán Gorraiz López.-

“Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas” (Francis Bacon).

La irrupción de la pandemia del COVID19 resultó impredecible para los expertos de la OMS, incapaces de comprender la vertiginosa conjunción de fuerzas centrípetas y centrífugas que iban a configurar el caos posterior en forma de pandemia viral que se extendió por el orbe sumiendo a la Humanidad en un shock traumático, con lo que parafraseando el iconoclasta economista John Kenneth Galbraiht, podemos afirmar que “hay dos clases de expertos: los que no tienen ni idea y los que no saben ni eso”.

Para entender el caos, habría que recurrir al llamado ” efecto mariposa” esbozada por el metereólogo estadounidense Edward Lorenz en 1972 y que se basaría en que “la secuencia interminable de hechos, aparentemente desencadenados entre sí, acaban por tener consecuencias completamente impredecibles”. Dicho efecto mariposa trasladado a sistemas complejos como la Detección y Prevención de Epidemias tendría como efecto colateral la imposibilidad de detectar con antelación un futuro mediato pues los modelos cuánticos que utilizan serían tan sólo simulaciones basadas en modelos precedentes. Así, la inclusión de tan sólo una variable incorrecta o la repentina aparición de una variable imprevista provocan que el margen de error de dichos modelos se amplifique en cada unidad de tiempo simulada hasta exceder incluso el límite estratosférico del cien por cien.

En consecuencia, la irrupción en el escenario mundial de una nueva pandemia viral no fue apercibida por los expertos de la OMS debido a que nuestra mente es capaz de secuenciar únicamente fragmentos de la secuencia total del inmenso genoma del caos ante hechos que se escapan de los parámetros conocidos. Asimismo, fueron incapaces de reconocer su ignorancia, pues la diferencia entre un sabio y un ignorante es que el primero es capaz de reconocer que la sabiduría procede del reconocimiento de la ignorancia, plasmada en la icónica frase atribuida a Sócrates (“sólo sé que no sé nada”).

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