Por Jorge D. Boimvaser.-

Lo escribo en primera persona porque, si me toman por loco, seguro están en lo cierto. Pero loco no es sinónimo de demente.

“¿Los Jesuitas creen en los poderes sobrenaturales, en los milagros?”, le pregunté hace más de un año a uno de sus líderes en la Argentina. Un hombre muy poderoso, quien me contestó con otra pregunta. “Sí, por supuesto creemos, ¿por qué me lo preguntás?”, me dijo.

Estábamos reunidos en su hogar por un tema de trabajo, nada que ver con lo religioso o espiritual. Todo salió después de una charla sobre Francisco, y una definición que me salió al toque. “No se le puede pedir a Francisco que haga en un año lo que el Vaticano no hizo en mil setecientos años de historia”.

Yo precisaba un milagro. Una colección de cuatro tomos de unos libros incunables, esos que no se consiguen ni en la España, donde fueron editados a fines de los ‘60. “Las Máscaras de Dios”, de Joseph Campbell, los escritos de mitología más fabulosos jamás recopilados. El rumano Mircea Elíade las llamaba “religiones comparadas”, porque el imaginario popular le adjudica al mito un sinónimo, “mentira, o cuento o fábula”, pero no es así.

 

El hombre me preguntó para que estaba buscando tan afanosamente ese milagro. Se lo expliqué en breves palabras. Y le dije que hacía una década lo buscaba por la fascinación que me produce el conocimiento de las historias que están más alla de la mera racionalidad. Y además porque muchos rituales y creencias del catolicismo fueron sacados de la mitología pagana y convertidos en “palabra sagrada”. El paganismo también tiene mala prensa, aunque su riqueza espiritual sigue siendo inmensa.

El hombre hizo una llamada y me dijo que en pocos días haría todo lo posible.

Sólo en unas horas encontraron un coleccionista que estaba dispuesto a vender tres de los cuatro ejemplares de la obra. Me costó una pequeña fortuna, pero lo pude pagar y hoy “Las Máscaras de Dios” (Mitología primitiva, creativa y Occidental) forma parte de mi tesoro de conocimientos.

¿Por qué esta introducción? El jefe del Vaticano fue el gran elector del domingo, el elector invisible en las urnas. Todo iba bien con Cristina Fernández hasta que le pidió personalmente que haga algo contra el narcotráfico en la Argentina.

Cuando algún periodista hizo la gran tontería de pedirle a Francisco que no recibiera a la Presidenta argentina, es como si subestimara a ese gran ser humano que está cambiando la historia de Roma.

La respuesta de Cristina a Francisco fue que estaba en eso, en luchar contra la droga en la Argentina, y de pronto cuelga de una ganchera a un tipo potable para la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como era Florencio Randazzo (si no para de reírse desde el domingo se puede descomponer) y elige a un Aníbal Fernández muy golpeado por un mal que se llama soberbia, o pedantería, o vanidad. O todo junto.

Dicen que para hacer enojar a quien sigue siendo Jorge Bergoglio hay que hacer un curso en la NASA, y ni así puede enojarse el buenazo de Francisco.

Pero bajó línea y en todas las Iglesias de la Argentina las semanas previas al 25 de octubre hubo consignas de fuerte tono anti-anibalista.

¿Con sólo algunos sermones frente a millones de personas basta para que un candidato muerda el polvo de la derrota?

No hay precedentes de eso en el mundo moderno. ¿Fue un milagro del Papa jesuita?

Así como Juan Pablo II ayudó a derrotar el totalitarismo de su Polonia natal, así como Benedicto XVI (Ratzinger) tuvo que mover todos los piolines de su influencia para que durante su mandato su Alemania natal no fuera consumida por una crisis económica brutal… el protocolo no escrito en el Vaticano es que un país que dio uno de sus hombres para ser ungido Santo Padre no puede tolerar que en su patria de origen ciertos tormentos -como el narcotráfico- se hagan fuertes sin ponerle oposición a la plaga. El Papa «polaquito» y el alemán no eran jesuitas; Bergoglio, sí.

Era colosal el aparato de Aníbal en la provincia para ser derrotado por una dama que no tenía el GPS para localizar Avellaneda… “Vanidad, mi pecado favorito”, dice Al Pacino encarnando a Lucifer en el final del gran film “El abogado del Diablo”.

Los votantes del domingo hicieron con Aníbal como alguna vez le hicieron a “Las Manzaneras” de Chiche Duhalde. Muchos millones recibieron las dádivas con la mano derecha, y con la otra le votaron en contra.

¿Milagro de un jesuita desde Roma? Podemos responder dando vuelta aquel famoso dicho de “yo no creo en las brujas, pero que las hay… las hay”.

No tenés que creer en milagros; cada cual tiene su propia creencia, pero preguntále a “la morsa” como se siente esta semana.

Game Over, juego terminado.

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