Por Sandro Magister (L’Espresso).-

Hace casi cinco años que Jorge Mario Bergoglio es Papa. Pero todavía no ha puesto los pies en su patria, Argentina, aunque ya se ha llegado a siete países latinoamericanos y en los próximos días visitará también Chile y Perú.

El lunes 15 de enero, en vuelo hacia Santiago de Chile, se limitará a ver la Argentina desde arriba. Y desde el cielo enviará el telegrama con el que siempre saluda a los presidentes de los países que sobrevuela, en este caso Mauricio Macri.

Que el peronista Bergoglio no ame al liberal Macri no es un misterio. En buena medida es este desencuentro -multiplicado en incesantes y acaloradas disputas entre los argentinos, disputas más políticas que religiosas- el que disuade a Francisco de volver a su país natal, para provocar posteriores discordias.

Pero si él quiere mantenerse fuera de la refriega, no proceden de la misma manera algunos de sus amigos argentinos, etiquetados no siempre erróneamente como prestadores de voz para el Papa. Muy locuaces y combativos.

Es contra estos desconsiderados trompetistas que hace dos días, a pocos días del viaje de Francisco a Chile y Perú, la Conferencia Episcopal Argentina emitió un duro reproche:

La «fatwa» de los obispos está escrita en lenguaje cifrado. Difícilmente los no argentinos pueden comprender a quien tienen en la mira. Y menos todavía se lo puede comprender en la traducción italiana que el sitio web para-vaticano «Il Sismografo», dirigido por el chileno ultra bergogliano Luis Badilla, puso prontamente en red desde Roma, pero depurándola de un par de líneas entre las más explícitas, las últimas de este párrafo, aquí subrayadas:

«Acompañar a los movimientos populares en su lucha por la tierra, techo y trabajo es una tarea que la Iglesia ha realizado siempre y que el propio Papa promueve abiertamente, invitándonos a prestar nuestras voces a las causas de los más débiles y excluidos. Esto no implica de ninguna manera que se le atribuyan a él sus posiciones o acciones, sean éstas correctas o erróneas».

Lo que impulsó a los obispos argentinos a tomar posición han sido las declaraciones hechas últimamente en el diario «Página 12» por Juan Grabois (en la foto), personaje tan cercano a Bergoglio que hace pensar que cada una de sus palabras refleja en efecto el verdadero pensamiento político del Papa.

Grabois, de 34 años, hijo de un histórico dirigente peronista, fundó el Movimiento de Trabajadores Excluidos y dirige hoy la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, y está muy cercano a Bergoglio desde el 2005, es decir, desde cuando el entonces arzobispo de Buenos Aires estaba a la cabeza de la Conferencia Episcopal Argentina. Una vez Papa, Francisco lo nombró consultor del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, hoy absorbido en el nuevo Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral. Y es siempre él, Grabois, quien tira de las cuerdas de las espectaculares convocatorias en torno al Papa de los «movimientos populares», una red de un centenar de combativas formaciones sociales anticapitalistas y no-globales, de todo el mundo, pero en su mayoría latinoamericanas.

No sorprende entonces que en la oposición polar a las medidas liberales del presidente Macri, así como también en los bloqueos de calles, en los piquetes en las fábricas, en las ocupaciones de casas, Grabois sea un «líder piquetero» entre los más visibles. En la entrevista en «Página 12» le echó en cara a Macri que «su vicio es la violencia» y, aludiendo a su rol de empresario, lo descalificó con palabras despreciativas: «No es un self made man sino el heredero de la fortuna de su padre, que fue un beneficiario de la corrupción del Estado».

El problema es que estas y otras palabras incendiarias de Grabois, puntualmente atribuidas en Argentina también a Bergoglio, fueron publicadas precisamente en la vigilia de la llegada del Papa al limítrofe Chile, donde el mismo Grabois está organizando el desplazamiento de ciento cincuenta miembros de los «movimientos populares», quienes asistirán en primera fila a la Misa que Francisco celebrará el miércoles 17 de enero en Temuco, a 600 kilómetros al sur de Santiago, en apoyo de las poblaciones indígenas “Mapuches”, las más pobres y marginadas de Chile, desde hace décadas en conflicto con las autoridades políticas centrales y en fricción también con la Iglesia. Después de la Misa, Francisco almorzará con un grupo de ellos, que esperan del Papa una denuncia del «genocidio» del que se dicen víctimas.

Un motivo más, para Francisco, para mantenerse lejos de su Argentina. Pero donde su amigo Grabois le ha entregado en bandeja un enésimo daño.

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