Por Carlos Leyba.-

El Canciller uruguayo, Nin Novoa, informó que en la reunión de cancilleres del MERCOSUR –realizada en Buenos Aires– se reafirmó la prioridad para el Acuerdo de Asociación Birregional con la Unión Europea cuya finalidad es comercial, política y de cooperación y que, a su criterio, va muy bien. Agregó “creo que a fin de año vamos a tener una decisión tomada muy completa” con la formalización de las bases de un Tratado de Libre Comercio que “se podría desarrollar rápidamente en el correr del año 2018”. Y cerró “A partir de este acuerdo habría una gran facilitación de comercio, caerían aranceles”. De eso se trata.

Un Tratado de Libre Comercio es, entre otras cosas, un programa más o menos veloz destinado a la baja de aranceles de importación.

Hoy la Unión Europea restringe el acceso de productos del agro y tiene una estructura de aranceles que es de aproximadamente menos de la mitad que los del MERCOSUR para la generalidad de las manufacturas.

El MERCOSUR tiene aranceles de importación muy superiores para las manufacturas y, si bien con diferencias importantes entre los países, mayor competitividad “natural” en los productos primarios. Como es obvio “la asociación” se lleva a cabo para que el MERCOSUR baje los aranceles de importación de manufacturas y para que la UE abra sus fronteras al agro. De eso se trata el “libre comercio”.

Es importante señalar que entre Brasil y Argentina hay diferencias notables: Brasil subsidia al agro y ha promovido durante cuarenta años la producción e inversión industrial. Argentina le cobra impuestos a la producción de soja y no tiene y no ha tenido en 40 años un solo instrumento fiscal, financiero o de apoyo a la inversión y al desarrollo industrial. El agro brasilero creció y también la industria. En nuestro país creció el agro (menos que en Brasil) y la industria se encogió. Esta claro que los intereses de Brasil para un Tratado consisten en lograr bajar el costo de entrada del sector primario a Europa. Nosotros entramos igual porque somos mas eficientes. Y la capacidad de defenderse de la industria brasilera es incomparable con la de la nacional que recibe cascote tras cascote hace cuarenta años.

La sola mención de estas pinceladas básicas sugiere que en nuestros países, más allá de la supervivencia probable de la protección agrícola europea, debería haber un intenso debate acerca del destino de nuestras industrias ante la apertura al ingreso de la industria de la UE.

Nadie puede imaginar que la baja de aranceles contribuya per se a la industrialización sino a todo lo contrario. Frente a esto hay dos posibilidades o bien estos Tratados –a los que el actual gobierno privilegia– tienen la finalidad de “especializar” a nuestras economías en la producción para la que estamos naturalmente dotados y en las que hemos acumulado notable capacidades competitivas (primaria) o bien subsiste la idea de “diversificarnos” y multiplicar nuestro potencial industrial.

Si la decisión fuera la de impulsar la industrialización, entonces, es legítimo preguntarnos, aquí y ahora, cuál es el programa de industrialización acelerada que quiere encarar el gobierno. Por ejemplo: cuestiones fiscales ¿existe una ley de promoción tributaria para la industria?; cuestiones financieras ¿existe un sistema financiero de desarrollo?; cuestiones energéticas ¿vamos a seguir pagando por nuestro gas el doble de lo que pagan en Estados Unidos?; cuestiones de transporte ¿hasta cuándo van a demorar la reconstrucción del sistema ferroviario y de navegación?

Una apertura como la que se está encarando, cualquiera sea el tiempo otorgado para las rebajas, es la eutanasia de la industria, salvo que se encare un megasalto transformador que exige un programa con recursos que este gobierno no da señales de tener y menos de querer.

Pero no es este gobierno el culpable de la “decadencia del sistema industrial”. Hace muchos años el gran brasileño Helio Jaguaribe denunció que en nuestro país se había acometido un “industricidio” con la excusa de que vivamos más barato. Lo que importa es que terminó con el alud de desempleo y pobreza –más allá de las cifras que lo confirman– acompañado de un mega endeudamiento.

Estamos en un país sin inversiones y con deuda externa y deuda social. Y todo obedece que estamos en un país que hace 40 años no tiene un programa consensuado de largo plazo para evitarlo y desarrollarnos. Y este gobierno simplemente reitera el camino que todos sus predecesores recorrieron. Haciendo lo mismo tendremos el mismo resultado. Menos inversión, menos industria, menos empleo, mas pobreza, mas déficit fiscal, mas deuda externa. No hay nada nuevo y ningún cambio. Lo esencial es lo mismo. Lo que cambian son las palabras y el destino del fracaso.

El gobierno, en silencio sin participación social, está en conversaciones destinadas a firmar un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea cuyas consecuencias, de firmarse, serán graves.

La diferencia con el MERCOSUR es que la Unión Europea tiene un programa estratégico para su desarrollo interno y naturalmente lo tiene para las lógicas derivaciones que habrán de surgir de un Tratado de la envergadura que implican las reglas para el libre comercio.

Todos sabemos que ni remotamente nuestro MERCOSUR tiene un programa estratégico para su desarrollo y –por lo tanto– ni remotamente puede tener una estrategia pensada, diseñada y acordada para la magnitud de las transformaciones que implica un Tratado de esas características con tamaña potencia.

Achicando la lente, y observando a nuestra Argentina, repetimos que no tenemos una estrategia diseñada y consensuada para nuestro desarrollo, un programa de largo plazo, y ni remotamente podríamos tenerla respecto de nuestra vinculación con el MERCOSUR.

Y pertenece al campo de las galaxias imaginar algo así como una estrategia frente al doble desafío del desarrollo del MERCOSUR en el marco de un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea.

Lo que mejor resume estas conversaciones, que hoy encabeza nuestra Canciller Susana Malcorra, es asimilarlas a una cita a ciegas. Lo que siempre es riesgoso cuanto más si se trata de alguien en ciernes, en estado de gestación como el MERCOSUR, con alguien en plena madurez como la UE. Alguien a la pesca y alguien con un Plan. Podemos decir el MERCOSUR a la pesca y la UE con un Plan.

La Unión, claro que tiene un Plan y razones para desarrollar una política de Tratados de Libre Comercio.

Un Memo de diciembre de 2013 de la Comisión Europea señaló que “en los próximos años el 90 por ciento de la demanda se generará fuera de la UE. Por eso es una prioridad clave negociar… Acuerdos de Libre Comercio con países relevantes, abriendo… oportunidades de mercado”. Y agrega la Comisión, para eso es necesario “remover o reducir aranceles sobre bienes que exportan las compañías Europeas; eliminar cuotas que limiten el monto de exportaciones de las firmas de la UE; abrir compras gubernamentales a las firmas UE; cortar las barreras no arancelarias que impiden a las firmas UE exportar”. Todo un programa. No hay aquí improvisación. La UE ha firmado muchísimos tratados y está en tren de firmar muchos más con todo tipo de economías. Y lo hace en función de su desarrollo.

Es un programa propio de la UE y nada indica que también pueda ser el nuestro ¿Cómo y por qué podríamos estar incluidos en su programa? Y si así fuera nuestro programa sería uno diseñado por la UE. No vale la pena ni mencionarlo.

Es decir, la verdadera pregunta es ¿tenemos nosotros, primero Argentina, un programa (objetivos, instrumentos, recursos) para la integración en el MEROSUR? Y si así fuera ¿hay acaso un programa MERCOSUR para acordar libre comercio con la UE? Es obvio que no hay lo primero ni tampoco lo segundo.

Para que ese programa exista, y sea más que un documento, requiere de un consenso de envergadura de modo tal que sean contempladas todas las potencialidades y todas las compensaciones necesarias.

Una buena guía sería replicar las comisiones, programas, fondos y decisiones que ha tomado la UE a lo largo de estos 60 años de historia y así percibiríamos el volumen de la tarea que no hemos ejecutado en nuestro país y mucho menos en el MERCOSUR.

¿Cómo es posible que nos lancemos a la tarea de acuerdo de “comercio libre con Europa” si no hemos sido capaces de forjar un acuerdo mínimo sobre la construcción estructural de la Argentina? ¿Cómo es posible que el MERCOSUR utilice energías escasas (funcionarios) para una agenda que para ser transitada exige muchos pasos previos que no hemos dado?

Es que es muy importante comprender algo esencial: en economía y en todos los órdenes de la vida colectiva hay decisiones “estructurantes” que pueden ser positivas o negativas, admitiendo que definiciones tan categóricas exigen antes de pronunciarse exámenes multidimensionales.

En otras palabras, lo que resulta bueno para unos puede ser muy malo para otros y el análisis multidimensional, habida cuenta de un escenario futuro deseado, nos debe permitir resumir en que hay cosas básicamente buenas y otras básicamente malas sin ignorar que aún en aquellas buenas hay malas y buenas hay también en las malas. Lo que importa es el balance y el futuro imaginado.

Pongamos ejemplos. En 1974 se puso en marcha el “Plan Soja”. Una decisión provista con recursos; y un avión de la Fuerza Aérea trajo semillas de soja de EEUU y comenzó la expansión de la Frontera Agropecuaria. El producto instalado se benefició de avances científicos, nuevos mercados para la producción primaria, la oportunidad de aplicación de nuevos paquetes tecnológicos y nadie puede negar que aquella decisión –por cierto acompañada de una enorme cantidad de hechos favorables y ajenos– terminó siendo un proceso “estructurante” que cambió la geografía económica argentina.

Hay un país rural antes de la soja y otro después. Naturalmente no solo por la soja pero imposible sin ella. Proceso estructurante positivo con muchos efectos negativos en distintas áreas todos compensables, empleo, ambiente, especialización extrema, etc.

En los 90 la decisión “ramal que para ramal que cierra” instaló las condiciones de un costo de infraestructura demencial, para decirlo en pocas palabras. Un país sin trenes que supo tener –anote– casi la mitad de vías ferroviarias de las que hoy tiene toda la Unión Europea.

Pero además el tren ausente mató pueblos, regiones, producciones y sobre todo contribuyó a la dramática deformación demográfica de nuestro país. Un capital físico acumulado en más de un siglo, que necesitaba renovación, inversiones, políticas, fue destruido con la demagogia de “seremos implacables”.

Ese fue un proceso estructurante tan negativo que hasta ahora no ha podido ser revertido ni siquiera en el alma de los que gobiernan. Dejo de lado la cuestión “china ferroviaria” que une al gobierno actual con el anterior.

Justamente la cuestión China nos lleva a ponderar adecuadamente que significan los acuerdos estratégicos de comercio con otros países.

Esos acuerdos son estructurantes y hay pocas cosas mas estructurantes que los acuerdos comerciales internacionales.

Para ponerlo en blanco y negro, un acuerdo con el FMI es, en definitiva, una cuestión de corto plazo con el complemento que puede incumplirse, que es lo que ha hecho la Argentina desde que acudió al FMI.

Pero un acuerdo en la OMC es estructurante: lo que comprometo lo que tengo que cumplir si o si, y además estructura mi economía. Es que determina las inversiones y ellas el empleo, la geografía económica del país y las condiciones de vida de la sociedad. Los acuerdos con Inglaterra, este Usted a favor o en contra, estructuraron una etapa de la Argentina y su ruptura otro tanto.

Pues bien el Tratado de Libre Comercio del MERCOSUR con la UE es un tratado estructurante y merece la pena que, dado que marcará parte de nuestro futuro, sea producto de un debate profundo, abierto y con la participación de las fuerzas sociales, la academia, los partidos políticos y sobretodo con mucha información. ¿Lo estamos haciendo así? Definitivamente no.

Aquí, en el gobierno, nadie estudia ni nadie pregunta ni nadie está dispuesto a consensuar.

Los K –que firmaban el acuerdo con China– pateaban este Tratado sin haber tampoco logrado, previamente, ningún consenso.

Preguntémonos que piensa nuestro eventual socio UE si se firma el Tratado de Libre Comercio.

¿Qué exporta? La UE exporta industria manufacturera. La industria genera mas del 80 por ciento de las exportaciones europeas y por esas exportaciones obtiene un saldo comercial favorable anual de 365 mil millones de Euros.

Sin embargo, la industria manufacturera, con excepción de Alemania, ha perdido en los últimos diez años participación en el PBI. Hoy hay países que han perdido hasta diez puntos de participación en el PBI y en el empleo en una década; y es esa pérdida la que ha generado una saludable reacción programática. Hoy en promedio la industria de la UE representa bastante menos del quince por ciento del PBI.

La UE tiene como programa que en 2020 la industria manufacturera pueda volver a los niveles del veinte por ciento de participación que tuvo hace diez años atrás. Este objetivo se enmarca en el programa de 2014 “Por el renacimiento de la industria Europea”.

Sería gracioso si no fuera dramático. El renacer de la industria europea está asociado a la estrategia de la firma de tratados. Y el renacer de esa industria dice mucho en un Tratado de Libre

Comercio acerca de las posibilidades del renacer de la nuestra.

Para muchos dirigentes políticos, lamentablemente, la industria es cosa del pasado. Aman las esdrújulas griegas, telemática, informática, bla bla bla.

Pero en un país con la mitad, la mitad, de los menores de 14 años nacidos y criados en la pobreza liberar la energía de la fuerza de trabajo necesita un país con un programa realista de empleo que significa un programa realista de inversiones y un programa realista de comercio internacional.

Eso es lo que no es lo que estamos haciendo hoy en el MERCOSUR y mucho menos con estos entusiasmos adolescentes de libre comercio.

La UE difícilmente renuncie a la “soberanía alimentaria” y nuestros políticos, como es habitual en un país de traductores, no están pensando primero en la realidad nacional actual y segundo en acordar, consensuar, y pactar un futuro con los nacionales. Hay que entender que sin acuerdo no hay futuro y no hay acuerdo que pueda desconocer las realidades del presente. Sin ello hay una mera sucesión de presentes contradictorios.

En ese escenario está este Tratado que Malcorra y Mauricio Macri quieren firmar.

Se trata de un destrato de la realidad en forma de Tratado. Pensar que “tratado” etimológicamente remite a las palabras tirar, arrastrar y también a distraer. En esta distracción podemos estar siendo arrastrados a tirar lo mucho que hemos hecho, y podemos hacer, en la industria como trabajo para la dignidad de muchos argentinos. Qué destrato.

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