Por Mary Anastasia O’Grady (The Wall Street Journal).-

El viaje del papa Francisco a Ecuador “es para cultivar las virtudes de la gente y no para politizar su presencia”, dijo el arzobispo de Quito Fausto Trávez en declaraciones públicas a finales de la semana pasada.

Le deseo la mejor de las suertes. El presidente Rafael Correa ha pasado semanas apropiándose del Papa como el ícono socialista del siglo XXI de su propio gobierno. Así que a menos que el Santo Padre encuentre una forma de señalarle lo contrario a los ecuatorianos, su visita probablemente dejará la impresión de que la Iglesia se solidariza con la maquinaria represiva de Correa.

Eso sería malo, pero la situación podría empeorar, dependiendo de lo que suceda durante la visita del Papa a Cuba en septiembre.

A principios de junio, el cardenal de La Habana, Jaime Ortega, declaró que no hay prisioneros políticos en la isla. Eso ofendió a la comunidad de derechos humanos de Cuba, la cual calcula que el régimen retiene a unos 70 prisioneros de conciencia. La Iglesia no parece querer saber de ellos.

La semana pasada, en otra señal de que la Iglesia desea distanciarse de la lucha cubana por la justicia, un sacerdote católico prohibió que el grupo de derechos humanos conocido como Las Damas de Blanco asistieran a misa vestidas de ese color en su parroquia de Cienfuegos debido a que otros parroquianos podrían objetarlo.

Esto sucedió el mismo mes en el que Francisco recibió a Raúl Castro en el Vaticano. Castro aprovechó el evento, cuyas fotos se volvieron virales, para exigir legitimidad para la sangrienta dictadura que ya lleva 55 años en el poder.

Ahora, el Santo Padre está entrando en un campo minado político en Ecuador, la primera parada en una gira de nueve días que también incluye Bolivia y Paraguay. En Ecuador celebrará misas al aire libre en Guayaquil y Quito, almorzará con una comunidad jesuita, visitará la Universidad Católica y hará una visita privada a una histórica iglesia jesuita.

El Papa también se reunirá con Correa, que sin duda tendrá una buena cantidad de fotógrafos a mano. En una república que protege las libertades civiles, el encuentro sería considerado como nada más que parte del protocolo. Sin embargo, en el Ecuador de Correa, donde el gobierno se impone a través de la intimidación y es cada vez menos popular, la ocasión será usada con fines políticos. Eso significa que es probable que opaque al resto de la visita, lo que probablemente afecte no sólo al Papa, sino a la Iglesia.

Como lo indicó el arzobispo Trávez, el viaje ha sido caracterizado por el Vaticano como parte de su misión de evangelización. La mayoría de los sudamericanos son nominalmente católicos romanos, pero el número de practicantes es mucho menor de lo que solía ser. “La alegría de la Iglesia es salir a buscar las ovejas perdidas”, dijo el papa Francisco en una homilía en Roma en diciembre.

No obstante, este Papa es muy político y sus políticas, si seguimos sus palabras, favorecen a las soluciones estatistas para la pobreza. En términos de apariencias, eso lo pone en el bando de los tiranos socialistas de la región en muchos debates de políticas.

El populista Correa huele una oportunidad. En las semanas anteriores a la visita, colocó vallas en Guayaquil y Quito que mostraban el logotipo de su gobierno rodeando una foto del Pontífice al lado de lo que parece ser una cita de Francisco que reza: “Debe exigirse la redistribución de la riqueza”. La televisión y radio estatal difundieron mensajes similares.

Por supuesto, hay un mundo de diferencia entre la enseñanza de la Iglesia de que tenemos que aspirar a tener un corazón generoso y un político predicando que es virtuoso usar el poder de monopolio del Estado para quitarles propiedades a sus dueños legítimos.

Correa desea mezclar ambos. Sin embargo, los católicos entienden muy bien que uno no se acerca a Dios al respaldar la tiranía, incluso si promete una distribución más igualitaria de la riqueza material. El Santo Padre tendrá la oportunidad de aportar claridad moral al asunto si así lo desea.

Otros esperan que hable en contra de la represión. A lo largo de más de siete años en el poder, Correa ha hecho colapsar las pocas instituciones democráticas que quedaban y ha destruido a la prensa libre. Los dueños de los medios independientes que sobreviven y los periodistas que trabajan para ellos operan bajo la continua amenaza de cárcel o multas que arruinarían sus finanzas.

En una carta fechada el 5 de julio dirigida al Papa Francisco, la Sociedad Interamericana de Prensa dijo que Correa ha silenciado a todos los que se desvían de su “verdad oficial”. El mandatario “ha cerrado y castigado medios, e impuesto una cultura del miedo que ha abortado el debate público y que los ciudadanos gocen de su derecho a la libertad de expresión”, acusó. La carta asegura que las enseñanzas de la Iglesia apoyan “el papel de la expresión libre, la comunicación y los medios en la vida moderna”.

El gobierno dice que la economía crecerá menos de 2% este año y la inversión se está desplomando. Correa tiene buenas razones para callar a la sociedad civil y tratar de ganar un respaldo para su populismo autoritario por parte del Santo Padre. Si el Papa Francisco es utilizado de este modo es sólo debido a que el Vaticano lo permite.

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