Es momento de más Unión, de una aceleración radical del proceso que convierta a la UEM en lo que siempre aspiró. Si no, la Europa que soñaron sus fundadores se irá por el desagüe.

Ha ganado el Brexit.

En contra de lo que anticipaban las últimas encuestas.

Y lo ha hecho por la suma de cuatro sorprendentes factores:

  • una irresponsabilidad política motivada más por un éxito local, referéndum de Escocia, o por el interés electoralista, frenar a las fuerzas nacionalistas, que por un mínimo convencimiento de su conveniencia por parte del instigador, David Cameron;
  • una incapacidad práctica de vender a los indecisos y a las zonas rurales, cuyo voto ha sido dirimente, las bondades no ya de la permanencia de Reino Unido en la UE en su configuración actual, sino el día después tras unas negociaciones con Bruselas que rompían el café para todos y situaban a las Islas en una posición aún más ventajosa en caso de quedarse;
  • una absurda indiferencia de la City, capaz de ejercer una presión en la opinión pública brutal a la que absurdamente ha renunciado pese a ser su futuro lo que estaba en juego por contemplar el evento, casi hasta el final, como una suerte de ‘cisne negro’, suceso de escasa probabilidad real de materialización;
  • un convencimiento generalizado con el paso de los meses, no solo entre los ingleses sino en el conjunto de Europa, de que el proyecto comunitario es ingobernable en su configuración actual y que la cesión de poderes a organismos supranacionales no supone una defensa del interés colectivo sino del particular de algunos de sus miembros, algo sobre lo que escribimos hace bien poco en esta misma columna.

De esos barros vienen estos lodos que traban las ruedas del carromato europeo y lo sitúan en la encrucijada al abrir la caja de los truenos de una manera que puede ser casi definitiva.

Aun con su importancia en términos económicos o financieros, Reino Unido no dejaba de contar con un estatus propio en la Unión Europea que le llevaba a conservar su propia moneda y a disfrutar de una serie de excepciones adicionales. No ocurre lo mismo con el resto de los estados que pueden estar planteándose consultas similares en su territorio, algunos de ellos miembros señeros de la Vieja Europa.

Lo verdaderamente relevante de lo sucedido anoche es que el pueblo, ninguneado las más de las veces en el proceso de construcción de la idea europea, ha hablado. Y, en contra de lo que ha sucedido en otras ocasiones en las que su veredicto se ha quedado en papel mojado frente a un supuesto interés superior, caso del Tratado de Lisboa, no hay opción de soslayar su opinión. Desde hoy mismo se inicia el proceso de ruptura en la costa oeste del Canal de la Mancha.

A partir de aquí, el referéndum se convierte en arma electoral para el resto de fuerzas de corte nacionalista o populista, esas que van ganando peso en la región de forma acelerada. Si los ingleses lo han hecho… ¿por qué nosotros no? Una consulta en Francia o en Italia supondría dinamitar los cimientos de la UE de una vez y para siempre, en un proceso que se antoja difícil pero no imposible y en el que jugarán a favor de los impulsores dos características propias de su acción: el victimismo y la tergiversación, por una parte, y la venta al elector de una Arcadia feliz, por otra. La salida de la moneda común de cualquiera de ellos sería la puntilla definitiva a un sueño en el que, cierto es, los ingleses aparecían siempre a la hora del té.

Las democracias dan el poder al pueblo en la presunción de que éste cuenta con el criterio suficiente como para saber qué es lo más conveniente para su propio presente y futuro. Hay dos condiciones previas: preparación del electorado, que los distintos partidos, en defensa de su propio interés, se han encargado de rebajar; y visión del mañana, cada vez menos habitual en una sociedad en la que solo parece importar el corto plazo. Ande yo caliente… Esa deshumanización del voto, que se convierte en instintivo sobre la base de estímulos inmediatos, invita a temerse lo peor.

Es la sociedad que estamos creando por abandonar, precisamente, los valores que configuraron Europa.

Aún hay un camino si se quiere eludir lo que se antoja inevitable: es momento de más Unión y no menos, de una aceleración radical del proceso que convierta a la UEM en lo que siempre aspiró a ser. Pero nos tememos que no hay liderazgo, ni talento, ni ganas. Y, siendo así, solo cabe esperar en la cuneta a que alguien remolque a Europa al desguace. Mientras, la volatilidad se instalará en los mercados de una manera casi definitiva. Porque, o se actúa desde las instituciones comunitarias con contundencia, o el problema irá a más, a mucho más, y no a menos… Estén preparados. (S. MCCOY | El Confidencial)

Share