Por Germán Gorraiz López.-

Europa estaría sufriendo una aguda crisis identitaria agravada por la pandemia del COVID-19 y la posterior entrada en recesión de las economías de la Eurozona lo que agudizará las fuerzas centrífugas por lo que no sería descartable la desaparición de la actual Eurozona y el posterior nacimiento de una nueva cartografía europea en el escenario post coronavirus.

COVID-19 y el retorno de los PIIGS

Según señala Joel Kotkin en la revista Forbes, durante décadas, los países del Norte (Alemania, Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, Finlandia y Reino Unido), han compensado las muy bajas tasas de fecundidad y la disminución de la demanda interna con la llegada de inmigrantes y la creación de economías de orientación exportadora altamente productivas. Por el contrario, los países periféricos europeos no han desarrollado unas fuertes economías que compensen su desvanecimiento demográfico al basar su economía en la llamada «dieta mediterránea» cuyos ingredientes principales eran el «boom» urbanístico, el turismo y el consumo interno que creaba excelentes platos minimalistas, de apariencia altamente sugestiva y precio desorbitado pero vacíos de contenido culinario y con fecha de caducidad impresa (2008), provocado por el estallido de la burbuja inmobiliaria y el hundimiento del castillo de naipes económicos de los países PIIGS (despectiva abreviatura anglosajona que englobaba a España, Portugal, Italia, Irlanda, y Grecia) y por mimetismo Chipre, Malta y Eslovenia.

Sin embargo, la imposición de objetivos excesivamente ambiciosos de reducción del déficit público, en un contexto de contracción muy significativa del PIB y con el problema añadido de ausencia de crédito en varias economías no habría conseguido el objetivo prioritario de conseguir la reducción de los desequilibrios de las finanzas públicas de sus Estados miembros sino que se tradujeron en subidas de impuestos, reducción de funcionarios, desmantelamiento de la sanidad pública, recortes salariales, máxima flexibilidad en el mercado laboral e incremento de la Deuda Pública de los países periféricos y emergentes.

Dicha Deuda alcanzará para el 2021 techos estratosféricos en Italia y España al ser los más afectados por la pandemia del coronavirus, (estimados en el 134% y 115% del PIB respectivamente), lo que de facto supondría la necesidad de su rescate por el BCE, tarea inviable dado el tamaño de las economías italiana y española. En esta difícil encrucijada, convendría recordar las declaraciones de Peter Morici, economista y profesor de la Universidad de Maryland a la cadena Fox en las que afirmó “ la necesidad de una unión fiscal en la zona euro y de que el BCE adopte un papel similar al llevado a cabo por la Reserva Federal de EEUU, no llegarán a tiempo para salvar a los países periféricos y consideró la posibilidad de que “dichos países abandonen el euro para poder así imprimir su propio dinero y resolver sus problemas como lo hizo Estados Unidos a raíz de la crisis financiera».

¿Saldrá Alemania del Euro?

El Fondo Monetario Internacional (FMI) urgió a las autoridades de Alemania a que implementaran políticas para “estimular el crecimiento de la demanda interna pues ello tendría importantes efectos beneficiosos de contagio tanto en la eurozona como a nivel global”, pues el crecimiento del consumo interno alemán podría ser el salvavidas alemán frente a la recesión. Sin embargo, la Constitución alemana considera equilibrado un presupuesto cuando se logra un déficit federal equivalente al 0,35% del PIB, siguiendo la doctrina del Schuldenbremse (freno a la deuda) que Alemania introdujo en su Constitución en 2009 con el objetivo ineludible de que cada generación se pague sus gastos y no consuma los impuestos que pagarán sus hijos en forma de deuda.

Así, Alemania ha conseguido sucesivos superávit económicos en el último quinquenio, con un leve descenso en el ejercicio 2019 (superávit de cerca de 50.000 millones €) y un excedente presupuestario récord de 19.500 millones € que pasará a engrosar el fondo de reserva estimado en 40.000 millones €. Ello se explicaría porque los tipos de interés cero o negativos implementados por el BCE exigen menos montante para el pago de la deuda pública (equivalente al 60% del PIB) que le permitieron acumular reservas para afrontar la actual crisis socio-económica del COVID-19. Así, la Asociación de la Industria Alemana (BDI) y la federación alemana de sindicatos (DGB) han pedido al gobierno un impulso masivo de las inversiones estimado en 20.000 millones € para relanzar la economía.

Por su parte, Charles Dumas (Lombard Street Research London), sostiene “que la pertenencia al euro ha alentado a Alemania hacia una costosa estrategia mercantilista a expensas del consumo interno y la productividad de la economía pero ahora la cura necesaria para los males de la eurozona impondrá una mayor inflación en Alemania, prolongadas recesiones deflacionarias en importantes mercados de la eurozona, y continuas transferencias de recursos oficiales hacia sus socios”. Dumas concluye que “volver a un apreciado marco alemán exprimiría ganancias, aumentaría la productividad y elevaría los ingresos reales de los consumidores, pues en lugar de prestar los superávits del ahorro a los países periféricos, los alemanes podrían disfrutar de mejores niveles de vida en su país”. En este contexto se engloba la decisión del Tribunal Constitucional de Alemania de pedir al BCE explicaciones sobre sus políticas monetarias tras lo que subyace la decisión del Bundesbank de abandonar el programa de compra de Bonos (PSPP por sus siglas en inglés), decisión que según el ex-ministro de Finanzas alemán, Wolfrang Schaubel, supondría que “la integridad del euro está en juego”.

La nueva cartografía europea

La hipotética salida de Alemania del Euro supondría el principio del finiquito de la Eurozona y la gestación de una nueva cartografía económica europea. Así, asistiremos a la reconversión de la actual Eurozona en la Europa de los Seis (Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Austria), quedando el resto de países europeos periféricos (Portugal, España, Italia, Irlanda, Grecia, Eslovenia, Malta y Chipre), gravitando en sus anillos orbitales, viéndose obligados a retornar a sus monedas nacionales y sufrir la subsiguiente depreciación de las mismas.

Además, el retroceso de las exportaciones debido la contracción del consumo interno de la UE por la recesión económica, (los intercambios comerciales entre los Estados miembros de la UE alcanzan el 60% del volumen total de su comercio) y la reducción de su competitividad frente a los países del resto del mundo,(con especial incidencia en países tradicionalmente exportadores como Finlandia) podría provocar la constitución de una Federación Escandinava (integrada por Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Letonia, Estonia y Lituania) que pivotaría en la ambivalencia comercial ruso-europea. El resto de países del centro y este de Europa, (integrantes de la llamada Europa emergente), integrarán el llamado “arco del fracking europeo” que se extendería desde los Países Bálticos hasta la Ucrania europea, pasando por Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria y que dependerá de la tecnología de empresas estadounidenses como Chevron o Shell, no siendo descartable un nuevo conflicto en los Balcanes.

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