Por Carlos Alberto Montaner.-

Éste es uno de esos raros casos en los que conviene comenzar por el final. Estos papeles están dedicados a contar rápidamente cómo han sido las relaciones entre Estados Unidos y Cuba desde 1959 a la fecha, con el objeto de poder analizar la nueva política cubana anunciada por el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro en diciembre de 2014.

Ese recorrido me precipita formular siete advertencias. No son recomendaciones ni conclusiones. Son observaciones que se desprenden naturalmente de la propia historia que relataré en breve.

Consignémoslas:

La primera advertencia es que el gobierno de los hermanos Castro mantiene en el 2015 exactamente la misma visión de Estados Unidos que tenía cuando los guerrilleros llegaron al poder en enero de 1959.

Para ellos el enorme y poderoso vecino, y sus supuestas prácticas depredadoras en el terreno económico, están en la raíz de los problemas fundamentales de la humanidad.

Como leen poco y observan mal, continúan creyendo que las calamidades del Tercer Mundo se deben a la mala voluntad de las naciones desarrolladas, y muy especialmente a Estados Unidos con sus perversos términos de intercambio y su explotación inclemente de los recursos de las naciones pobres.

La segunda, y como consecuencia de la primera, es que ese régimen, absolutamente coherente con sus creencias, continuará tratando de afectar negativamente a Estados Unidos en todas las instancias que se presente.

Ayer se colocó bajo el paraguas soviético. En la etapa postsoviética, echó las bases del Foro de Sao Paulo y, más tarde, del circuito conocido como el Socialismo del Siglo XXI, extendido a los países de la llamada ALBA. Hoy se alía firmemente a Irán, y ya se apunta al bando chino-ruso en esta nueva y peligrosa Guerra Fría que está gestando. Para los Castro, el antiamericanismo es una cruzada moral a la que no van a renunciar nunca.

La tercera, es que no existe en la dictadura cubana la menor intención de comenzar un proceso de liberalización que permita el pluralismo político o las libertades, tal y como se conocen entre las naciones más desarrolladas del planeta.

Los demócratas de la oposición se toleran mientras sus movimientos y comunicaciones estén regulados y vigilados por la policía política.

El régimen domina perfectamente las técnicas de control social. Al margen de la policía convencional, para mantener a raya a la oposición cuenta con al menos 60,000 oficiales de contrainteligencia adscritos al MININT, y otras decenas de miles de colaboradores. Para ellos la represión no es un comportamiento oscuro y vergonzante, sino una labor constante y patriótica.

La cuarta, es que el sistema económico que está erigiendo Raúl Castro no ha sido concebido para que florezca la sociedad civil. Ésa que un día, mágicamente, derrocará la dictadura, sino es un modelo de Capitalismo Militar de Estado (CME), cuya columna vertebral es el ejército y el Ministerio del Interior, instituciones que controlan la mayor parte del aparato productivo del país.

Dentro de ese esquema, como se deduce de las palabras del economista oficial Juan Triana Cordoví, el Estado (en realidad, el sector militar) se reserva el manejo y explotación de las 2,500 empresas medianas y grandes del país, dejándoles a los cuentapropistas un sinfín de actividades menores para no tener que sostenerlos.

Contrario a lo que piensan en Washington y en los sectores cubanos no gubernamentales que apoyan esas reformas económicas, Raúl Castro y sus asesores suponen, acertadamente, que los cuentapropistas serán una fuente de estabilidad del sistema de Capitalismo Militar de Estado, no por afinidad ideológica, sino para no perder los pequeños privilegios y ventajas que obtienen.

La quinta, es que el régimen de los Castro no tiene el menor interés en propiciar el enriquecimiento de los empresarios extranjeros. Desprecian el ánimo de lucro de los capitalistas, les parece repugnante, aunque muchos de ellos mismos, de alguna manera, lo practiquen discretamente.

Las inversiones del exterior serán bienvenidas sólo y únicamente cuando contribuyan a fortalecer el Capitalismo Militar de Estado que están forjando. Para el gobierno cubano esas inversiones son un mal necesario, como el que se amputa un brazo para salvar la vida.

Si alguien piensa que ese régimen permitirá el surgimiento y crecimiento de un tejido empresarial independiente, es porque no se ha tomado el trabajo de estudiar los textos y discursos de los propios personeros del régimen, y ni siquiera de examinar la conducta que exhiben.

Tiene toda la razón el inversionista en bienes raíces y notable millonario Stephen Ross cuando, tras regresar de un viaje a Cuba, declaró que no había visto en la Isla la menor oportunidad seria de hacer negocios. En realidad, no la hay, salvo en aquellas actividades que exista un rédito claro para el gobierno o que sea absolutamente indispensable para la supervivencia del régimen.

Es obvio que la prioridad de los Castro es mantener el poder y no desarrollar un vigoroso tejido empresarial que saque a los cubanos de la miseria. Para explicar esas carencias han desarrollado la coartada de la austeridad revolucionaria y la crítica al consumismo (el gusto por la “pacotilla”) como una forma heroica y abnegada de afrontar la pobreza.

La sexta advertencia es que, ante este cuadro deprimente de atropellos e insistencia en los disparates de siempre, la renuncia de Washington al containment y su sustitución por el engagement, a lo que se agrega la cancelación del objetivo de tratar de propiciar el cambio de régimen, como dijo Obama en Panamá, es una peligrosa e irresponsable ligereza que perjudicará a Estados Unidos, alentará a sus enemigos, descorazonará a sus aliados y afectará muy negativamente a los cubanos que desean libertades, democracia real y terminar con la miseria.

¿Qué sentido tiene que Estados Unidos -y con él la Iglesia Católica- contribuya al fortalecimiento de un Capitalismo Militar de Estado, enemigo de las libertades, incluidas las económicas, violador de los Derechos Humanos, que perpetúa en el poder a una dictadura colectivista que ha destrozado a Cuba y hoy contribuye a destruir a Venezuela porque no puede enseñar otra cosa que lo que ha hecho durante 56 años?

La séptima advertencia es que nunca la oposición democrática ha sido más frágil ni ha estado más desprotegida, pese al impresionante número de disidentes y al heroísmo que despliegan. Nunca ha estado más sola.

¿Por qué nadie va a tomarla en cuenta si Estados Unidos ha renunciado al cambio de régimen y está dispuesto a aceptar a la dictadura cubana sin exigirle nada a cambio?

Estados Unidos ha renunciado a indicarle claramente a La Habana que el verdadero cambio comienza en el momento en que la cúpula de la dictadura acepta que el primer paso es dialogar con la oposición y admitir que las sociedades son plurales y albergan diferentes puntos de vista.

¿Qué argumento tienen ahora los callados y siempre asustados reformistas del régimen para reclamar sotto voce cambios políticos y económicos si nadie se los exige al gobierno de los Castro?

En suma, ha sido un grave error de Obama separarse de la política seguida por los diez presidentes, demócratas y republicanos, que lo precedieron en la Casa Blanca.

Uno no puede decretar que su enemigo súbitamente se ha convertido en su amigo y ha comenzado a pensar como a uno le conviene. Eso es infantil.

No se trata de criticar a Obama por haber ensayado una política nueva. El problema es que es una política mala.

No se puede ignorar la realidad sin abonar por ello un alto precio. Lo triste es que lo pagaremos los cubanos.

* Este artículo es un fragmento de la conferencia «Las relaciones entre EEUU y Cuba en la nueva etapa del deshielo. ¿Sentido común o ligereza irresponsable?», pronunciada por el autor el 4 de junio de 2015, en la sede del Interamerican Institute for Democracy en Miami.

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