Por Rodolfo Patricio Florido.-

He dado vueltas y vueltas pensando de qué manera analizar y entender lo que sucede. Evitar así la descripción día a día de la barbarie repetida y por repetida naturalizada. Llegué a una conclusión y es la peor, la que no habría querido conocer, a la que empíricamente no quería arribar. Venezuela está dominada por una Dictadura Militar, solo sostenida y cuidada por sectores de una pseudo intelectualidad progresista regional y mundial que observan con benevolencia ideológica a algunas Dictaduras como si la pérdida de la libertad fuera un imperativo susceptible de ser considerado si el discurso tiene una retórica revolucionaria que apela a figuras del internacionalismo.

Si entendemos esto y de alguna manera lo justificamos o pretendemos tener respuestas distintas a cualquier otro golpe de Estado convencional del tipo de los existentes en décadas pasadas, estaremos no solo condenando a un pueblo entero sino que estaremos construyendo otros golpes militares cuya vocación de acceder al poder se sostenga en un discurso presumidamente marxista, fascista y totalitario que use expresiones como… “tomamos el poder para garantizar el acceso de los más pobres al poder, la nacionalización de todos los servicios públicos en manos del imperialismo, la defensa de los Derechos Humanos de los oprimidos por la concentración de la riqueza, etc., etc., etc.”.

Así, el levantamiento contra la opresión, será válido si es contra expresiones de las derechas pseudo liberales o conservadores y no será válido si es contra expresiones de la izquierda o la derecha nacionalista antiimperialista y de presunción clerical progresista. Una auténtica porquería. Una mueca triste que nos coloca en el peor de los mundos, discutir con quien no quiere escuchar nada sino solo ganar tiempo hasta que se decida a imponer un totalitarismo maquillado.

O sea; cualquier golpe de Estado que se sostenga en esta innovación retórica que profundizó el Chavismo pero que comenzó con el Coronel Perón antes que la democracia lo convalidara, con el golpe del General peruano Velasco Alvarado en 1968, que durara 7 años, y que Chávez profundizara luego de su paso por la Escuela de Guerra del Ejército Argentino y su estrecha relación con ideólogos del carapintadismo.

Este dato, muy poco conocido (de hecho tuvo un tutor militar de apellido famoso), cimentó gran parte de sus decisiones político militares en Venezuela, ya que aquí fue donde pergeñó esa retórica marxista para obtener un apoyo político internacional, cultural, intelectual y periodístico, mucho más dispuestos a aceptar totalitarismos de izquierda con matrices populistas que las ortodoxias golpistas pseudo liberales de los 70 o el difuso nacionalismo clericalista del carapintadismo militar.

Chávez no fue tonto en lo absoluto. Observó los conflictos internos del Ejército argentino entre liberales, conservadores y nacionalistas católicos y decidió transitar un camino de nacionalismo populista de izquierda y católico pseudo progresista. Imaginó y no se equivocó que si diagramaba un discurso que transitara esa dialéctica, las izquierdas regionales se enamorarían de esta suerte de reencarnación genética bolivariana, guevarista y cercana a la teología de la liberación. Esa combinación más su innegable carisma es el sueño sincrético de todo el espectro ideológico de izquierda y hasta de la derecha fascista católica y peronista.

Asimismo y dolorosamente debo señalar que esos sectores pseudo intelectuales, políticos y periodísticos están mucho más dispuestos a convalidar asesinatos políticos según sea la retórica que describa la presunta necesidad del homicidio.

Se horrorizan con razón si una represión de signo ortodoxo convencional asesina a un militante de izquierda en una marcha pero se exaltan inequívocamente hasta el paroxismo si ese mismo asesinato es ejecutado al grito de una presunta revolución bolivariana sobre un ciudadano opositor al régimen. Al primer asesinato lo calificarán de fascismo brutal y al segundo asesinato lo calificarán de “necesario para consolidar la revolución proletaria”. HIPÓCRITAS.

Entendamos claramente esto, este régimen no entregará el poder bajo ninguna circunstancia voluntaria. Todas sus expresiones pseudo dialoguistas sólo buscan ganar algo de tiempo para consolidar un poder cívico militar que ha creado una nueva aristocracia oligárquica. O como me supo decir en los años 90 un funcionario soviético… “empezamos como una revolución y terminamos haciendo zarismo de izquierda”. Si América Latina y el mundo no comprenden esta raíz totalitaria -ya no autoritaria- y actúan para que Venezuela encuentre su perdido camino democrático, no solo estarán convalidando un modelo dictatorial que asesine a su pueblo sino que estarán incubando otros huevos de la serpiente. Si el totalitarismo venezolano se naturaliza e impone ante las muertes naturalizadas, otros movimientos similares buscarán su retorno histórico golpista solo que lo harán bajo un nuevo y cínico modelo “progresista y revolucionario”. La rebelión ciudadana no alcanzará si el poder “bolivariano” llega a la conclusión que puede seguir matando, deteniendo, encarcelando y burlando del régimen constitucional, impunemente mientras el mundo se limita a verter expresiones grandilocuentes pero ineficientes. Pretender lo contrario es como imaginar a Atila en un diálogo con Pericles, a Hitler charlando con Hannah Arendt o a Stalin discutiendo filosofía política con Trotsky.

Pensar que Maduro, su vicepresidente Tareck Zaidan El Aissami Maddah, el líder militar Diosdado Cabello y todo lo que representan, simplemente van a ceder o pactar su salida del poder para refugiarse en Cuba, China, Irán o algún otro país desde donde no puedan ser extraditados, en donde no podrán gastar el dinero robado y de los que no podrán salir sin temor a ser detenidos por Interpol, es, a priori, altamente improbable. Este tipo de liderazgos se parecen más a Saddam Hussein o Muamar el Gadafi que al destierro dorado de Idi Amin Dada que viviera híper millonario pero encerrado durante 23 años en Arabia Saudita.

Así, descarnadamente, deberíamos siquiera hacer el intento de comprender cuál es, parafraseando la novela de Marcos Aguinis, la Matriz del Infierno.

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