Por Carlos Pissolito.-

“Si el príncipe persiste y no rectifica, sino que tiende a cometer impunemente todo el mal que le plazca, entonces es en verdad culpable declarado de tiranía, y es lícito ejercer contra él cuanto el derecho o una justa violencia permita contra un tirano”. Stephanus Junius Brutus.

¿Qué es un dictador? Probablemente, la respuesta no sea tan sencilla como aparece a primera vista. Seguramente, casi todos estaremos de acuerdo en que Adolf Hitler, Joseph Stalin y Mao Zedong lo fueron. Algunos pocos, por su parte, dudarán, si Saddam Hussein o si Bashar al Assad dan el peso para la categoría.

Pero, la cuestión se complica, por ejemplo, en casos como el de Deng Xiaoping. Quien dirigió los destinos de China entre 1978 y 1992 en su rol del jefe del Partido Comunista y que inició el camino de reformas que llevaron a millones de sus conciudadanos a gozar de una mayor prosperidad y de una relativa libertad. Claro, en el camino, aprobó la represión en la Plaza Tiananmen en el 1989.

Por otro lado, Deng no surgió de una elección democrática. Un caso aún más difícil lo plantean aquellos gobernantes que habiendo sido electos, vale decir que poseen legitimidad de origen, la pierden en el ejercicio cuando se transforman en dictadores. Como sería el caso que nos ocupa, el del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

Llegado a este punto, deberíamos orientarnos a encontrar criterios que nos permitieran distinguir entre un gobernante autoritario y un tirano. Ya sabemos que las ciencias, tales como la Política, la Sociología y hasta la Psicología, podrían darnos una respuesta, pero que lo hacen todas en una forma complicada y hasta contradictoria. Nuevamente, nos vemos obligados a apelar a la buena literatura.

En este caso, Plutarco en su conocida obra: «Vidas Paralelas» en la que comparaba biografías de nobles griegos y romanos para extraer lecciones morales, es quien nos deja la enseñanza que un tirano es aquel que combina extremos de brutalidad con altos niveles de corrupción.

Nos deberíamos pregunta, entonces, si Maduro es, tanto, un gobernante violento como uno corrupto.

Seguramente, que la exacta respuesta a esa pregunta solo se la podrán dar los más lúcidos entre los venezolanos. No es nuestra intención hacerlo. Ya que, un juicio prudencial de tal naturaleza, exigiría disponer del conocimiento exacto de las circunstancias que lo rodean.

Desde la distancia percibimos que, al menos, las condiciones para hacerse lícitamente esa pregunta están dadas.

Si la respuesta fuera por la afirmativa. Vale decir que alguien determinara que Maduro es un tirano. Si le podemos aconsejar que siga los criterios establecidos por la mejor tradición intelectual occidental. Y que no caiga, de paso, en los cantos de sirena de las propuestas modernas que giran n torno a las diversas formas de una intervención humanitaria.

Concretamente, fueron los trabajos de Francisco de Vitoria y de Francisco Suarez que desde la denominada Escuela de Salamanca establecieron las bases conceptuales para una sana resistencia a la autoridad. Entendiéndolo como derecho natural que reside en los individuos y en las comunidades en relación con un gobernante que se convierte en tirano.

Pero, más allá de este derecho, ellos expresaron que el mismo tiene límites bien concretos. De aquí su prohibición respecto de que un particular para matar a un hombre, aunque sea un tirano, sin un justo procedimiento jurídico.

Tomando esas enseñanzas como base, más las que son de nuestra propia cosecha, podemos decir que el tiranicidio solo se justifica luego de un proceso de análisis que tenga en cuenta los siguientes factores; a saber:

1° Que exista la recta intención por parte de los regicidas o más propiamente de los sublevados de poner término a una situación de grave injusticia generalizada.

2° Que puedan anticiparse, razonablemente, que los males que se seguirían de sus acciones serán menores que los que se seguirían de soportar ese orden injusto.

3° Que tenga razonables probabilidades de éxito.

4° Que lo declare alguien con cierto nivel de autoridad, pues ello es la clave que permitirá cumplir con los requisitos señalados más arriba.

En una extrema síntesis y sin ser un experto en Venezuela, lícitamente puedo concluir que solo un político o un militar de alto rango o una combinación de ambos podría reunir -prima facie- las condiciones que planteo.

Aspecto que me obliga a una pequeña discreción. El escenario señalado se ve, hasta el momento, como improbable dadas las características genéticas del régimen venezolano. Ya que se trata de uno surgido de una estrecha alianza entre el mismo y los mandos militares a través de una espuria forma de control civil subjetivo. Pero, como dice el Martín Fierro: «no hay plazo que no se cumpla ni tiento que no se corte.»

Para terminar, quiero dejar claro que todas las voces que se alzan a favor de distintos grados de una intervención extranjera, son la mejor receta para el desastre. Adquieran estos la forma light de sanciones económicas o la mucha más pesada de una denominada intervención humanitaria.

No voy a mentar aquí el conocido principio consagrado por el derecho argentino respecto de la autonomía de las decisiones soberanas de los Estados y de sus respectivos pueblos. Al que adhiero en forma absoluta.

Mi respeto hacia el pueblo de Venezuela me obliga a decirles que solo una decisión -cualquiera sea ésta- tiene que salir de su seno, a través de alguno de sus mejores representantes. Pues, solo una tomada de esa forma tendrá la doble posibilidad de tener éxito y de justificarse, posteriormente, ante sus conciencias y ante la historia.

Share