Por Enrique Piragini.-

Mi amigo Renzo Godoy, profesional abogado y médico, me ha sugerido referirme a este asunto que ha concitado la atención del público ávido de noticias morbosas, pero haciendo aquél gala de su buen criterio y profundo dominio del sentido común, ha destacado algunas cuestiones colaterales que quiero compartir con los amables lectores, en el afán de arrojar luz sobre facetas muy singulares de la cuestión que aparece como si fuese un simple caso de violencia de género.

Fernando Farré, ejecutivo de una prestigiosa firma de cosméticos, ultimó a puñaladas a su ex esposa en el domicilio conyugal sito en Martindale, un lujoso barrio cerrado de Pilar, en la Provincia de Buenos Aires. Hasta ahí la noticia. Por trascendidos periodísticos se sabe que el hombre venía de una enojosa situación de divorcio con discusión por la distribución de los bienes de la sociedad conyugal y el desgraciado suceso aconteció imprevistamente atacando a su ex pareja y madre de sus tres hijos menores cohabitantes con su progenitora.

Analizando con Renzo esta triste noticia, nos adentramos en diversas hipótesis relacionadas con el antes, durante y después del fatal acontecimiento, conjeturando que debieron existir diferentes elementos determinantes del luctuoso final, tratando de entender por qué un hombre de familia, sin antecedentes penales de ninguna naturaleza, que concurre al domicilio donde convivió con su mujer e hijos al sólo efecto de retirar algunas pertenencias, llegó al extremo de arrebatarle la vida a su compañera.

Y es aquí donde debemos evaluar la posibilidad de una verdadera impericia en el manejo del asunto por parte de todos los profesionales del derecho que asistieron tanto a la víctima como al victimario, ya que se supo también que sin perjuicio de un impedimento de acercamiento entre ellos sus letrados se pusieron de acuerdo en morigerar esa restricción permitiendo la concurrencia del esposo al hogar conyugal para retirar pertenencias. En ese andarivel, es dable suponer que el impulso homicida pudo haberse despertado por algún gesto o palabra emitido por la propia víctima, lo cual no justifica el homicidio de ningún modo, pero es muy probable que los abogados de las partes no hayan previsto esa posibilidad, o lo que sería peor tal vez alguno la haya incitado para posicionar mejor a su cliente mostrando a Farré como un sujeto violento y de mal carácter, lo que constituiría una verdadera mala praxis rayana en el prevaricato y colocando a las partes en situación de riesgo constitutiva de abandono de persona.

Es indudable que la conducta anterior y posterior al homicidio han de ser evaluadas al momento de sentenciar por la comisión del ilícito, pero será fundamental conocer el aspecto psicológico al momento del hecho, ya que Farré pudo ver obnubilada su razón sin comprender la criminalidad de sus actos y su reacción, desmedida por cierto, pudo obedecer a un grado tal de emoción violenta que pueda atemperar la reprimenda que el Estado imponga, reduciendo una eventual penalidad o llegando inclusive a desincriminarlo por aplicación de la teoría de la no exigibilidad de otra conducta, si hubiese existido provocación de la víctima.

En épocas electorales, frente a una inflación descontrolada, esta muestra de inseguridad seguramente pasará a eclipsar noticias vinculadas con otras catástrofes como las inundaciones, el homicidio del joven Ariel Velázquez, militante radical asesinado, supuestamente, por seguidores de la impresentable candidata al Parlasur Milagro Sala, distrayéndonos de la catarata de decretos presidenciales otorgando beneficios clientelares y disponiendo mega emprendimientos para seguir desplumando a nuestros abuelos con los fondos de ANSES, siguiendo el vaciamiento de reservas del Banco Central para beneficio de los miembros de la asociación ilícita comandada por nuestra botóxica bipolar Regente.

Mientras tanto, así como antes fue lo de Mangieri, hoy se ha instalado lo de Farré, hasta que aparezca un nuevo asesinato que oculte el descontrol de un gobierno que no quiere irse.

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