Por José Luis Milia.-

No me refiero a que paguen el impuesto a las ganancias, esa gabela que los jueces no quieren pagar porque, mitrados como pontífices togados de la República, siempre quieren tener algo que los diferencie del resto de los mortales. No, me refiero a que ha llegado la hora de que paguen por las muertes y violaciones que ellos provocan en su afán de liberar homicidas, ladrones, violadores, pibes chorros y cualquier lacra que termine en cárcel por los crímenes cometidos.

Que la justicia argentina es una payasada que se representa en módicos escenarios es una verdad de Perogrullo. Con sólo ver lo que sucede en -no digamos Capital y el conurbano- sino en ciudades que eran tradicionalmente tranquilas donde los vecinos tienen hoy que armarse, no por la incapacidad de la Policía en prestar seguridad, sino porque a la media hora de ser detenido cualquier delincuente sale beneficiado por un juez o un fiscal, esta payasada, que nunca fue divertida, se convierte en una tragedia donde los que penan son los que menos tienen, esos que creen que es mejor trabajar antes que robar, violar o drogarse y que salen a la cinco de la mañana para su trabajo rezando para que algún “liberado” por jueces permisivos o fiscales ineptos no los atraque o viole mientras esperan el tren o el ómnibus.

Digamos la verdad, a la justicia argentina, envenenada por Zaffaroni, le interesa más el bienestar de violadores y asesinos que el de la gente común que sólo quiere vivir en paz y no enrejados en sus casas, de la gente de ese pueblo -porque ése es el pueblo y no la mierda encapuchada que prepotea en las esquinas- que quiere volver de su trabajo sin encontrarse con una cuarenta y cinco en la cabeza.

Hoy ya no somos víctimas del gatillo fácil de un psicópata disfrazado de policía. Hoy somos víctimas de la desidia, de la incapacidad o de la connivencia mafiosa de los jueces y fiscales con los delincuentes. Parece que cuando más desalmado es el criminal condenado, más fácil le es salir de la cárcel sin necesidad de limar barrotes. ¿Cuantos muertos, cuantas mujeres violadas, cuantas familias destrozadas, cuantos huérfanos o padres sin hijos podemos contabilizar desde que se ha encaramado en la justicia esta mezcla infame de garantismo e ineptitud?, ¿no les da a esos jueces vergüenza al mirar a los deudos de sus víctimas? Porque las víctimas son los que han sido asesinados, violados, heridos, robados o maltratados y no el delincuente que lo hizo -aunque nos quieran hacer creer el cuento de la “sociedad cruel”- acompañado por un juez que lo liberó; juez que cuando este delincuente reincida en el crimen no será juzgado ni siquiera por connivencia o algo parecido, ya que siempre tendrá a flor de labios el recurrente discurso, hipócrita y fácil, para explicar su incapacidad, su desidia o lo que es peor, sus “arreglos”.

Sepan bien aquellos que lloran a las víctimas de estos “liberados” por una justicia a la que se le cayó la venda hace años y que decidió, por ideología y desaprensión, mancharse las manos de sangre inocente que además del asesino o violador que cometió el crimen, hay un juez que les permitió reincidir, sepan que hay un juez que es partícipe necesario en el crimen cometido.

Ha llegado la hora que también los jueces paguen. Con la moneda que han pagar, que lo decidan los que lloran a las víctimas.

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