Por Luis Américo Illuminati.-

Creo que no hay nadie que no haya oído hablar de Ulises. La Odisea tiene un pasaje tan emotivo que conmueve profundamente. La historia de Ulises -autor de la idea del monumental caballo de madera gracias al cual los griegos derrotaron a los troyanos- es una historia de viajes, de aventuras, altibajos y sufrimientos, pero sobre todo es la historia de un hombre que desea una cosa por encima de todo: ¡regresar a su casa! Y finalmente, después de veinte años, Ulises regresa a su querida Ítaca. Ulises llega a su patria. Desde lejos, sin que nadie lo advirtiera, observa a su hijo Telémaco convertido en todo un hombre. Y en ese momento la nostalgia lo sacude a Ulises como un árbol cuyos frutos caen al piso por el soplido del viento; el viajero se da cuenta de que el tiempo ha volado. Ulises entonces se disfraza de mendigo para no ser reconocido por los extranjeros que pretendían la mano de su esposa Penélope. Nadie lo reconoce. Su hijo no lo reconoce, su esposa no lo reconoce, su gente no lo reconoce. Todos ven en él a un pobre viejo y su ropa desgastada. Sólo uno, entre todos los Ítaca, lo reconoce: Argo, su perro, que ya estaba muy viejo y achacoso. Y es algo admirable que cualquiera sea su amo: un príncipe, un rey o un mendigo, el perro lo ama de todos modos. A Argo no le importa nada la apariencia de Ulises, no le importa lo que lleva puesto, cómo se va vestido. ¡Sólo necesita escuchar la voz del amo para reconocerlo! Y poco después Argo muere. Todo hace pensar que estaba aguardando el regreso de su amo.

Hemos recurrido a la Odisea de Ulises como alegoría para contrastarla con la impostura de los funcionarios y legisladores de la República Argentina, quienes cobran sueldos siderales comparados con los que percibe el común de la gente. El perro Argo, el cual es mencionado por Platón en la República (libro II) es considerado una metáfora de las condiciones y virtudes que deben reunir los gobernantes. La alusión a los perros que hace Platón en diferentes pasajes de la República parece realizarse con miras a defender la elección que hace Platón del perro, de entre otros animales, para caracterizar la figura del guardián y del filósofo. La tesis presentada en la República es una analogía con la disposición natural para vigilar. La Ilíada y la Odisea presentan varias alusiones sobre el perro que reflejan la importancia que tuvo este animal en el mundo antiguo. El guardián-filósofo debe poseer un carácter amable y cauteloso como rasgo principal en su habilidad para gobernar. El aspecto más sobresaliente del perro es la fidelidad.

La fidelidad, el reconocimiento, la nobleza y la amistad se encuentran claramente evidenciados en Argo. Es importante contrastar la imagen del perro con la del lobo, del cual se hace alusión tanto en la República como en la tradición homérica. Sócrates asocia a Trasímaco con un lobo, dado su comportamiento violento y descomedido, propio de un tirano en contraste con el carácter benévolo del perro. La contraposición entre el lobo y el perro es utilizada para caracterizar a los humanos, en el caso nuestro, los «beneméritos» senadores y diputados que se autoasignan sueldos siderales, y el pobre perro fiel que es el sufrido ciudadano que los vota y espera como los vagabundos Vladimir y Estragón, que venga a salvarlos Godot, la obra teatral de Samuel Beckett.

¿No les parece, Sres. Legisladores, funcionarios -nacionales y provinciales- y expresidentes y vicepresidentes de la Nación, que los mismos sentimientos de amor y fidelidad que Argo siente por Ulises, no deberían Uds. también sentir por el pueblo, donde una parte sufre todo tipo de privaciones y estrecheces y la otra se muere de hambre? Uds. viven regiamente como reyes y duques, como si vivieran en otro planeta, recapaciten, no puede ser que les den la espalda a sus compatriotas, a los mismos que los votaron. La figura de Ulises se la podría comparar con la del soldado que vuelve de la guerra o la de Jesús indignado echando a latigazos a «los mercaderes del templo», que eso son Uds. -mutatis mutandis- el Congreso en sesiones convertido en «impúdica feria de mercaderes», cobrando dietas ofensivas frente a la miseria que padece la gente. ¿No sienten vergüenza de ser una carga ciudadana, unas rémoras burocráticas, unos parásitos del Estado, unos zánganos imperiales, que carecen de conciencia republicana? Uds. nunca podrían parecerse a Ulises, antes bien se parecen al opulento rey Creso, a los ricos emperadores romanos, a la divertida e inconsciente Corte de Luis XVI y María Antonieta y el resto de la nobleza, que actuaban como si nada sucediera; días antes de la Revolución Francesa jugaban a los naipes y asistían a pomposos bailes de disfraces sin importarles que estaban pisando un volcán a punto de explotar. Son parte de la casta endógena y solipsista los que argumentan sofísticamente para mantener estos irritantes privilegios, amparándose en el derecho en defensa de «derechos adquiridos» -que nunca son absolutos- en un momento en que la frágil nave de Ulises (atado al palo mayor mientras los demás marinos reman con los oídos tapados con cera) atraviesa el fatídico estrecho de Escila y Caribdis. En un momento crucial, trágico, como el que atraviesa la Argentina, o nos hundimos y desaparecemos o nos salvamos, no puede haber ningún derecho que ampare, que permita, que justifique con argumentos justos, seguir manteniendo un estado de cosas a todas luces injustas -salarios y dietas- a costa del sacrificio del ciudadano de a pie, a quien obligan a solventar tales gastos, a través de los impuestos que paga. Si hay un derecho, una jurisprudencia, un tribunal que proteja y ampare tal desequilibrio es porque defiende la inequidad y la injusticia, rechazando la razón y la necesidad que imponen una circunstancia extraordinaria, una nueva regla que obliga a reducir todo emolumento que supere un monto que sea diferencia abismal con el sueldo vital mínimo de un trabajador.

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