Por Carlos Marcelo Shäferstein.-

“El Gordo” Javier Grosman tiene una formación ideológica y cultural bastante ecléctica. Antes de ser el militante más cercano a Cristina Kirchner, estudió y abandonó arquitectura y psicología.

Como va de suyo, sostuvo militancias varias, del trotskismo al Frepaso, pasando por el Partido Intransigente.

Pero siempre tuvo como receta paradigmática de sus métodos a los veintinueve “Cuadernos” escritos en la prisión por su admirado Antonio Gramsci.

De ese modo, durante el gobierno de “la Alianza” participó en creaciones festivaleras, paganas y murgueras siendo subsecretario de Cultura, secundando a Jorge Telerman cuando Aníbal Ibarra era jefe de gobierno porteño.

Antes se había destacado en la noche porteña, sin ser noctámbulo, con “Babilonia” y “Fuerza Bruta”, grupos escénicos concebidos por nuestro personaje, sin dudas un judío astuto y cerebral.

Es el escenógrafo del kirchnerismo y padre estético de las fiestas del Bicentenario, en 2010, y del “regreso triunfal” de la fragata Libertad, en 2013. Aunque hacedor también del parque temático oficialista y multipropósito Tecnópolis, las teatrales representaciones de las competencias deportivas del Dakar, hasta los faraónicos funerales de Néstor, sigue siendo, en esencia, el productor pragmático de espectáculos que gusta dirigir sus fuerzas sobre terreno concreto, tirando cables y cargando luces cada vez que una de sus impactantes puestas en escena está por comenzar.

Se lo vio, una vez más, mezclado entre la cuando, en la Plaza de Mayo, y con tres días de retraso, se celebró el aniversario del regreso de la democracia, el Día de los Derechos Humanos y ambas asunciones al poder, en 2007 y en 2011, de Cristina Kirchner. Grosman, guión en mano, estuvo de aquí para allá, velando que el relato, al menos en lo que a él se refiere, salga bien dibujado.

Por más trillado que esté el dicho, una imagen sigue valiendo más que mil palabras. Y si hay algo que Grosman domina es la imagen.

Igual, a no confundirse: que el hombre trabaje codo a codo con quienes lo secundan no significa que no sea lo suficientemente poderoso como para tener dos oficinas, una en el segundo piso de la mismísima Casa Rosada, sobre Hipólito Yrigoyen, y la otra, la preferida, en Tecnópolis. Es la que ocupa casi a diario porque le resulta más distendida, lejos del pesado tránsito porteño, y con el plus de estar frente al parque Sarmiento, donde empezó a despuntar el vicio del golf.

Cultor del perfil bajo, sabe que, cuando todo pase, las imágenes que más perdurarán de este intenso tiempo político serán las que él produjo.

Hay quienes podrán alegar que ese cetro se lo tendrá que disputar con Diego Gvirtz, el fabricante de “6,7,8” y de sus programas satelitales. Pero hay demasiado barro y crispación en los panfletos de esa usina de polémicas.

Porque el producto de Grosman tiene más chances de trascender en razón que conecta mejor con la fiesta, la alegría de las muchedumbres, los artistas, las luces coloridas y los fuegos artificiales.

La exaltación perfecta de la “década ganada”.

¿Qué peso tienen en la percepción y en la memoria de la gente las imágenes en comparación con los hechos concretos?

Es difícil responder algo tan personal, tan ligado al mundo de los deseos y de lo abstracto. Todo depende de qué lado de “la grieta” se eligió estar ya que la lectura del impacto cambia por completo.

Los que escuchan atentamente a Grosman dicen que es el régisseur del kirchnerismo, y que siempre aplica la misma fórmula:

1) Saber qué es lo que se quiere contar;

2) Tamizar todo por un «eje ética-estética-épica»; y

3) Producir todo con impronta de gran espectáculo.

Al kirchnerismo entró por la puerta de Pepe Albistur, cuando era secretario de Medios, para dar una mano en lo que más sabe, los espectáculos. Pero la oportunidad grande le llegó cuando el bicentenario de la Revolución de Mayo se acercaba y en el Gobierno no tenían ni idea para dónde agarrar.

Grosman captó lo que quería la Presidente y lo convirtió en un fabuloso desfile teatral que fascinó a la gente. Las calles desbordaron y la celebración resplandeció en la TV.

Néstor Kirchner, más inclinado hacia la política convencional, no le había dado importancia a las técnicas de comunicación demagógicas, pero cuando explotó en el fenómeno colosal que fue, olfateó que se abría una gran oportunidad, que había que capitalizar.

“Los quebramos culturalmente”, percibió el ex presidente, reconfortado por ese hito que venía a retemplar al kirchnerismo después de los durísimos golpes del conflicto con el campo y el mal paso electoral de 2009.

Desde entonces, Grosman tiene línea directa con la primera mandataria y su jefe inmediato es Oscar Parrilli, ex secretario general de la Presidencia.

Como responsable de la “Unidad Ejecutora del Bicentenario” comanda un equipo de 25 personas, y una chequera ilimitada. Quienes están cerca de él aseguran que su gran diferencia es el “afán estético”: la máquina de la seducción de las masas, según él.

Sin embargo, Grosman no se considera justicialista, aunque sí kirchnerista, lo que confirma que el FPV no tiene nada que ver con la concepción del Peronismo.

Pero el despliegue histriónico, con la calle de escenario, fue -en una época- marca registrada del PJ.

El último proyecto del «Goebels» de Cristina K. es “la restitución del sable del General San Martín”, cuya custodia se la quitarán al Ejército Argentino para “devolvérselo al pueblo”, lo que ocurrirá -teatralmente como es su estilo- tras el discurso de la presidente el próximo 25 de mayo de 2015.

La peor de las noticias es que tiene muy buena relación con Daniel Scioli, con lo cual su trabajo podría llegar a extenderse más allá del 10 de diciembre próximo.

En ese caso, ya debería comenzar a pensar en las festividades de otro bicentenario, el de la independencia, en 2016.

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