Por Luis Américo Illuminati.-

El Cardenal arzobispo de Córdoba está muy equivocado si cree que con sus manifestaciones -barbaridades- ayuda en algo en esta difícil coyuntura económica donde el presidente Milei la está remando, cargando con el muerto, que como herencia le dejó el kirchnerismo, un país fundido. En todo caso, que no sea tan unilateral y cuestione a los dueños de los laboratorios o le pida al Papa que venda una parte de las riquezas del Vaticano para subsidiar los remedios que necesitan los pobres jubilados. El Banco del Vaticano es uno de los más ricos del mundo. Pero decir que el gobierno comete una «eutanasia encubierta» con los jubilados, no ayuda ni suma nada, antes bien, arroja leña al fuego y siembra el odio y alimenta la discordia. Así comenzó en los ’70 la deletérea prédica de los curas marxistas que indujeron a la juventud a un frenesí revolucionario que desembocó en una ola de violencia inusitada. No es esa la misión de la Iglesia de Cristo. Parafraseando al Papa Francisco, dijo Monseñor Rossi: “Una expresión del Papa que acá se calza, es que esto es una especie de eutanasia encubierta. Digo, si estos abuelos que no pueden comprar medicaciones, que algunas son medicaciones más sencillas, pero otras son medicaciones en donde está en juego la salud y está en juego la vida a largo plazo”.

Digo yo: ¿En qué planeta ha estado Ud. viviendo, Monseñor Rossi en los últimos años? ¿No sabe que nunca en tiempos de democracia un hombre y una mujer hicieron tanto daño a su país como los Kirchner, cosa que jamás hubieran conseguido sin la cooperación y la complicidad de tantos rufianes juntos? Unos con toga y otros con capelo. Tal como en la novela de John Steinbeck: «De ratones y hombres», hay que escribir un libro con la negra historia de los Kirchner, con los ratones (colaboracionistas) por un lado y por el otro los hombres que lucharon contra la desidia, la corrupción y la hipocresía. Yo conozco bien a una persona que hace un año que le ha solicitado dos veces audiencia a Mons. Rossi para que interceda ante las autoridades estatales sobre un proyecto para introducir una nueva regla de tránsito que prohíba a las pandillas que pululan en la madrugada con sus potentes motocicletas en la Ciudad Universitaria y no dejan descansar a nadie. Y, según las monjitas extranjeras que agendan los pedidos de audiencia: el arzobispo está «muy ocupado». A la iniciativa y preocupación de mi amigo (Sorge, que en el lenguaje de Martin Heidegger significa cuidado, curación) le cabe la desolada frase: «Una voz que clama en el desierto». Comenzó su raid hace dos años: el Arzobispado, el Viceintendente de la ciudad -hoy Intendente- y últimamente el ministro de Seguridad de la Provincia. A nadie le interesa un comino los oídos ni el descanso de los que tienen que trabajar ni los jubilados ni tampoco los niños autistas que no soportan estos ruidos atronadores. ¿Un tema así no debería importarle a un pastor de la Iglesia? El proyecto en cuestión menciona el stress auditivo y agotamiento nervioso de las personas que desde hace tiempo están expuestas a ruidos ensordecedores desde la medianoche hasta las 06,30. Una verdadera tortura. Si Monseñor Rossi esgrime como su mejor argumento contra el gobierno que está en marcha una «eutanasia encubierta», entonces ¿cómo se denomina su desinterés por un fenómeno psico-cultural-social -show del estruendo- que son las pandillas que no dejar dormir a la gente, pandillas que carecen del más mínimo sentimiento de empatía y solidaridad hacia su propia comunidad, jóvenes -verdaderos vándalos- que están convencidos que sólo ellos habitan el mundo. ¿Acaso no recomendó este papa a los jóvenes «hacer lío», lo que se interpretó desdichadamente con doble sentido? ¿Por qué no va Mons. Rossi a hablar con ellos y a persuadirlos de que sus derechos terminan donde comienza el derecho ajeno? Ese es el campo de los conflictos humanos que le debe incumbir a un religioso con auténtica vocación. Allí debe hacer oír su voz. Hablar personalmente, cara a cara y no desde el púlpito. Es Mahoma quien debe ir a la montaña y no a la inversa que es pura vanidad y orgullo. Vamos mal si no hay un efectivo aseguramiento de la tranquilidad como garantía de la salud pública, en este caso, el agotamiento psicofísico por constante agresión auditiva, síndrome que trastorna y enferma la psiquis (humana y animal) por la tremenda sonoridad de los estruendosos escapes de las motocicletas de gran cilindrada, igual que las máquinas apocalípticas de la película «Mad Max».

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