Por Hernán Andrés Kruse.-

La fiesta electrónica celebrada en Costa Salguero el pasado sábado 16 de abril terminó en una tragedia que conmocionó a la opinión pública. Cinco jóvenes perdieron la vida luego de haber consumido drogas. Inmediatamente emergió el recuerdo de Cromañón, aquel reducto infernal que terminó en 2004 con la vida de casi 200 jóvenes y que se llevó puesto a Aníbal Ibarra, por entonces jefe de Gobierno porteño. Como sucede cada vez que se produce una tragedia semejante los canales de televisión se inundan de expertos en drogadicción y psicólogos que dan su punto de vista sobre un problema por ahora indescifrable. Lo único cierto es que las drogas nos han invadido, que un buen porcentaje de jóvenes son sus esclavos, que se está en presencia de un fabuloso comercio que beneficia a unos cuantos delincuentes; que el narcotráfico llegó para quedarse, en suma. Frente al avance del negocio de las drogas las autoridades argentinas han reaccionado como pudieron, dejando en evidencia su gran impotencia para hacer frente a una situación que las sobrepasó largamente. Desde hace veinte años que el problema es tapa de los diarios, que se analiza en la radio y la televisión y que las autoridades de turno han tratado de hacerle frente utilizando las fuerzas de seguridad. Hasta el momento el uso de la represión para combatir el flagelo de las drogas demostró ser un fiasco. Las diversas fuerzas de seguridad provinciales y la federal se han cansado de realizar “operativos exitosos” que fueron bien promocionados por los grandes medios de comunicación, pero lo cierto es que hasta ahora lo único cierto es que las drogas se expanden como reguero de pólvora a lo largo y ancho del territorio nacional. Ante el evidente fracaso del accionar represivo en la lucha contra el narcotráfico-problema central de la Argentina actual-emerge en toda su magnitud la necesidad de explorar otros métodos de combate que puedan resultar más eficaces que el uso de la violencia policial.

Hay quienes sostienen, entre ellos el Nobel de Economía, Milton Friedman, que la única forma de frenar el avance del narcotráfico es a través de la legalización de las drogas, tema que hasta ahora, al menos en la Argentina, es considerado tabú. Muchos se horrorizan cuando escuchan hablar del tema pero nada proponen como solución alternativa. Sólo se limitan a proclamar su fe en la represión como único y legítimo método válido de combate contra el narcotráfico, cerrando los ojos a una realidad evidente: ese método ha dejado de servir a los intereses de la sociedad, en especial de la juventud, el sector más permeable a las drogas. Al respecto, es interesante analizar la propuesta de Juan Carlos Hidalgo, colaborador del Proyecto sobre la Libertad Económica Global del Cato Institute. El autor se refiere a las diez razones que existen para legalizar las drogas:

“1. La legalización pondría fin a la parte exageradamente lucrativa del negocio del narcotráfico, al traer a la superficie el mercado negro existente. Y con la desaparición de la clandestinidad del narcotráfico disminuye dramáticamente la problemática social ligada a dicha actividad. La actual prohibición de las drogas no detiene al mercado, simplemente lo ha sumergido bajo el manto de la ilegalidad, y cuando un negocio es un crimen, los criminales tomarán parte de éste. Según las Naciones Unidas, el tráfico de drogas genera 400.000 mil millones de dólares anuales, lo cual representa un 8% del comercio mundial, comparable con la industria de textiles. Dicho botín representa una tentación irresistible para los criminales del mundo”;

“2. La legalización reduciría dramáticamente el precio de las drogas, al acabar con los altísimos costos de producción e intermediación que implica la prohibición. Esto significa que mucha gente que posee adicción a estas sustancias no tendrá que robar o prostituirse con el fin de costear el actual precio inflado en dichas circunstancias”;

“3. Legalizar las drogas haría que la fabricación de dichas sustancias se encuentre dentro del alcance de las regulaciones propias de un mercado legal. Bajo la prohibición, no existen controles de calidad ni venta de dosis estandarizadas. Esto ha conducido a niveles de mortalidad altos a causa de sobredosis o envenenamiento por el consumo de drogas. De hecho, según un estudio del Cato Institute realizado por James Ostrowski, el 80% de las muertes relacionadas con drogas se deben a la falta de acceso a dosis estandarizadas”;

“4. El narcotráfico ha extendido sus tentáculos en la vida política de los países. Importantes figuras políticas a lo largo de Latinoamérica han sido ligadas con personalidades y dineros relacionados con el tráfico de drogas. Tal vez aquí yace la razón por la cual la guerra contra las drogas se intensifica año tras año. Los grandes narcotraficantes son los que más se benefician con la actual prohibición, y los operativos anti-drogas que se practican en Latinoamérica sirven para eliminarles la competencia que enfrentan por parte de los pequeños y medianos distribuidores. La legalización acabaría con esta nefasta alianza del narcotráfico y el poder político”;

“5. Legalizar las drogas acabaría con un foco importante de corrupción, la cual aumenta en todos los niveles del gobierno debido a que una substancial cantidad de policías, oficiales de aduana, jueces y toda clase de autoridades han sido comprados, sobornados o extorsionados por narcotraficantes, creando un gran ambiente de desconfianza por parte de la población hacia el sector público en general”;

“6. Los gobiernos dejarían de malgastar miles de millones de dólares en el combate de las drogas, recursos que serían destinados a combatir a los verdaderos criminales: los que violan los derechos a los demás (asesinos, estafadores, violadores, ladrones, grupos terroristas). Además, con la legalización se descongestionarían las cárceles, las cuales hoy en día se ven inundadas por gente cuyo único crimen fue el consumo de substancias que están prohibidas por la ley. Todos estos esfuerzos por combatir el tráfico de drogas han sido inútiles. Por ejemplo, las mismas autoridades reconocen que a pesar de todo el dinero gastado, los esfuerzos actuales solo interceptan el 13% de los embarques de heroína y un máximo del 28% de los de cocaína. De acuerdo con las Naciones Unidas, las ganancias de las drogas ilegales están tan infladas que tres cuartos de todos los embarques deberían ser interceptados con el fin de reducir de manera significativa lo lucrativo del negocio”;

“7. Con la legalización se acaba el pretexto del Estado de socavar nuestras libertades con el fin de llevar a cabo esta guerra contra las drogas. Intervenciones telefónicas, allanamientos, registro de expedientes, censura y control de armas son actos que atentan contra nuestra libertad y autonomía como individuos. Si hoy en día las drogas son accesibles incluso en las áreas de máxima seguridad de las prisiones, ni siquiera convirtiendo a nuestros países en cárceles vamos a lograr mantener a las drogas fuera del alcance de aquellos que quieran consumirlas Legalizando estas substancias evitaremos que los gobiernos conviertan a nuestros países en prisiones de facto”;

“8. Legalizar las drogas desactivará la bomba de tiempo en la que se ha convertido Latinoamérica, especialmente países como Ecuador, Bolivia y Colombia. En este último, las guerrillas financiadas por el narcotráfico manejan miles de millones de dólares en equipos militares de primera línea, y amenazan con extender su lucha a países como Panamá, Brasil y Venezuela. Hace un par de años se descubrió la fabricación de un submarino en Colombia para el transporte de armamentos y drogas, lo que demuestra el poderío de estos grupos guerrilleros. Todo esto ha llevado a una intervención creciente por parte de Estados Unidos, quienes desde hace un par de años han venido fortaleciendo su presencia militar en la región de una manera nunca vista desde el fin de la Guerra Fría”;

“9. En una sociedad en donde las drogas son legales, el número de víctimas inocentes producto del consumo y la venta de estupefacientes se vería reducido substancialmente. La actual política afecta directamente tanto a los consumidores de narcóticos como a terceros. Es así como gran cantidad de personas que nunca han consumido estas sustancias o que no están relacionadas con la actividad se ven perjudicadas o incluso pierden la vida debido a las “externalidades” de la guerra contra las drogas: violencia urbana, abusos policiales, confiscación de propiedades, allanamientos equivocados, entre muchos otros”;

“10. La legalización conducirá a que la sociedad aprenda a convivir con las drogas, tal y como lo ha hecho con otras sustancias como el alcohol y el tabaco. El proceso de aprendizaje social es sumamente valioso para poder disminuir e internalizar los efectos negativos que se derivan del consumo y abuso de ciertas sustancias. Sin embargo, políticas como las de la prohibición, al convertir a los consumidores en criminales, desincentivan la aparición de comportamientos y actitudes sociales necesarios para poder lidiar con los problemas de la adicción y el consumo tempranero de dichas sustancias”.

El autor concluye así: “Luego de muchos años de malas experiencias con la política actual, y tras un análisis detallado de las consecuencias no deseadas de prohibir el consumo y la venta de substancias que la gente quiere, es necesario que lleguemos a la conclusión de que las drogas deben ser legalizadas si no queremos seguir el camino autodestructivo al que nos está conduciendo la prohibición moderna”.

¿Resulta tan difícil legalizar las drogas? Resulta muy complicado porque con la legalización se tocan intereses muy pesados. El narcotráfico mueve montañas de dólares por año y cuentan, por ende, con el suficiente poder de fuego para comprar las conciencias habidas y por haber. Políticos (desde presidentes para abajo), jueces, policías y periodistas son las presas escogidas por los narcotraficantes para extender sus redes de dominación por todos lados. En la provincia de Santa Fe, por ejemplo, el narcotráfico creció geométricamente desde que el socialismo se instaló en la gobernación. Lo que resulta increíble en el caso de la Bota es que primero Hermes Binner y luego Antonio Bonfatti ascendieron a la máxima jerarquía de la policía santafesina a un uniformado, el ex comisario Hugo Tognoli, que luego de ser acusado de connivencia con el narcotráfico (y otros delitos) fue condenado a seis años de prisión en octubre de 2015. También hay que reconocer que el narcotráfico creció durante los últimos años del kirchnerismo quedando en evidencia la impotencia operativa de quienes ocuparon sucesivamente el cargo de Ministro de Seguridad. Este fracaso de la lucha entablada en los últimos tiempos por las autoridades argentinas-en todos los niveles-contra el narcotráfico demuestra que habría que pensar muy seriamente a partir de ahora en la legalización de las drogas como solución alternativa. Total, si falla no sería más que agregar otra mancha al tigre.

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