Por Nicolás Márquez.-

Apenas unas horas se han cumplido del primer año de Cambiemos en el gobierno y en consonancia, son muchos los análisis y balances que se efectuaron al respecto: es menester entonces que hagamos el nuestro conforme con los valores, expectativas e ideología que nos son propias.

Economía

Tanto sea por falta de poder político como por ausencia de convicción, a lo largo de este año en materia económica el nuevo gobierno se limitó a emprolijar la economía en algunas áreas (la salida del CEPO y cierta disciplina en el Banco Central sería los puntos más elogiables), pero sin embargo no hubo ni amagos de privatizaciones ni mucho menos de un achique del agobiante gasto público. El Estado elefantiásico heredado prosigue atosigando la vida de los argentinos y las modificaciones transitadas no fueron mucho más que arreglos puntuales a temas colaterales, pero no hubo al momento ninguna reforma estructural: ¿cómo se piensa bajar la inflación sin disminuir el déficit?, ¿cómo se piensa atraer inversiones sino se desregula el mercado y se bajan los impuestos?, ¿cómo se piensa generar empleo sin aliviar la demagógica legislación laboral?

Es justo decir que la corrupción que caracterizó al régimen anterior ha sido disminuida de manera sensible y visible, y ello es un mérito no menor de Cambiemos a lo largo del año acontecido. Pero la corrupción no va a tardar en aparecer si no se cambia el sistema, dado que el estatismo es caldo de cultivo de la peor forma de corrupción: la corrupción estructural. Y mientras no se modifique esa estructura, la dádiva y el negociado estarán al acecho aguardando un afloje de una vigilancia hoy vigente pero que es bien propia de los primeros tiempos de gestión.

Política internacional

En política internacional la Canciller Susana Malcorra (que fue nombrada y avalada por Macri en todos sus términos) no dejó derrota por padecer. Políticamente correcta ella, metió al país en el consenso trasnacional progresista y nos sometió al vergonzoso papel de obrar de alcahuetes del castrismo y del terrorismo internacional en el bochornoso “plebiscito de paz” llevado a cabo en Colombia en favor de la narco-guerrilla de las FARC, endemoniado contubernio cuyo “garante moral” no fue otro que el tirano criminal de Raúl Castro, en cuya componenda Macri acudió al cónclave disfrazado de pacifista en patético apoyo del traidor de Juan Manuel Santos en unos comicios que encima, éste último tránsfuga perdió a manos de la parte sana de la población colombiana.

Seguidamente, Malcorra apostó por la ideología de género que pretendía consolidar a nivel mundial la abortista Hillary Clinton en las elecciones estadounidenses. Aquí no sólo hubo un error moral al servicio del marxismo cultural sino que hubo un error político, dado que afortunadamente Hillary perdió contra el conservador Donald Trump: pero ahora las relaciones de Argentina respecto del futuro gobierno americano quedaron totalmente desdibujadas y entorpecidas. Entorpecimiento que se agrava aún más si tenemos en cuenta que como Embajador en Washington se nombró a un oportunista de inspiración socialdemócrata como Martín Lousteau, figurón de farándula cuyo prontuario guarda la indecorosa cucarda de haber sido Ministro de Economía del gobierno más corrupto de la historia Argentina.

Encima, a lo largo de este intenso derrotero de desaciertos globales, la Canciller no se privó de pretender liderar la Secretaría General de la ONU y volvió a perder en el intento, propinándole al país otra sonora derrota internacional como consecuencia de su irreflexivo arrebato vedettístico.

En suma, no sólo la Ministro de Relaciones Exteriores encabezó cruzadas absurdas y pro-zurdas sino que además, estas desventuras las perdió una a una, mayormente a manos de una nueva derecha naciente y vigorosa que se encuentra en diversas latitudes brindando una épica pelea a capa y espada contra el marxismo cultural: endemoniada tendencia ideológica heredada del gobierno kirchnerista que la actual administración no sólo no se ocupó de combatir, sino que recibió y continuó con beneplácito para disfrute no del votante promedio de Cambiemos sino de malolientes psico-bolches de barniz foucaultiana y de pervertidos sexuales por todo concepto.

Derechos Humanos

En cuanto a la llamada “política de derechos humanos” (eufemismo elegante al servicio de la financiación estatal de guerrilleros retirados y empresarios de la memoria), es cierto que algo se acabó con el “curro”[1] en cuestión al quitarle parte del abundante presupuesto del que disponían la organizaciones que lucran con el pasado, pero una parte importante de ese inmerecido subsidio hoy sigue vigente, dato lamentable al que cabe sumarle el dramático episodio de que los militares injustamente detenidos por el régimen anterior prosiguen padeciendo penurias y encierros, aunque de modo atemperado puesto que en muchos casos se procedió a brindar arresto domiciliario a los prisioneros que cuentan con más de 70 años lo cual constituye un alivio, pero un alivio insuficiente: no hay ningún fundamento jurídico serio que ampare la detención de un solo militar que haya combatido al terrorismo en la década del setenta. Urge liberar a todos de inmediato y juzgar a los jueces y fiscales que prevaricando encarcelaron urbi et orbe a cuanto uniformado fuera llevado al banquillo durante los últimos 12 años de inconcebible persecución ideológica, parodia judicial mediante.

Política institucional

Cerremos este breve comentario refiriendo a la política institucional, ítem en el cual el gobierno ha efectuado un papel más digno que en los otros acápites repasados.

En esta materia Cambiemos heredó un país saturado, alterado, fatigado y abrumado de cadenas nacionales, periodistas amenazados, fiscales suicidados, carpetazos al acecho, políticos hostigados y dirigentes amedrentados por el insufrible aparato de propaganda estatal.

El autoelogio, el culto a la personalidad, la prepotencia institucionalizada, el clientelismo subsidiado, el adoctrinamiento escolar, los grupos de choque callejeros, el periodismo rentado y todo un insistente agobio de agresión publicitaria entrometido hasta en el fútbol, no hicieron otra cosa más que imponer un clima hostil de politización forzada en todos los ambientes, enturbiando tanto las tertulias domésticas como las reuniones familiares en una atmósfera de tensión y crispación permanente.

Periodistas, magistrados y políticos vivieron durante años en un constante estado de paranoia al saberse con sus celulares y correos pinchados. Los canales y medios estatales aturdían con operaciones de prensa a toda hora contra toda voz independiente: difamaciones, escraches, gritos, escupitajos, piquetes y movilizaciones clientelares “en apoyo de” o e “en repudio de” exacerbaban un clima de violencia simbólica (o fáctica), mientras la pandilla presidencial distraía e inventaba cruzadas ficcionarias contra “los medios hegemónicos”, “el imperialismo” o “la oligarquía terrateniente” entre tantos otros enemigos fabricados para consumo masivo de idiotas útiles y aplaudidores pagos.

En suma, la Argentina kirchnerista fue un país cuya institucionalidad y sociedad se hallaba en permanente estado de saturación. O dicho de un modo más inelegante pero con puro realismo: se vivía en un país literalmente emputecido.

Casi nada de todo este emputecimiento hoy subsiste y ello se puede advertir con toda claridad en las calles. Efectivamente, cuando el Estado no agrede a la sociedad por imperio de sus psicopáticos caciques, la ciudadanía comienza a vivir en un clima espiritual y mental de distensión evidente, el cual se percibe tanto en los rostros de los transeúntes como en el trato que nos brinda el almacenero. En el modo del camarero o en la cordialidad del vecino: en todo lo que va del año ni el Presidente ni sus Ministros destrataron a nadie ni provocaron los ánimos sectoriales gratuitamente.

También es cierto que el exceso de afabilidad puede ser un arma de doble filo cuando enfrente se tiene al peronismo (en su versión renovadora o kirchnerista -lo mismo da-), es decir a un tropel de bandoleros, mercenarios y ladrones ansiosos por ver sangre cuanto antes y derrocar al gobierno en la primera oportunidad.

Recientemente se dieron encendidas reacciones y discursos necesarios como los de la Diputada Silvia Lospennato y algunos otros gestos colaterales de otros funcionarios, los cuales darían cuenta de que Cambiemos se presta a cambiar la parsimoniosa cordialidad de su dirigencia por un espíritu más aguerrido en el marco de aquella legítima defensa que urgentemente se necesita para enfrentar la agresión del hampa peronista: hampa que no sabe ni concibe vivir fuera del poder.

Lo cierto es que desde que asumió Macri se comenzó a convivir en una clara propensión a la armonía ciudadanía. Ello no quiere decir que no existan problemas o conflictos interpersonales o sociales, pero sin dudas el hábitat hoy luce distinto y aunque con todas las salvedades que se quieran hacer, de a poco se va consolidando la sensación de que estamos empezando a vivir en un país con rasgos de normalidad y civilidad: algo impensable un año atrás en plena angurria delictiva y hostigamiento sistemático para con todo individuo o sector no adicto al despotismo iletrado de los Kirchner.

¿Un ocho se puso Macri?

Así las cosas, el propio Mauricio Macri se autoimpuso un ocho como puntaje de gestión (algo así como un “distinguido” conforme la jerga universitaria). Fue un acto de imprudencia. La auto-calificación nunca resulta ser un gesto elegante y por lo demás, no sólo carece de objetividad sino que por otro lado preguntamos: ¿a tan sólo dos puntos del diez estamos entonces?

El puntaje que le ponemos nosotros

Si nos ajustamos a nuestros más puros ideales y siendo el actual un gobierno culturalmente afecto a la ideología de género, económicamente al dirigismo, internacionalmente al mundialismo progresista y en cuanto a los “derechos humanos” a brindar apenas un paliativo insuficiente en la cuestión militar, es casi imposible que podamos colocarle al año transitado una nota que apruebe el examen, por más mejora institucional que se advierta.

Ahora bien, si comparamos al gobierno actual con la banda de asaltantes que dejó el poder el 10 de diciembre del 2015, pues entonces la gestión de Cambiemos sí merecería el mencionado guarismo de ocho puntos, no tanto por mérito propio como por abrupto contraste respecto de la prontuariada gavilla antecesora.

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[1] Inelegante vocablo que de manera textual Macri refirió acabar en campaña.

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