Por Justo J. Watson.-

Las 10 palabras más destructivas del idioma castellano, repetidas innumerables veces y bajo mil formas a través de nuestra historia son “hola, soy funcionario del Estado y estoy acá para ayudarte”.

10 palabras causantes de la casi totalidad de nuestra decadencia moral y consecuente miseria. De nuestras mafias estructurales, corrupción, muertes prematuras evitables, des-educación, vergüenza internacional y desesperanza de largo plazo.

Ronald Reagan aseguraba siendo presidente de los Estados Unidos que, en cualquier caso, el gobierno no era la solución sino el problema y se mofaba de las intervenciones estatales parodiando a los políticos dirigistas: “…si se mueve, aplíquesele un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlese. Si no se mueve más, otórguesele un subsidio…”

El alud inmigratorio de 1880 a 1930 que hizo estallar la prosperidad cambiando de cuajo la historia económica de nuestro país estuvo motivado por la necesidad de exiliarse fiscalmente, de huir de países intervencionistas con gobiernos “presentes” para venir a una nación nueva que ofrecía precisamente lo contrario: gran libertad para emprender, con un Estado económicamente “ausente”.

Vinieron a trabajar duro sin ser estorbados y a hacer dinero para su familia sin ser robados ni esclavizados con tributos ni regulaciones estúpidas. Y lo lograron, creando en el proceso una verdadera gallina de los huevos de oro comunitaria.

Todo parece indicar que está llegando la hora de otro cambio de cuajo. Eyectando a este gobierno que, en estado de pánico agresivo, sólo atina a acogotar hasta la muerte lo que queda de la gallina.

Un gran cambio cultural y estructural como lo fue aquel y que como entonces, llevará su tiempo. Décadas en nuestro caso, probablemente.

Cambios estructurales profundos; cirugía mayor (sobre la que cada día aumenta el consenso) a aplicarse sobre temas medulares como previsión social, libertades económicas, contractuales y gremiales, seguridad jurídica, carga impositiva, “empresas” públicas, asistencialismo, legislación laboral, atribuciones del Estado y cristiana subsidiariedad entre otros.

Y desde luego, fijando un norte claro y explícito de largo plazo pues, como se sabe, no hay vientos favorables para quienes no saben hacia dónde van.

Madurar socialmente y crecer, es un riesgo. Pero los estadistas que sucedan a este gobierno predador deberán arriesgarse recalculando el costo-beneficio del no-cambio; o el de gradualizar el cambio en demasía.

Ya comprobamos durante 77 largos años que prohibir, restringir y cargar fiscalmente bajo el falso pretexto de “no dejar a nadie atrás” o de “combatir las desigualdades” no es el camino. Más bien fue la senda hacia la trampera estatista y sus arenas movedizas.

La mejor opción es ser audaz e innovar; soltar los dogales, estimular a fondo a todo emprendedor local o extranjero con la zanahoria de una ganancia plena e ir para adelante.

Porque el caos del desamparo y la desesperación no son lo que podría sobrevenir sino lo que tenemos aquí y ahora. El experimento peronista (y hasta hace muy poco, radical) de aumentar impuestos, regulaciones y subsidios tuvo un crescendo de décadas y se correspondió exactamente con el crescendo de la pobreza.

Fracasó. Es el desastre que los argentinos tenemos entre manos hoy; con empresas cada día más inviables y ciudadanos cada vez más empobrecidos.

El populismo uniformiza y su luz guía es el tribalismo (la contención social nacionalista) pero la uniformidad es -al fin del día- comisariato político, sociedad estratificada, pobreza, resignación y previsibilidad… de muerte prematura por represión o carencias.

Lo libertario, por el contrario, diversifica y su luz guía es el cosmopolitismo; es abierto, conflictivo y hasta cierto punto imprevisible pero trae consigo el auge económico, la libertad de opciones y la cooperación voluntaria capitalista. Y con ello, la movilidad social ascendente.

Empecemos a desterrar de nuestras mentes esas 10 palabras venenosas y asumamos que el Estado, hojarasca retórica aparte, no es otra cosa que… compulsión.

Como enseñó Alfred N. Whitehead (erudito filósofo inglés, 1861-1947): “Las relaciones entre personas o grupos sociales toman una de estas dos formas: fuerza o persuasión. El comercio es el gran ejemplo de las relaciones persuasivas. La guerra, la esclavitud y la compulsión gubernamental ejemplifican el reino de la fuerza. El triunfo de la persuasión sobre la fuerza es el signo de una sociedad civilizada”.