Por Luis Américo Illuminati.-

«Nada está construido en piedra. Todo está construido sobre arena, pero debemos construir como si la arena fuera de piedra». (J.L. Borges).

El 24 de agosto se conmemora en nuestro país el Día del Lector. Esta fecha es en homenaje al nacimiento de Jorge Luis Borges, quien nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires. En mérito a este insigne y universal poeta, ensayista, cuentista, un pensador por excelencia en toda la extensión de la palabra, quien se jactaba de los libros que había leído y no de los que había escrito, creo que usaba la palabra -el Logos- como un puente de comunicación con sus semejantes de la esencia de su espíritu. Son tantos los dichos y finas ironías de este ilustre argentino -nuestro compatriota- que desde que comenzó a escribir cosechó buenos enemigos, y que luego de 125 años los denuestos de éstos -que igual que él ya están en el otro mundo- son hoy elogios. Borges, un hombre que no le tuvo miedo a nada, reveló su pensamiento metafísico con maestría para convertir la vulgaridad y la medianía de su pueblo en un sentimiento infinito. Le sucedió algo parecido a San Martín, murió en tierra extranjera, el santo de la espada en Francia y él en Suiza, pero no porque no amara a su patria sino porque allí pasó la mayor parte su infancia. No sería exagerado -aunque Borges era agnóstico- decir fue una especie de santo o profeta argentino, como José Hernández y el P. Leonardo Castellani -su colega coetáneo- a quien elogió, y como Cervantes, queriendo parecerse al hidalgo caballero que montó una vez a Clavileño (un caballo de madera) y recorrió media España montando a Rocinante, acompañado del rústico Sancho Panza, su fiel escudero que lo siguió a todas partes, incluso fue «Gobernador» de la ínsula de Barataria (una maligna broma como son muchas veces los partidos políticos argentinos para con los ciudadanos que votan) y Don Quijote fue su consejero. De modo que, en honor de todos los lectores del Informador Público, tanto los que coinciden con nuestras ideas como los que no, dedico esta modesta nota, agradeciendo al Informador Público de darme la posibilidad de expresarme a mí y a los demás articulistas, y también a los lectores. ¿Qué sería de una nota si no tuviera el eco que es el lector, se da una simbiosis, un fructífero intercambio de pareceres con miras a que nuestra barca, velero, balsa, salvavida o flotador nos ayuden a arribar a buen puerto, que desde mi sentir es el demorado encuentro y unión de todo el pueblo argentino? En la imagen que ilustra la presente nota se observa una cuerda gastada que aún no se ha cortado y una dama remando en un bote. Esa dama para unos es la Justicia, para otros la Argentina y para un tercer grupo la cordura.

Remar Mar adentro. No queda otra.

La experiencia ajena no es suficiente para desengañarnos, por lo que sólo aprendemos de nuestros propios errores o desgracias. Si los padres pudiéramos evitarles a nuestros hijos el sufrimiento trataríamos de hacer todo lo posible para que sigan los consejos y advertencias que les damos en el viaje de la vida que es un remar en medio del oleaje del mar tempestuoso. La vida es una sola y no es como en el cine o el teatro que antes del estreno de una obra se puede ensayar una y cien veces. Remar y remar, bogar y nadar. A lo largo de mi vida, que ha sido como un viaje en un velero navegando en medio de un océano proceloso he tenido en esa singladura o recorrido de mil millas marinas, de orilla a orilla, dos o tres contramaestres o nostromos. Nostromo, en italiano, significa el grado como se le llama en el código marino al oficial o contramaestre, el oficio de Cervoni, y también el cargo del héroe de la novela de Joseph Conrad.

El primer contramaestre en mi niñez ha sido mi padre junto con mi abuelo. El segundo y el tercero, algunos maestros -entre ellos un cura, un militar y un juez-; y por último, tengo de guardavida permanente a Jesús que me salvó de ahogarme no pocas veces igual que a Pedro que quiso caminar sobre las aguas. Porque el hombre (en este caso yo) si bien parece haber aprendido la lección en cada salida a pescar, siempre quiere alcanzar la otra orilla caminando en lugar de nadar y flotar sobre las aguas. La fe es lo único que al náufrago lo lleva a buen puerto. «Duc in altum», Lc.5, 1:11 (Rema Mar adentro), son palabras del Divino Maestro, mi guardavida que hasta ahora no me ha soltado la mano.

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