Por Hernán Andrés Kruse.-

El jueves 24 de marzo se conmemoró un nuevo aniversario del golpe cívico-militar que derrocó a María Estela Martínez de Perón. Hace 46 años las fuerzas armadas, sin necesidad de disparar un solo tiro, secuestraron a la presidenta y la condujeron arrestada al sur del país. Comenzaba el “Proceso de Reorganización Nacional”. La Junta Militar integrada por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Masera y Orlando Ramón Agosti asumió el poder. Al poco tiempo designaron a Videla presidente de la nación.

Es bueno recordar lo que nos pasó hace 46 años. Es bueno refrescar la memoria histórica. Porque a partir de la recuperación de la democracia se impuso un relato parcial, altamente ideologizado, de aquella trágica época. Según este relato los malos de la película, los militares, se ensañaron con los buenos de la película, los jóvenes idealistas que soñaban con instaurar en el país el paraíso socialista. Veamos.

Lo primero que hay que destacar es que el pueblo respiró aliviado cuando se enteró del derrocamiento de Isabel. Este es un dato sumamente importante que ha sido olímpicamente ignorado por el relato. La inmensa mayoría de los argentinos estuvo de acuerdo con el accionar militar. De haberse realizado ese 24 de marzo una encuesta nacional seguramente hubiera indicado que más del 80% de los argentinos estuvo a favor del golpe. La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿por qué el pueblo estuvo de acuerdo con la decisión de los militares de voltear al gobierno peronista? Esta pregunta es muy importante porque alude a lo que aconteció en el país durante el tercer gobierno peronista. En otras palabras: para entender el apoyo dado por los argentinos al golpe es fundamental analizar las causas que condujeron a ese trágico episodio.

Lo que aconteció el 24 de marzo de 1976 fue, parafraseando a García Márquez, la crónica de un golpe anunciado. Desde hacía meses que se venía hablando a hurtadillas del golpe que los militares estaban preparando. Según narran los libros de historia la planificación habría comenzado inmediatamente después del reemplazo del entonces jefe del ejército, Numa Laplane, por Videla en agosto de 1975. En ese momento el gobierno de Isabel era un barco a la deriva. El ajuste de Celestino Rodrigo había provocado inflación y desabastecimiento, y la violencia crecía de manera exponencial. Había un virtual estado de guerra civil protagonizada por la derecha y la izquierda del peronismo. El estado de derecho no existía. La vida no valía absolutamente nada. La gente tenía miedo. El vacío de poder era enorme.

Muchos afirman que las fuerzas armadas derrocaron a un gobierno constitucional. No es verdad. El gobierno de Isabel lejos estuvo de ser un gobierno constitucional. Es cierto que la viuda de Perón fue votada por el 62% del electorado en septiembre de 1973, pero su ejercicio del poder colisionó con los valores filosóficos fundamentales consagrados por la Constitución. Era un gobierno que atentaba contra los derechos humanos fundamentales (la vida, la seguridad y la paz social). También es cierto que la clase política fue incapaz de encontrarle una solución constitucional al vacío de poder reinante. Es en este momento cuando todos debemos quitarnos la máscara: todos estaban de acuerdo con derrocar a Isabel. Todos. Los grandes medios de comunicación, la Iglesia, los empresarios, la clase política y la inmensa mayoría del pueblo no soportaban a Isabel. Ello explica lo fácil que le resultó al poder militar tumbar al gobierno.

Aclarado este punto, creo que es muy importante hacer referencia a un tema crucial: el terrorismo de estado. Nadie imaginó ese 24 de marzo lo que sucedería a posteriori en esta materia. Nadie, salvo, por supuesto, los militares y, quizá, algunos miembros del establishment. Pero aquí hay que destacar lo siguiente. El terrorismo de estado no comenzó el 24 de marzo de 1976 sino durante el período anterior. Tengo en mi poder un libro por demás esclarecedor titulado “El peronismo armado”. Su autor es Alejandro Guerrero, escritor, periodista y militante político de izquierda. En su casi 700 páginas narra minuciosamente lo que aconteció en el país entre el derrocamiento de Perón en 1955 y la contraofensiva montonera en 1979. Afirma que el terrorismo de estado comenzó en realidad durante la tercera presidencia de Perón cuando bendijo el accionar de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA). Lo que sucedió a partir del 24 de marzo de 1976 fue la institucionalización del accionar de la AAA a través de los grupos de tareas.

Un último punto que me parece relevante. Los montoneros y los erpianos lejos estuvieron de ser jóvenes idealistas. No fueron otra cosa que fanáticos para quienes la vida no valía absolutamente nada. Conducidos por megalómanos como Firmenich y Santucho, terminaron siendo funcionales a los militares. Los montoneros y los erpianos apoyaron el golpe contra Isabel porque creían que cuanto más empeoraba la situación, mayores eran sus chances de instaurar en la Argentina el paraíso socialista. Un delirio total.

Según el relato a partir del 24 de marzo de 1976 el país ingresó en la etapa más oscura y trágica de su historia. No es verdad. Ello sucedió mucho tiempo antes, cuando las fuerzas armadas, también sin disparar un solo tiro, derrocaron a Hipólito Yrigoyen en aquel lejano 6 de septiembre de 1930. A partir de entonces nos acostumbramos a vivir al margen de la ley. Hoy, en pleno siglo XXI, no hemos abandonado esa costumbre.

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