Por Aníbal Hardy.-

El legado de nuestros próceres, esos que dejaron vida y bienes en favor de su patria, que no manejaban dinero espurio, que no se enriquecieron ilícitamente y optaron por renunciar a premios y prebendas, donando sus haciendas para el bien común. Y que todo lo que hicieron no fue con fines de lucro sino con premeditada vocación de pobreza. Su verdadero patrimonio fue la entrega inclaudicable en pos de una Nación Libre y Soberana.

Pero este “No es el caso de quienes nos gobernaron durante doce años”, integrando un poder caracterizado por las malas costumbres al momento de administrar los dineros públicos. La ex presidente, curiosamente ha mostrado una recurrente modalidad en sus habitualmente tediosos mensajes por cadena nacional. Y es que invariablemente ocultaba mencionar una palabra que por esos días le colocaba un rótulo aniquiladoramente vergonzante al establishment: CORRUPCIÓN. Jamás la mencionó para prometer una lucha frontal contra este flagelo y como causa nacional.

“Todos somos buenos, pero cuando nos vigilan somos mucho mejores” dijo Juan Domingo Perón. Si el gobierno K hubiera controlado y vigilado obrando conforme a esta sentencia del fundador del justicialismo, hoy no se estarían destapando tantas ollas nauseabundas que hoy salpican indubitablemente a la cima del poder, de un gobierno no nunca toco ministros de sospechosas conductas, lo que fue un ilícito de extrema gravedad porque dinamitó la credibilidad y la estabilidad de todo un país.

Un presidente está para proteger al Estado y a la sociedad de la corrupción y nunca para apañar y poner a resguardo a los corruptos. Quien más obligado está a respetar una investidura, es aquel que la ostenta. Cuando ello no ocurre el cargo pierde todo su brillo y relevancia. Son los casos de delitos que se han denunciado contra funcionarios públicos nacionales por incurrir en cohecho activo o pasivo. El gobierno kirchnerista hizo promesas durante toda la gestión desde 2003, diciendo celebrar en su primera “década ganada” como un hito refundacional, cuando ha tenido como sello distintivo la carencia de todo control, lo que significó una suerte de ganzúa institucional, para abrir las puertas al enriquecimiento ilícito.

A los que ya pintamos canas nos han enseñado desde los lejanos días de “Instrucción Cívica”, (materia casi olvidada la currícula secundaria), la relación que vincula a los ciudadanos-electores con los ciudadanos-elegidos es un mandato, a punto tal que, al Presidente, se lo denominaba “primer mandatario”. Es el deber que asumen éstos de representar a aquellos, con el límite de las “instrucciones” que reciben, plasmadas en la plataforma electoral que los votantes escogen al votar.

Un funcionario creíble es aquella persona de la que se espera va a cumplir los pactos y la palabra empeñada en toda circunstancia. Que se va a comportar de un modo transparente y previsible. Una persona a la que los ciudadanos no están forzados a vigilar en todo tiempo y lugar.

Los antecedentes desde aquel 25 de mayo de 1810 a nuestros últimos gobiernos, salvo raras excepciones, como personas creíbles no son los mejores. Como aquellos valientes cabildantes, próceres de ayer, sólo seremos creíbles cuando imperen la Constitución y la Justicia. Cuando los funcionarios delincuentes vayan presos. Cuando por nuestras actitudes éticas recuperemos nuestras libertades y derechos republicanos. Cuando se brinde cultura y trabajo al soberano, para que deje de apoyar con el voto por necesidades creadas, (“clientelismo”) a mandatarios/ administradores infieles, y lo hagan a representantes honorables de una Nación respetada como fue y debería ser nuestra Patria Argentina.

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