Por Milcíades León Clementi.-

La muerte del Cap (R) Marcos Francisco Rodríguez (Promoción 105-Intendencia-CMN) -ocurrida el jueves 10 de marzo pasado- enluta no sólo a su familia sino a todas las familias argentinas que en el pasado fueron testigos del pánico y del horror subversivo que en la Argentina sembraron las organizaciones guerrilleras de Montoneros, ERP, FAP, FAR y demás siglas ominosas que tenían las bandas criminales afines de ideología marxista-leninista-trotzkista-maoísta-guevarista-castrista.

El difunto militar ya había sido «preso político» -les guste o no este calificativo a los jueces federales- durante un tiempo prolongado hasta que habiéndose constatado que no existía motivo valedero alguno para mantenerlo privado de su libertad, fue absuelto y recuperó su merecida libertad.

No obstante, recientemente un nuevo magistrado lo imputó y ordenó su detención y el allanamiento de su vivienda en la ciudad de Paraná, mientras se encontraba recibiendo atención médica en Rosario por hallarse con serios problemas de salud. Nos preguntamos y dudamos cuáles pueden ser los nuevos «elementos de prueba» incorporados a la nueva causa.

Según la ley penal, la muerte del imputado hace que se cierre la causa y el imputado sea sobreseído. Pero los motivos que tuvo el magistrado para hacer lo que hizo, pueden ser revisados e investigados, en cualquier tiempo que sea, máxime si ellos eran meramente circunstanciales.

En la antigüedad, el suicidio era la salida de los hombres dignos y rectos que al quitarse la vida, dejaban un claro e inequívoco mensaje de honor, igual que un toque de trompeta, era su protesta contra la injusticia cometida contra su persona. Constituía todo un mensaje a sus verdugos.

En última instancia, apelaban al juicio de la Divinidad. Pues, hoy en la Argentina es muy difícil que la justicia triunfe, su balanza descompuesta premia a los malvados y pícaros y castiga al hombre inocente.

La mala obra de la Justicia, su mal juicio, su mala fe, llevan a que el suicidio sea la única salida de los hombres que no hicieron otra cosa más que defender a su País, siguiendo la consigna sanmartiniana: «Cuando la Patria está en peligro, todo está permitido, excepto, no defenderla»-como fue el cobarde ataque al Regimiento de Formosa- tienen la conciencia tranquila y el sentimiento del deber cumplido.

Por lo contrario, los otrora criminales de aquellas organizaciones guerrilleras que en el pasado asesinaron a mansalva a gente inocente, ahora devenidos en políticos, en legisladores, en severos catones, tienen sus manos manchadas con sangre. Por más que tres décadas después hayan obtenido el poder gracias a las malas artes y triquiñuelas del «clan Kirchner». Y jamás podrán decir con la mano en el corazón -y en el Día del Juicio Final-: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe» (2 Timoteo 4:7).

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