Por Hernán Andrés Kruse.-

El 10 de diciembre el presidente cumplió la primera mitad de su mandato. Dos años signados por la pandemia, la cuarentena y los escándalos. Dos años signados por una frustración colectiva que se tradujo en la dura derrota del 14 de noviembre. Como es tradicional en nuestro país, una nueva ilusión se hizo añicos. Una pena.

El 10 de diciembre de 2019 asumió el dirigente elegido por Cristina para encabezar la fórmula del FdT. Fue una hábil jugada de la ex presidenta que tomó por sorpresa al candidato del oficialismo, Mauricio Macri. Con el peronismo unido más el apoyo de algunos sectores “independientes”, la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner le ganó por ocho puntos de diferencia a la fórmula Mauricio Macri-Miguel Ángel Pichetto. Se trató de un clásico voto castigo emitido por una sociedad hastiada del macrismo. Macri fue el principal responsable del retorno del kirchnerismo al poder. Su gobierno fue tan malo, especialmente sus dos últimos años, que al FdT le demandó poco esfuerzo imponerse en las urnas.

El discurso de asunción de Alberto Fernández invitó a la ilusión. Se comprometió fundamentalmente a unir a los argentinos, a superar definitivamente la grieta que nos tiene atrapados desde hace mucho tiempo. Sin embargo, todos nos preguntamos en ese momento cómo sería su relación con la todopoderosa vicepresidenta. Todos nos preguntamos si sería capaz de no someterse a su voluntad. El tiempo demostró que no lo fue.

Todo marchaba relativamente sobre rieles cuando entró en escena un protagonista imprevisto: el coronavirus. Es imposible analizar los dos primeros años de la presidencia de Alberto Fernández sin tener en consideración a un virus que aparentemente tuvo su origen en un laboratorio chino. Al principio, el gobierno subestimó el problema. Tan fue así que el entonces ministro de Salud, el doctor Ginés González García, afirmó sin sonrojarse que eran escasas las probabilidades de ingreso del coronavirus en nuestro territorio. La rápida expansión del virus a escala planetaria lo desmintió de inmediato. Aconsejado por un grupo de reconocidos infectólogos, el presidente de la nación anunció el 19 de marzo de 2020 que a partir del día siguiente la sociedad entraba en cuarentena. La decisión fue apoyada unánimemente por los argentinos. A partir de entonces, Alberto Fernández apareció en reiteradas oportunidades en televisión flanqueado por el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, para explicar a la sociedad el éxito de la cuarentena. Fue el momento de esplendor de la imagen presidencial. Según todas las encuestas conocidas, en ese entonces su apoyo rozaba el 80%.

Increíblemente, justo cuando estaba en la cima de su popularidad comenzó a cometer yerro tras yerro. En julio comenzó a ser harto evidente que la estrategia del gobierno en la lucha contra la pandemia se reducía al encierro estricto. Y la sociedad comenzó a fastidiarse. La economía comenzó a crujir mientras que, a pesar de la cuarentena, el número de infectados no paraba de subir. Al igual que el de fallecidos. Fue entonces cuando entró en escena el plan de vacunación. Según señalaron varios especialistas dicho plan comenzó con un gran retraso, fruto de la impericia del gobierno. Para colmo, la opinión pública tuvo conocimiento de dos escándalos que socavaron de manera irremediable la autoridad presidencial: el denominado Olivosgate y el vacunatorio vip. Si a ello se le agrega la hecatombe económica ocasionada por el encierro eterno, no causó sorpresa la dura derrota del gobierno en las urnas.

La pandemia lejos estuvo de ser la única gran preocupación del gobierno. Hubo otra por demás relevante: la negociación con el FMI. Aquí le cabe una gran responsabilidad a Mauricio Macri. El ex presidente es el gran responsable del monumental endeudamiento que generó a partir de 2018 a raíz de su desesperado pedido al FMI por evitar su caída. Presionado por Trump, el organismo le prestó a Macri cerca de 50 mil millones de dólares para garantizar su continuidad en el poder en 2015. Lo único que consiguió el ex presidente fue endeudar a las futuras generaciones de argentinos, en un acto de gobierno rayano en la negligencia criminal. Ello explica la presencia en el gabinete de Alberto Fernández del economista Martín Guzmán, formado por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Su función ha consistido desde el principio en aplicar toda su sapiencia para garantizar el éxito de un acuerdo con el FMI que sea satisfactorio para el país. Lamentablemente, hasta ahora ha fracasado. Hoy la negociación está empantanada, especialmente luego de que la Cámara de Diputados de la nación rechazara el presupuesto 2022.

Otra cuestión relevante fue la relación del presidente con Cristina. Con el tiempo fue deteriorándose hasta que en el acto celebrado en el Estadio Único de La Plata la vicepresidente cuestionó a aquellos funcionarios que no funcionaban. Sin embargo, la ruptura definitiva no se produjo porque ello hubiera implicado la caída del gobierno. Hoy ambos se necesitan más que nunca, jaqueados por la dura derrota electoral. Por primera vez desde el retorno a la democracia el peronismo perdió la mayoría automática en el Senado y en la Cámara Baja la oposición está en condiciones de propinarle duros golpes, como el rechazo del presupuesto 2022. Todo parece indicar que el gobierno está dispuesto a redoblar la apuesta, como lo hizo Máximo Kirchner los otros días en el recinto. En consecuencia, de aquí a las elecciones presidenciales de 2023 sólo cabe esperar una profundización de la grieta.

Los primeros dos años de mandato de Alberto Fernández fueron, en definitiva, muy malos. El haber perdido en las elecciones parciales lo pone de manifiesto. El pueblo decidió castigar a un gobierno que no cumplió con ninguna de las promesas de campaña, especialmente con aquella de retornar al poder siendo mejores. Es cierto que volvieron pero iguales (para muchos, peores). Una verdadera lástima ya que semejante fracaso sólo conduce al retorno en 2023 de la alianza PRO-UCR, que ya demostró su incapacidad para gobernar.

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