Por Hernán Andrés Kruse.-

El candidato a presidente por el Frente de Todos, Alberto Fernández, acaba de emitir una polémica frase: “las dictaduras tienen origen no democrático. No es el caso de Venezuela”. De esa forma se introdujo en una de las cuestiones fundamentales de la ciencia política de todos los tiempos: la legitimidad política. Existen dos tipos de legitimidades: la de origen y la de ejercicio. La legitimidad de origen alude a la adecuación de la manera como es elegido el gobernante con las normas constitucionales vigentes. La legitimidad de ejercicio se refiere a la manera como el gobernante ejerce el poder, es decir, si gobierna en función de las normas constitucionales o no.

¿Puede un gobernante gozar de legitimidad de origen y ejercer el poder en forma dictatorial? Por supuesto que sí. El caso más dramático fue el de Adolph Hitler. El Führer accedió al poder por el voto del pueblo en 1933. A partir de entonces construyó un régimen totalitario sanguinario y cruel, cuyo objetivo último fue expandir por el mundo el dogma de la pureza racial. Considerar a Hitler democrático porque fue elegido por el pueblo implica denigrar a la democracia como filosofía de vida. Por supuesto que la legitimidad de origen es muy importante para determinar si un gobernante es o no democrático, pero también lo es la manera en que ejerce el poder. Si un gobernante es elegido por el pueblo pero luego persigue a los opositores, confisca diarios que lo critican, obliga a los maestros a enseñar en las aulas libros que ensalzan la figura de la primera dama, ese gobernante es un dictador con legitimidad de origen, pero no es un gobernante democrático.

Nicolás Maduro accedió al poder por el voto popular. Goza de una incuestionable legitimidad de origen. Pero carece de legitimidad de ejercicio. Aquella imagen dantesca de la tanqueta arrollando a opositores habla por sí misma. Por eso resulta incomprensible que un dirigente capacitado políticamente como Alberto Fernández exprese que las dictaduras tienen origen no democrático, cuando la historia es pletórica en ejemplos que demuestran lo contrario. Es probable que al estar tan cerca de ser presidente Alberto Fernández prefiera no hablar mal de Maduro para no enemistarse con los votantes de Cristina, vitales para su casi segura victoria el 27 de octubre.

Cada vez que sale a la luz esta cuestión conviene leer cuantas veces sea necesario lo que escribió Esteban Echeverría en el Dogma Socialista. “La voluntad de un pueblo o de una mayoría no puede establecer un derecho atentatorio del derecho individual porque no hay sobre la tierra autoridad alguna absoluta, porque ninguna es órgano infalible de la justicia suprema, y porque más arriba de las leyes humanas está la ley de la conciencia y de la razón. Ninguna autoridad legítima impera sino en nombre del derecho, de la justicia y de la verdad. A la voluntad nacional, verdadera conciencia pública, toca interpretar y decidir soberanamente sobre lo justo, lo verdadero y lo obligatorio: he aquí el dominio de la ley positiva. Pero más allá de esa ley, y en otra esfera más alta, existen los derechos del hombre, que siendo la base y la condición esencial del orden social se sobreponen a ella y la dominan. Ninguna mayoría, ningún partido o asamblea, tiene derecho para establecer una ley que ataque las leyes naturales y los principios conservadores de la sociedad, y que ponga a merced del capricho de un hombre la seguridad, la libertad y la vida de todos. El pueblo que comete este atentado es insensato, o al menos estúpido, porque usa de un derecho que no le pertenece, porque vende lo que no es suyo, la libertad de los demás; porque se vende a sí mismo no pudiendo hacerlo, y se constituye esclavo siendo libre por la ley de Dios y de su naturaleza. La voluntad de un pueblo jamás podrá sancionar como justo lo que es esencialmente injusto. Alegar razones de Estado para cohonestar la violación de estos derechos es introducir el maquiavelismo y sujetar de hecho a los hombres al desastroso imperio de la fuerza y de la arbitrariedad. La salud del pueblo no estriba en otra cosa sino en el religioso e inviolable respeto de los derechos de todos y cada uno de los miembros que lo componen”.

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