Por Paul Battistón.-

Nada que no hayamos visto. La única razón para la repetición de viñetas patéticas donde somos el dibujo atormentado que le toca tratar de conseguir sonrisas desde lo grotesco, es la corta memoria o el mal ejercicio de la misma.

Los sucesivos déjà vu de fracasos, consecuencia de repetir los mismos procesos probadamente errados, nos han depositado en este páramo temporal a la espera quizás de la peor combinación de los mismos.

Quienes tienen todo el pasado por delante (la definición más lucida de peronismo) han comenzado a actuar en consecuencia, ya ni siquiera elaborando propuestas y caminos agotados en sus conceptos de antemano si no simplemente escarbando el almacén de fracasos con perspectiva de tropezarlos nuevamente. Situación nada mejor representada que por el accionar del secretario de comercio Roberto Feletti.

Los economistas no paran de analizar las coincidencias numéricas con las catástrofes pasadas y todo preanuncia un mal rumbo. Quizás la peor conclusión es repetir el camino a una hiperinflación. Hay quienes arriesgan algo peor, especulando con una combinación de catástrofes pasadas como la hiperinflación post plan primavera o la explosión tarifaria tras un severo congelamiento como ocurrió previo al rodrigazo.

La tormenta parece perfecta aunque tiene por el momento una sutil diferencia con las anteriores, la ausencia de un actor político (por lo menos de importancia). No hay armas dispuestas a llevarse puesto a un gobierno so pretexto de una reorganización nacional, ni tampoco nadie en particular esperando la marcha de Alberto escupiendo sangre. Menos aún tirarle muertos en la plaza y ni siquiera montarle el club del helicóptero.

Siendo Alberto el resultado de una osada estrategia de Cristina, la lógica hizo suponer a muchos analistas su pronto retiro dejando paso al verdadero poder tras su función de fachada.

Pero la lógica no es el camino habitual de Cristina y el absoluto fracaso de Alberto como estadista lo protege de ser puesto a orillas del camino. Nadie parece estar dispuesto a asumir el descalabro, ni siquiera de la posibilidad de cargar con parte de la responsabilidad.

Desde adentro del mismo Frente de Todos desde el rincón kirchnerista es posible que alguien especial se anime a querer que Alberto escupa sangre pero lo hace deseoso de que lo haga sobre el mismo sillón de Rivadavia.

Anticipadamente toda convocatoria a un gran acuerdo post electoral es subestimada. El indicado en pedirla, el presidente de la cámara de diputados Sergio Massa es en definitiva el menos indicado para conseguirla, su condición de dar fáciles giros en el aire antes de ser untado con dulce de leche lo convierten en sí mismo en el oxímoron para esta cuestión.

Todos coinciden en la invariable continuidad de Alberto como único camino institucional posible para el remanente de dos años de gobierno (como si fuera necesario aclararlo), además de coincidir en el rumbo erróneo e inviable de Alberto.

Todo suena a la peor de las burlas, el constante apoyo verbal a su continuidad al mismo tiempo del pregón de la debacle inminente que puede acabar con su gobierno.

El gobierno de Alberto se ha convertido en el estado de confort en el que se espera que la responsabilidad les sea ajena a todos menos a él. Así también lo pretende Cristina aunque en su caso no podrá desprenderse de la marca de la creación (a una mayor escala repitiendo a Duhalde y su creación Néstor).

Lo de confort es relativo a no ser salpicados, por el momento así funciona. Aunque a segundos de una batalla en forma de elección, el confort de algunos se refleja como la exaltación previa al estallido de un petardo donde apagar la mecha está fuera de toda posibilidad razonable y solo queda esperar el estallido para examinar los pedazos que queda del gobierno y de Argentina.

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