Por Hernán Andrés Kruse.-

En su reciente gira por Europa, el presidente de la nación afirmó que su gran enemigo es el expresidente Mauricio Macri y que su objetivo es impedir que el neoliberalismo retorne al poder el año que viene. Finalmente Alberto Fernández reconoció públicamente su aversión por la democracia liberal, asentada sobre valores fundamentales como el respeto por el otro, la tolerancia y el pluralismo ideológico. En efecto, en este régimen político no existen enemigos sino adversarios. En este régimen político el acceso al poder implica una competencia entre dos o más adversarios y no una guerra de todos contra todos. Considerar al adversario como un enemigo implica transformar la política en una guerra sin cuartel con el explícito objetivo de aniquilar al otro. Si Macri es el enemigo, entonces hay que destruirlo. La democracia liberal se torna, por ende, inviable.

Lo que acaba de reconocer el presidente en territorio europeo es su implícita admiración por el eminente filósofo político y máximo ideólogo del nazismo Carl Schmitt. Su obra más conocida es un ensayo titulado “El concepto de lo político”, escrito a comienzos de la década del treinta del siglo pasado. A continuación paso a transcribir algunos párrafos de este escrito que aún goza de una feroz vigencia.

“La distinción propiamente política es la distinción entre el amigo y el enemigo. Ella da a los actos y a los motivos humanos sentido político; a ella se refieren en último término todas las acciones y motivos políticos y ella, en fin, hace posible una definición conceptual, una diferencia específica, un criterio (…) La distinción del amigo y el enemigo define la intensidad extrema de una unión o de una separación. Puede subsistir en la teoría y en la práctica sin que se den al mismo tiempo las demás distinciones morales, estéticas, económicas, etc. El enemigo político no es preciso que se amoralmente malo o estéticamente feo; no es necesario que aparezca como concurrente económico, y aún puede que fuera ventajoso y productivo hacer tratos con él. Pero sigue siendo otro, un extranjero. La posibilidad de que existan relaciones específicamente políticas se debe a que no sólo hay amigos-los de igual manera de ser y los aliados-, sino enemigos. El enemigo es, en un sentido singularmente intenso, existencialmente, otro distinto, un extranjero, con el cual caben, en caso extremo, conflictos existenciales. Estos conflictos no se pueden resolver ni con normas generales preestablecidas, ni por el fallo de un tercero “no partícipe” y, por consiguiente, “imparcial”.

“Los vocablos amigo y enemigo se han de tomar aquí en un sentido concreto, existencial, no a manera de expresiones simbólicas o alegóricas, sin mezclarlos ni diluirlos por medio de representaciones económicas, morales, etc., y menos aún psicológicamente, en sentido individualista privado, como expresión de sentimientos e inclinaciones privadas. Son términos de orden espiritual, como toda existencia humana, pero no contraposiciones “normativas” o “puramente espirituales”. El liberalismo, por medio del dilema típico de su mentalidad, el de espíritu y economía, ha intentado disolver al enemigo, desde el punto de vista espiritual, en simple adversario en la discusión. Dentro del dominio económico no hay duda que sólo hay concurrentes, no enemigos, como acaso en un mundo íntegramente regido por la ética y la moral no habría sino discutidores que hablasen de todas las cosas. Podrá considerarse reprobable y aun tacharse de reminiscencia atávica de los tiempos bárbaros, que los pueblos continúen agrupándose realmente en función del amigo y del enemigo; cabe también esperar que esta discriminación esté llamada a desaparecer algún día de la faz de la tierra; podrá, en fin, considerarse preferible y más acertado, por razones de índole educativa o táctica, silenciar estas cosas y hacer como si no hubiera enemigos. Nada de esto nos interesa. No se trata aquí de ficciones o normatividades, sino de la realidad tal como es y de la posibilidad real de esta distinción. Se puede o no compartir la confianza en el progreso y esas aspiraciones educativas; lo que nadie puede honrada y razonablemente negar es que, hoy por hoy, los pueblos se agrupan de hecho en función del antagonismo amigo-enemigo, y todo pueblo que existe políticamente tiene delante esa posibilidad real”.

“Implica el concepto del enemigo la posibilidad, existente en la realidad, de una contienda armada, o sea, de una guerra. Prescindiremos aquí al usar este vocablo de los cambios casuales que la técnica de las armas y de la guerra ha experimentado a lo largo del proceso histórico. La guerra es una contienda armada entre unidades políticas organizadas, la guerra civil, contienda armada en el seno de una unidad organizada. Lo esencial en el concepto de arma es que se trate de un medio de matar físicamente hombres. El vocablo arma, como el de enemigo, se han de entender en su acepción originaria y existencial. No se trata de una pugna apolítica-agonal, ni de mera concurrencia, como tampoco de la pugna “puramente espiritual” de la discusión, y menos aún de la simbólica “lucha” que todo hombre ha de llevar a cabo, por cuanto toda la vida humana es una “lucha” y el hombre siempre un “combatiente”. El concepto del amigo, del enemigo y de la guerra adquieren su acepción real cuando se refieren a la posibilidad real de matar físicamente y la mantienen. La guerra no es sino la realización extrema de la hostilidad. No es preciso que sea cotidiana, normal, ni que aparezca como ideal y deseable, pero debe subsistir como posibilidad real, mientras el concepto del enemigo conserve su significado”.

Schmitt utiliza la distinción entre el amigo y el enemigo para analizar lo que sucede en el interior de un sistema político y a nivel internacional. Para el filósofo político el enemigo es, dentro de un sistema político, el otro, el extranjero. Nuestra dramática y fascinante historia es una clara corroboración de la distinción schmittiana. Para el peronismo la oligarquía fue siempre el otro, el enemigo, el responsable de todos los males habidos y por haber. Y para el antiperonismo el movimiento liderado por Perón también era el otro, el extranjero, el indeseable. Este feroz antagonismo le costó al país décadas de sangre y odio. La distinción entre el amigo y el enemigo resurgió con fuerza en 2008 a raíz de la resolución 125. La antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo sigue vivita y coleando, dinamitando cualquier intento de sentar las bases de una convivencia civilizada. Schmitt afirma, además, que el concepto de enemigo implica la posibilidad cierta de una guerra. Y agrega algo sumamente importante: no es necesario que la guerra se dé habitualmente sino que subsista todo el tiempo como posibilidad real. Lo que está aconteciendo en Ucrania no hace más que confirmar los conceptos schmittianos. Se podría agregar, como un claro ejemplo de la subsistencia de la guerra como una posibilidad real, el larguísimo período de la guerra fría. Durante décadas la paz del mundo estuvo en jaque por la posibilidad real de una guerra entre EEUU y la URSS. Hoy, esa posibilidad está a punto de convertirse en una dramática realidad.

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