Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Porque la fidelidad eterna es inhumana, y la traición, humana”. Jo Nesbø

Por primera vez, después de ochocientas treinta y seis semanas, no pude escribir mi columna y enviarla a tiempo; ayer a la madrugada, murió un amigo del alma, compañero desde los seis años en el colegio, en la universidad y socios en el estudio profesional, todo a lo largo de setenta años. Alejandro Maglione, que de él se trata, dejó un vacío enorme en nuestras vidas. Disculpas, entonces, por esta demora.

Reconozco que hacer un parangón entre lo que sucede en la Argentina y la criminal invasión de Rusia a Ucrania puede parecer de muy mal gusto, pero Cristina Kirchner imita a su admirado Vladimir Putin en sus bombardeos sobre la población civil, cuando ataca con sus milicias vociferantes al lamentable Alberto Fernández, el títere al que ella misma entronizara. Tal vez lo haga de modo menos luctuoso, aunque su rastro político está señalado por la sangre de muchos adversarios o confidentes, pero también aquí son los ciudadanos comunes quienes pagan la factura de la descarnada lucha en la cima del poder, y lo hacen con inflación, pobreza, falta de educación y de salud y, sobre todo, con la destrucción de cualquier sueño de progreso.

La virulencia de los embates que nuestra subdesarrollada emperatriz emprende cada día, sea a través de sus propias cartas públicas y tuiters, sea enviando a personajes tan siniestros como su hijo Máximo Kirchner, Hebe de Bonafini y Fernanda Vallejos a apretarlo e insultarlo sin piedad (lo llamaron “okupa” de la Casa de Gobierno-, son de tal magnitud que todos han comenzado a preguntarse qué busca en realidad. ¿Sólo la rendición incondicional del PresidenteMeme, entregando a sus ministros más preciados (Martín Guzmán, Matías Kulfas, Santiago Cafiero, Juan Zavaleta y Claudio Moroni) y aceptando la radicalización populista de su gobierno, o directamente su renuncia, como pidió Andrés Larroque?

Hasta hoy, pensaba que la respuesta sería la primera, ya que la otra implicaría que la Putina, al asumir la Presidencia, debiera pagar personalmente las consecuencias del estrepitoso fracaso de la gestión que ella misma provocara con sus vetos y sus quinta-columnistas, y preservarse en su bastión electoral –el Conurbano bonaerense- para ser candidata a Senadora el año próximo y, aunque fuera electa por la minoría, conservar sus fueros para evitar ir presa de inmediato. Pero ahora el panorama que las encuestas reflejan casi unánimemente sugieren que, por el avance hasta hace poco inimaginable de Javier Milei, el Frente de Todos (o como se llame entonces) podría quedar relegado a un tercer puesto allí.

Es cierto que, si dudara, siempre podría encabezar la lista de candidatos a Diputados que, aunque implique un demérito, la salvaría de ese dramático y casi seguro desenlace carcelario. Sin embargo, no debería olvidar que su cómplice, Julio de Vido, fue desaforado por sus pares y terminó en prisión; esa probabilidad, con la renovación de esa cámara que se producirá en diciembre de 2023, sería mayor.

Me sorprendió, por la falta de substancia real, el discurso político con que, disfrazado de clase magistral, nos ametralló Cristina Kirchner durante una hora y media desde Resistencia, Chaco; se había generado una gran expectativa política, porque todos suponíamos que lanzaría una bomba neutrónica sobre Alberto Fernández.

Sin embargo se limitó a reiterar sus tópicos habituales y los lugares comunes a los que nos tiene acostumbrados: la infinita genialidad de los gobiernos de su marido y de ella misma, su irresponsabilidad en el estado calamitoso en que se encuentra la Argentina pese a haberla gobernado durante dieciséis de los último veinte años, su “generosidad” al haber elegido a Alberto Fernández a pesar de cuánto había despotricado éste en su contra desde que dejó de ser su Jefe de Gabinete en 2008, la Corte Suprema y la Justicia que la persigue con su lawfare y la complicidad de los “medios concentrados”, la maldad de los empresarios y del carísimo FMI, la insensibilidad de la oposición al plantear ahora la necesidad de la boleta única electoral en lugar de preocuparse por los problemas reales de la ciudadanía, la enumeración de las habituales falsedades económicas y la tergiversación de la historia. Tal vez las únicas novedades fueron la desorbitada ponderación al capitalismo chino (olvidó que las vacunas que nos obligó a comprarle no funcionaron, como lo probó el aislamiento de Shanghai, como tampoco las rusas, de su aliado Putin) y, sobre todo, que incluyó en su descripción del desastre económico al actual gobierno, que ella diseñó, integra y torpedea sin pausa.

La semana próxima, con el MemePresidente ausente por un viaje meramente turístico que realizará a Alemania y España, la envejecida, pintarrajeada e impotente emperatriz estará a cargo del Ejecutivo. En ese período se conocerá el alto índice de inflación, que agravará el mal humor social y dará renovado aliento a las protestas, y se producirá la reputada “marcha federal piquetera”, que organizó la izquierda trotskista y paralizará a la ciudad de Buenos Aires durante tres días. ¿Qué hará ella al respecto, sentada en el sillón de Rivadavia, cuando miles de militantes ajenos al Frente de Todos/Unión Ciudadana –ese nuevo adefesio que inventó para birlar a la oposición un sitial en el Consejo de la Magistratura- estén frente a la Casa Rosada? Y con respecto a los ministros que tanto detesta, y ya que dispondrá de los resortes institucionales necesarios, ¿ordenará su inmediata cesantía?

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