Por Elena Valero Narváez.-

Desde 1983 estamos intentando vivir en democracia. Todos los partidos, incluso el peronista, aceptaron cumplir con las reglas que garantizan la libre competencia política. Pero la llegada del kirchnerismo al poder y la permanencia durante tantos años, han cambiado el rumbo que los argentinos deseaban mantener, al votar al candidato Raúl Alfonsín, quien representó, por ese entonces, la decisión de la mayoría. Como bien sabemos lo que ocurre en nuestro país es consecuencia de lo que cree y piensa la gente, por ello es tan importante batallar en contra del antiliberalismo, tan arraigado en quienes hoy nos gobiernan. A ojos de buen cubero, es fácil notar cómo se ataca, en los hechos, a la democracia y las maniobras en pos de fagocitarse a la sociedad civil, condenando al mercado, regimentando la vida social y cultural, incrementando, sin descanso y sin pausa, los poderes del Estado. Es una pálida imitación del peronismo de la primera época, cuando en su repulsa por la democracia la disminuía con los sobrenombres de “democracia burguesa”, “demo liberalismo”, “partidocracia”, con la intención de debilitar, ex profeso, las bases del funcionamiento político liberal.

Hoy, como ayer, se va de punta contra la libertad económica y el ejercicio de los responsables intercambios entre personas, que permiten el buen funcionamiento del mercado. No se observa al liderazgo político apoyar, como se debiera, a la Constitución, tantas veces vulnerada. El avance arrollador del Estado sobre la sociedad civil, con pautas de intervencionismo y regulaciones, encuentra poca resistencia parlamentaria, muchos diputados y senadores, se dejan tentar por soluciones autoritarias, tanto en el plano político, como en el económico. La democracia, es tácitamente desamparada, por amplios sectores a los que vulgarmente se denomina de izquierda y derecha, es así, como se acepta con poco barullo, las recetas antiliberales de Cuba, Venezuela, Nicaragua y otros países de la región; como ellos los cercanos a Cristina Kirchner pretenden un liderazgo autoritario, abolir la democracia en nombre de una sociedad justa, estable y ordenada, aseguran que es necesario un Estado presente, ampliar sus poderes. Para lograr sus propósitos autoritarios, intentan reducir lo que se lo impide: el avance de las ideas liberales, las que redujeron el poder estatal a partir de los siglos XVIII y XIX.

La esperanza de que se vea frustrada, en las próximas elecciones, esta propuesta semitotalitaria, está en que ante los repetidos fracasos del estatismo, varios grupos abogan por un modelo de país que respete la Constitución y regrese a los mecanismos institucionales de la democracia. Deberán luchar con sectores partidarios de que Argentina “ se baste a si misma”, restringiendo para ello, el libre cambio y promoviendo la política kirchnerista de autarquía, nacionalizaciones, monopolio estatal, regulaciones en el mercado interno y externo, con riguroso sentido nacionalista. Hace unos días escuché a un político de larga trayectoria, Julio Bárbaro, decir que había que combatir el poder económico, volver a las farmacias y almacenes pequeños, de barrio, evitarles competir con los supermercados y los eficientes cadenas de farmacias. Quiere, y no es el único, volvernos a la Edad Media, critica al Gobierno Kirchnerista, sin embargo, pretende continuar con la misma política, pero con otros nombres: ”…si no se impone el Gobierno al poder de los ricos, dejamos de ser una sociedad integrada y vamos camino a un estallido social”…. “Necesitamos un Pepe Mujica o un Evo morales, un patriota que enfrente a los poderosos y los amenace con expropiarles, después de eso volveríamos a ser una sociedad integrada”….”Necesitamos acotar la ganancia de los ricos para permitir que el resto de la sociedad viva con dignidad”. No hay caso, con políticos como Julio Bárbaro, predicando en los medios estas ideas fracasadas, será difícil la partida. No entiende que la producción masiva que permite a los pobres mejorar su nivel de vida y gozar de tantas cosas que antes le estaban vedadas, es producto de la concentración y acumulación de capital. Con solo comparar podría darse cuenta que en los países capitalistas, son mucho menos los pobres.

Cristina Fernández ha devastado al país, lo ha dejado de cuclillas, le costará ponerse de pie, por eso no debería llegar al gobierno nadie con sus características. Convenció, por sus condiciones de caudillo, a la mayoría, que la llevó tres veces a la presidencia, la actual, de facto. Ello indica cuan afianzadas están las ideas autoritarias y antidemocráticas, en la mentalidad y la cultura de los argentinos. Su tarea actual, como vicepresidente, es desprestigiar a la democracia, intimidar al poder judicial, renovarlo a su capricho, para que la salve de sus obligaciones ante la Justicia, ver la manera de lograr un poder legislativo servil. Nos ha dejado una sociedad que legitima un poder con pocos límites, por el solo hecho de haber sido elegido democráticamente, olvidando lo que estudiamos en el colegio: el voto mayoritario solo indica consenso, no legitimidad. El Presidente y la Vice, el Gobierno en general, actúa dictatoríamente, es aceptada cualquier conducta arbitraria si no está dirigida contra él, incluso es alentada, en cambio, si es de la aposición, se la acusa de ir contra los intereses del país. No se quedan con chiquitaje, también se ataca a la propiedad privada, se permite violarla aduciendo fines de utilidad pública.

Cristina Kirchner, con sus veleidades de autócrata, cree que el único político posible es ella, convencida, ataca y se burla del presidente, mantiene calladitos a los líderes sindicales y Frente Para Todos está sujeto a su dominio, solo se lo utiliza para participar en las elecciones, se decide desde el Instituto Patria, bajo su tutela y sus órdenes. En su discurso último expresó su deseo de manipulación: no quiere que haya intermediaciones entre la masa y el Gobierno, codicia ser quien decida sobre la distribución de recursos y oportunidades a los grupos de interés. Utiliza a la Historia, su desprecio por la verdad es absoluto, esparce mentiras fabulosas impidiendo de ese modo comprender el presente, el cual no existe desprendido del pasado. Bien decía Ortega, si no se lo domina con la memoria, refrescándole, él vuelve siempre contra nosotros y acaba por estrangularnos, olvidarlo es peligroso, lo sabemos los argentinos, tan proclives a la compulsiva repetición.

Se ha creado, en la sociedad, la creencia de que es el Estado el responsable de la vida de cada argentino, por eso se deja el destino en sus manos; se siente como imposible, por esta miserable socialización política, asumir la responsabilidad de bastarse a uno mismo, se tiene miedo a la libertad. Al Gobierno no le importa la verdad sino la utilidad de las ideas; no hay que cansarse de recordar, que Argentina pudo con políticas liberales, aun en 1929, como bien lo señala C. F. Díaz Alejandro, ocupar el décimo lugar entre las principales naciones que comerciaban, superaba al Reino Unido en el número per cápita de automóviles y, la tasa de analfabetismo había disminuido de 77 % en 1869, a 25% en 1929, Buenos Aires era uno de los grandes centros culturales del mundo de habla hispana, entre otros muchos datos alentadores. La Generación de Mayo, como la del 37 y la del 80, tuvieron un objetivo común más allá de sus grandes diferencias, dar comienzo, con la Constitución liberal como puntapié inicial, a un país organizado, donde valiera la pena vivir.

Para los críticos del capitalismo, del individualismo, el lucro, la competencia, hay que hacerles notar, por comparación empírica, que en los países socialistas que admiraron, la producción y la productividad ni siquiera igualaron a EEUU y muy lejos si se miden los grados de libertad y la igualdad jurídica, las posibilidades de vida de la gente, la participación política, libertad de expresión educación y cultura. No se dio en esos países lo que predica el socialismo, la desaparición de clases y de las desigualdades y estamos, todavía, esperando la desaparición del Estado y la burocracia, el aumento de la libertad y la democracia, la abolición del ejército y de la policía…utopías.

Por todo ello, los candidatos de la oposición no deben dormirse, la crisis en la que navegamos no se podrá enfrentar con sueños o utopías, sino con decisión y coraje, viendo la realidad lo mejor posible. No se podrá llegar, ni gobernar, con somnolencia, hay que aventar el peligro de las incesantes peleas dentro y fuera de los partidos y el crecimiento de la corrupción, promoviendo, en vez, el deseo de mejorar y fortalecer la democracia.

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