Por Elena Valero Narváez.-

…si aquellos polvos, trajeron estos lodos, no se pueden condenar el presente y absolver el pasado… si tomásemos aquellos polvos, volveríamos a estos lodos… (Antonio Machado)

Basta con una ligera mirada para notar que los grandes países capitalistas comparten, más allá de sus diferencias, el sistema democrático. También advertimos que sus habitantes tienen el mejor nivel de vida del mundo, con grados de pobreza reducidos, viven más tiempo, y tanto el nivel de creación científica, en cantidad y calidad, como el de respeto a los derechos humanos, es el más alto.

Esto indica que no solo el sistema capitalista los hizo progresar, no vale por si solo si no es apoyado por valores e instituciones liberales, la práctica de la democracia, y el perfeccionamiento de la Justicia, esencial para su funcionamiento, y para el aumento de la energía social. La pluralidad de poderes explica por qué el desarrollo del capitalismo y la propiedad privada hicieron posible, en Occidente, el proceso de democratización, en cambio, el socialismo, el fascismo, y los nacionalismos populares, al trabarlos o eliminarlos, generaron autoritarismos o totalitarismos.

Estamos olvidando la lección. La propiedad privada es la base de la democracia, también de la soberanía e independencia del individuo ante el poder, por ello, en vez de atropellarla o abolirla, como hicieron en los países comunistas, hay que extenderla. China actual al legitimar la propiedad privada ha diversificado los poderes externos al Estado, los estimula y tiende, por ello, a la democratización, la cual, aunque aún se encuentre muy lejana, está socavando las bases de la dictadura, aumentando el saber de la sociedad y la creatividad, en los terrenos más diversos de la vida social.

Tanto el fascismo como el comunismo eran declarados enemigos del liberalismo: al abandonar las prácticas de la política liberal y declarar la posesión de nuevos principios filosóficos, ambos, pretendían ser una democracia, sin embargo, barrían con las libertades civiles que la constituciones estaban destinadas a proteger. A la vez, destruían las libertades políticas que habían sido las bases del gobierno democrático. Negaban que los derechos y las libertades fueran un propósito primordial del gobierno y que el ser humano fuera juez competente de sus propios intereses. Establecían la comunidad, la sociedad, o la raza, entidades colectivas, como poseedoras de un valor superior al individuo, los seres humanos eran considerados como agentes de la comunidad negando el principio Kantiano: “utilizar a los seres humanos como fines, no como medios, es la esencia de la moral”.

Después de 1914 el liberalismo se fue alejando de Europa. La Revolución Rusa (1917) ordenó, con Lenin en el poder, el primer modelo totalitario, si dejamos atrás el intento durante la Revolución Francesa. Impuso la doctrina marxista que se convirtió en una religión secular, fue la justificadora del terror y de las medidas para consolidar la dictadura de los intelectuales revolucionarios. El resultado fue una tragedia.

Mussolini, como Hitler después, neutralizó el peligro comunista y aprovechó los sentimientos nacionalistas que estaban a flor de piel, aún después de la finalización de la guerra, para instaurar un régimen autoritario. La fórmula del fascismo fue: socialismo más nacionalismo.

Muchos países de América Latina -entre ellos Argentina- se vieron afectados por el conflicto y aceptaron ideas contrarias a las tradiciones liberales que los habían constituido como país y como sociedad. Hay que recordar que los hitos fundamentales en la formación de nuestro país, la Revolución de Mayo y la Organización Nacional, fueron inocultablemente liberales. A partir de 1946, con Domingo Perón en el gobierno, se suspende la distinción liberal entre lo privado y lo público, así como la deliberación y negociación propia de los partidos y parlamentos.

El gobierno peronista dejó de lado los principios liberales que surgieron de siglos de experiencia política europea, y los reemplazó por un partido y sindicatos sumisos al gobierno y la vigencia de delaciones, persecución, cárceles, fanatismo y adoctrinamiento. Perón trató, como en todos los autoritarismos, de forzar a la Historia para que se comporte según sus deseos. Para lograrlo no hay otro remedio que utilizar el miedo y la fuerza, su ingrediente principal. El peronismo fue, de hecho, una dictadura porque redujo drásticamente la libertad y los derechos de los ciudadanos acentuando el poder del Estado en detrimento de la libertad de las personas. Los métodos diseñados por Lenin y puestos en práctica por Trotsky como Stalin, fueron copia de los que aplicó, más blandamente, Mussolini y Perón. Allí existieron fuerzas sociales que no les permitieron avanzar y cubrir a toda la sociedad civil como, en cambio, sucedió en la URSS, en la Alemania de Hitler, en Cuba con Castro, en Vietnam del Norte o Corea del Norte, en la actualidad.

Durante años se ha observado a la U.R.S.S con una mirada idealizada. Escritores, actores, poetas, estudiantes y políticos, han mirado hacia otro lado poniendo velos a la realidad soviética, como lo hacen hoy con Cuba o Venezuela. No escucharon las voces de miles de rusos sojuzgados en campos de concentración (en rigor de esclavos) por no acceder a los mandatos e ideas de terribles asesinos como lo fueron Lenin, Trotsky, Stalin y sus séquitos. Despreciaban a la democracia. Lenin pensaba que ésta era “…un juguete inútil y peligroso”, en cambio creía que la dictadura era “…un poder basado directamente en la fuerza, sin cortapisa alguna legal. La dictadura revolucionaria del proletariado es poder conquistado y mantenido por la violencia del proletariado contra la burguesía, poder que no está limitado por ley alguna”

También Hitler fue un asesino. Basta conocer las vicisitudes que pasó el poeta judío Erich Muhsam: en el campo de concentración de Sonnenburg, le quebraron los anteojos, le arrancaron mechones de pelo, le fracturaron los dos pulgares para que no pudiera escribir y le golpearon los oídos hasta dejarlo sordo. Esto sólo fue el comienzo, intentaron, por medios cada vez más violentos, impulsarlo al suicidio. Como no lo consiguieron, lo mataron a golpes y lo colgaron de una viga de la letrina.

Los libros de historia están abarrotados de errores de interpretación cuando se refieren a la URSS, que fue modelo para el régimen nacional-socialista alemán, la China de Mao, los países que estuvieron detrás de la Cortina de Hierro, y para muchos países africanos y asiáticos, llevándolos al terror y a la miseria.

La purga de la burocracia alemana de abril de 1933, la de liberales y socialistas en los países satélites soviéticos después de 1946, la muerte de los seguidores de Castro, cuando éste convirtió a Cuba en dictadura, la purga de Ernst Röhm que terminó con la oposición de sus fuerzas de choque, los campos de concentración Dacha y Auschwitz, los cuatro mil oficiales polacos asesinados en Katyn por los soviéticos, y sus campos correctivos de trabajo (GULAG) tan bien descriptos por Aleksandr Solzhenitsyn, nos recuerdan el horror que produjo el sistema totalitario, defendido por poetas, escritores y políticos de intensa trayectoria y fama. Algunos combatieron el nazismo y al fascismo pero defendieron el comunismo, atrayendo a lectores y discípulos con la confusión pasional que tuvieron al no distinguir las características similares de ambos totalitarismos. En esos regímenes, tanto los obreros como los empresarios perdieron la libertad. Recordemos a Neruda, Bernard Shaw, Rolland, Gide, entre tantos otros, con buenas intenciones pero equivocados. Es por eso que debemos tener presente y enseñar a los que no lo saben las características de los regímenes que combaten la libertad, a veces solapadamente.

No deberíamos olvidar la lección. Solo un régimen republicano y democrático puede evitar que un poder se convierta en omnímodo, porque son visibles los actos de gobierno y porque existen controles que pueden –no siempre- evitarlo. De los ciudadanos depende cuidar la República y la democracia, preferirla aún con grandes dificultades. La libertad siempre es mejor que el despotismo. Con democracia el Estado disminuye porque es el individuo el que se arregla por sí solo, puede elegir lo mejor o lo peor, es responsable de su vida. No deberíamos desconocer que es un sistema de aprendizaje por eso puede eliminarse a sí misma si se le permite avanzar al Estado disminuyendo la libertad de la sociedad civil.

El capitalismo fortalece el ámbito de interacciones libres y voluntarias frente a las arbitrariedades reales o posibles del Estado, es una espina para los gobernantes autoritarios, porque estimula la libertad, la creación, y la propiedad privada, multiplicidad de poderes externos al Estado, fomenta el pluralismo político y el control del Gobierno, en resumen, aumenta los grados de democracia.

Si un país le abre sus puertas a la propiedad privada -como está sucediendo en la actualidad en China- aunque sea a medias, poco a poco irá minando las fuerzas antidemocráticas porque la estructura económica necesita, para funcionar correctamente, disponer de un clima de paz, de libertad y de reglas claras que permitan su existencia y perfeccionamiento.

La beneficencia del Estado es maligna porque no solo disminuye la creatividad, hace dependientes psicológicamente a las personas, crea almas serviles, temerosas. La igualdad social es el camino del fortalecimiento del Estado. Es malsano, las experiencias totalitarias y autoritarias lo demuestran.

Poco a poco, el liberalismo se afianza en el mundo, a pesar de las terribles críticas de la intelectualidad de izquierda, ciegas a la realidad que podrían revelarles, por ejemplo, el estudio comparativo de Corea del Norte y Corea del Sur, los adelantos de China luego de implementar políticas económicas liberales, o el atraso de Cuba cuya población se desespera por lo más elemental.

La oposición tiene un papel importante, porque constituye la manera de limitar el poder de la elite gobernante, de controlarla y de proponer nuevos caminos de gestión. Solo el poder limita al poder. Ese poder que restringe la invasión del Estado se expresa también en la oposición, que debe estar institucionalizada, permitida por la ley y aceptada por el Gobierno. El Estado se dirige a minar las bases de la libertad cuando el sistema de partidos y la sociedad civil le dejan un resquicio donde introducirse. El resultado de la lucha -que siempre existe- entre el Estado y la sociedad civil, debe ser desfavorable para el primero si es que se quiere vivir en democracia. Debemos tener claro que si el Estado absorbe muchas áreas de la vida social se convierte en victoria para el autoritarismo o el totalitarismo.

El gobierno democrático debe actuar de acuerdo a la ley por lo que siempre es mucho más lento que un gobierno autoritario o totalitario. Éste cuenta con todos los recursos del poder para actuar inescrupulosamente y, tanto el gobierno como el partido único, presionan, coactivamente, sobre el individuo, hasta lograr la conformidad al régimen. La educación es un aliado poderoso si se tiene en cuenta que la personalidad es un producto social y, en un ambiente autoritario, adquiere valores contrarios a la defensa de los derechos individuales.

Sabemos sobre la importancia que ha tenido la Ciencia para mejorar a la sociedad occidental. La libertad es una condición necesaria del progreso científico. La actividad científica solo puede desarrollarse donde existe completa libertad para formular las hipótesis contrarias a la opinión consagrada. El antidogmatismo que es característica de la Ciencia es contradictorio con la manera de pensar autoritaria o totalitaria aunque ésta se base, supuestamente, en fundamentos científicos.

La libertad depende de que no se congele a la sociedad: la lucha, la competencia, la rivalidad, la tolerancia, dentro de los cánones de una ley que proteja a todos por igual, constituyen la savia que civiliza y produce individuos innovadores que trabajarán para el mejoramiento de la sociedad.

Los argentinos tenemos que repasar la historia. ¡Darnos cuenta! De esa forma demandaremos ser autónomos para producir, comprar, vender, depender los unos de los otros, en libres intercambios, respetando los principios constitucionales Para que la democracia sea una realidad se requieren una gran pluralidad de poderes que fortalezcan a la sociedad civil frente al poder que siempre quiere aumentar el Estado. Como bien explica el filósofo Robert Nozick, un Estado Mínimo nos permite, individualmente, o con aquellos que elegimos en nuestra vida, realizar nuestros designios y nuestras concepciones de nosotros mismos, en la medida que podemos hacerlo, ayudados por la cooperación voluntaria de otros individuos que tienen la misma dignidad.

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