Por Elena Valero Narváez.-

Privatizar es exitoso pero, los argentinos, prefieren fracasar.

No hay quien no hable de las bondades de tener Aerolíneas en manos del Estado, también otras empresas y las jubilaciones. Se ataca a quién no se considere un purista en cuanto a creer en un Estado interventor.

Lo increíble es que ésta actitud contrasta con el fracaso de Aerolíneas Argentinas para llevar a destino a incontables pasajeros durante éstas vacaciones. La línea de bandera es un desastre aunque sus directivos se afanen en buscar excusas para explicar lo contrario Estos diez años de kirchnerismo nos ha anulado el espíritu crítico, prueba de ello es que los candidatos juran que si ganan las elecciones todo seguirá igual (o sea, el Estado seguirá interviniendo) para que la mayoría los vote. Esto es algo que me resisto a soportar.

Me pregunto si ser el presidente de Argentina “bien vale una misa”. ¿No puede intentarse decir la verdad para lograrlo? Es cierto entonces que solo las mentiras que prometen utopías son la manera de llegar al poder? ¿Tan enfermos de populismo estamos que aún sufriendo las desgracias que el estatismo impone seguimos inclinados ante el error?

¿Por qué los liberales queremos que el Estado deje de estatizar y administrar empresas? Respondemos: una empresa estatal tiene más privilegios que una privada, porque es mucho menos controlada por la opinión pública, por ello aumenta enormemente la burocracia y por lo tanto la ineficiencia. La dirigen funcionarios del Gobierno que prefieren hacer buenas migas con el poder político a tener éxito económico. Es así como las empresas estatales se llenan de trabajadores parientes o empleados a cambio de votos (les llamamos ñoquis), quienes reducen la productividad en comparación con las privadas, las cuales no se pueden dar el lujo de perder dinero.

En Argentina, el fervor nacionalista, inculcado por los kirchneristas, trajo una vez más la esperanza de que la solidaridad del Estado terminará con los problemas sociales que nos afligen.

Nadie explica, como lo hacía Álvaro C. Alsogaray, que la empresa privada surge espontáneamente de personas que pretenden satisfacer las necesidades de la gente. Y que sólo se consolida si lo logra.

La empresa estatal amparada por el Estado o la privada que subsiste sin competir, estimulada por privilegios, perturba los mercados, responsables de orientar la actividad económica. Es así, como se llenan de vicios, provocando errores, corrupción, y destrucción de la ética del trabajo. Para colmo, por ley, no pueden quebrar, subsistiendo, de esa forma, sin competir y sin dar un buen servicio.

Ya nadie recuerda los suplicios que vivimos con ENTEL, la empresa de teléfonos. Teníamos que esperar 25 años para obtener uno.. Gracias a la privatización realizada en un año (había un riesgo país de 4000 puntos básicos) por María Julia Alsogaray, durante el gobierno de Carlos Menem, las cosas cambiaron para bien. En una sola operación se recuperó un 10% de la deuda externa. Argentina dejó de pagar 500 millones de dólares de interés. Con ello permitió que los inversores se interesaran por la privatización, generar confianza y nuestro país comenzó a honrar las obligaciones externas. Fue una revolución: ¡accedimos al mundo de las comunicaciones!

Cuando hay decisión política las cosas se pueden hacer. Aquí falta un valiente como lo fue Carlos Menem, después del terrible final de Alfonsín.

Bastaron 10 años de difusión de ideas erróneas para que ningún político se anime a decir lo correcto, si tiene chance de llegar al poder. La mayoría de los argentinos siguen prefiriendo la utopía en vez de la libertad de los mercados. Es así como la riqueza se esfuma y aumenta la pobreza. No se entiende que cuanta mas inversiones y más actividad empresarial libre haya, las posibilidades de progresar son mayores. Estamos dejando nuestras vidas a merced de burócratas y dictadores. No podemos depender de la bondad de quien gobierna. Tenemos que exigir mediante el voto ser libres de hacer nuestra propia vida. Para ello hay que dejar de sacralizar el estatismo.

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