Por Elena Valero Narváez.-

El resultado de las elecciones fue una bocanada de aire puro para los argentinos que defendemos la democracia y que la entendemos, no como el gobierno del pueblo, sino como posibilidad de terminar con mandatos mediocres o lo que todavía es mucho peor, de vocación autoritaria.

No hay dudas que hubo, desde que el presidente Macri asumió el poder, un cambio institucional importante. La opinión pública se ha fortalecido y asoma un sistema de partidos con una alianza fortalecida y un partido peronista que, aunque dividido, va dejando lugar a sectores moderados que nada quieren con Cristina Kirchner después del golpe demoledor que recibió en las urnas. Es que pocos son los que simpatizan con ella. Su trato, que se hizo cada vez más autoritario desde su segunda presidencia, levantó a los que debieron estar de cuclillas y responder siempre a sus órdenes y mandatos, sin chistar, mientras hubo alguna posibilidad de que recuperara el poder.

El presidente y funcionarios están ganando en confianza y credibilidad. La honestidad que trasuntan ha sido un principio fundamental para ganar las elecciones, ampliamente, a nivel nacional. Ahora bien, se necesita un reaseguro que permita preservarla de su posible violación, por ello los poderes de la justicia institucional deben ser fortalecidos. El gobierno anterior infringió todas las normas y fue la sociedad la que conservó los valores universalistas que promueve la Constitución, por ello puso fin a un gobierno corrupto donde la estafa a los ciudadanos fue moneda corriente durante 12 años.

Poco a poco se está ordenando La República, condición necesaria, pero no suficiente, para mejorar el problema mayor que enfrenta el Gobierno: la economía.

Impulsar y readaptar la institucionalidad y sobre todo el funcionamiento de la justicia, sin duda ayudara también a mejorar los mercados, porque la economía capitalista reposa en principios éticos imprescindibles para conservar la supervivencia psicológica y biológica de las personas.

Los detractores de la economía capitalista desconocen que los intercambios económicos como cualquier otro, incluidos los que no utilizan el dinero, como los de tipo amistoso o familiar tienen un fundamento ético que promueve la responsabilidad, el respeto a la reciprocidad, y al cumplimiento de los contratos así como la transparencia y credibilidad de las personas.

Por ello, promover la actividad privada y la libertad de los mercados permitiría acumular y concentrar el capital necesario para crear bienes y servicios y alejarnos de las experiencias populistas y socialistas que han causado tanto daño a la calidad de vida de los argentinos. Mejorar los mercados es mejorar la Justicia. El nivel de aplicación y creatividad del capitalismo depende por completo de la calidad de la justicia y de su influencia en la institucionalidad.

Hay un cambio importante en la percepción del nuevo gobierno con respecto al anterior: se respeta el estado de derecho. En eso estamos mejorando y así lo entendió la sociedad que votó más por el mejoramiento institucional que por el progreso de la economía.

Ahora debería venir la segunda parte. Solo el carácter masivo de la producción señala la posibilidad cierta de sacar de la pobreza a la Argentina, como desea el presidente. Está ligada al mejoramiento del nivel de vida de la gente común, no solo de los poderosos o ricos. Lo vemos en el crecimiento de los sectores medios, en el desarrollo de la medicina, la educación, el turismo, entre otros ejemplos, inconcebibles sin que se le abra las puertas al sistema de producción capitalista. Por ello, debemos insistir en que la política del gobierno, debe ir hacia la libertad de mercados, que aun está limitada por bajos grados de permisividad, por razones políticas y culturales.

Algunos industriales, acostumbrados a oponerse para mantener mercados cautivos, le van a dar trabajo al presidente, pero debe persistir, si como manifiesta, está convencido en que hay que fortalecer la actividad privada.

Se ha elegido el gradualismo en las reformas económicas que se necesitan, además, las elecciones y la necesidad de consenso las han limitado y son acompañadas por una clara preferencia por el “desarrollismo”. No se ve un reconfortante progreso en la reducción del gasto público, ni una limitación del endeudamiento externo del Tesoro y del déficit fiscal como para pensar en un crecimiento económico sostenido.

Es contradictorio con las declamaciones de abrirnos al mundo. Es imprescindible hacerlo ya que el capitalismo se mueve en los moldes del mercado mundial no en los límites de nuestro país, por eso necesita de un mundo libre para reproducirse indefinidamente.

Si continúa el presidente Macri dirigiendo los destinos del país, seguramente se fortalecerá el sistema de partidos, la República y la libertad de expresión, dentro del funcionamiento del estado de derecho y el imperio de la ley, Como también el poder limitado.

Falta creer -como lo hicieron, no solo los conservadores y liberales, sino también Juan B Justo y Nicolás Repetto, mas allá de sus diferencias- en que la realización nacional, depende del liberalismo clásico. Se ha comenzado el camino. Ya no se rechaza la modernización, ni se cree en relaciones hostiles con otros países, necesarias para el dominio y supremacía de la región, a fin de realizar los grandes destinos, como pretendía Cristina Kirchner y otros líderes autoritarios latinoamericanos.

Se están mejorando las instituciones, también las relaciones con el mundo. La opinión pública y nuestros representantes en el Congreso, deben apoyar, pero sin dejar de hacer una crítica racional y responsable, para que no terminemos en otra frustración por dar un cheque en blanco.

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