Por Luis Américo Illuminati.-

«¿Argentina algún día /dejará de vivir siempre martes de carnaval / y pasará al miércoles de ceniza siguiente? / Ese día el Ángel de la Paz marque nuestras frentes / con una cruz de ceniza / y renazca así el amor, la unión y la concordia».

En la Argentina, la batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma que relata el Arcipreste de Hita en el Libro de Buen Amor y que ha pintado en un magistral cuadro Brueghel el Viejo, indudablemente el primero -el Carnaval- ha triunfado. Inherente al teatro festivo y bufonesco es la figura del Arlequín. El Arlequín es un personaje y un símbolo que muchos autores -escritores, pintores y comediógrafos del mundo- de las más variadas tendencias han escrito para definir la clave de su personalidad. Su etimología, características e historia se remontan a la mitología escandinava. El nombre Arlequín proviene de Hellequin, una especie de demonio y de allí pasó a otras culturas, como la Commedia dell’ Arte italiana del siglo XV y XVI. Arlequín es un payaso, un bufón, un cómico trágico. Lo han pintado Picasso (1917), Salvador Dalí y Edgar Degas (1890). Y entre los escritores y comediógrafos se destacan Jean-Pierre Claris de Florián (1755-1794), genial autor de las «Arlequinadas» y el argentino Ezequiel Martinez Estrada (1895-1965), quien compuso «Títeres de pies ligeros», obra teatral escrita en clave poética y cuyos personajes dialogan -casi a la manera de los Diálogos de Platón- Pierrot, Colombina, Arlequín, Polichinela y Pantaleón. A cada uno de estos personajes el autor les asigna un instrumento musical determinado que los anuncia o representa. Así, el violín corresponde a Arlequín, el fagot a Pierrot, a Colombina la lira, a Pantaleón el bajo y a Polichinela el tambor, instrumento que en Barataria o Carnavalandia cobra el sonido del ruido de piquetes, huelgas, tomas de calles y el atropello del derecho ajeno. En la Argentina, en todos los niveles y sectores, no de ahora, sino desde la irrupción del fanatismo y la grieta, «Todo el año es Carnaval», sobre todo en el terreno económico, político y social, en lo diplomático, en lo cultural, en el campo gremial, no hay seriedad ni reflexión ni cordura en nada. Todo es broma, todo es joda, la vida privada y colectiva es como un grotesco sainete, fiestas interminables de disfraces y máscaras, caretas y traje de Arlequín (cínico demonio, hermano de Momo). La Argentina es el país que está en el ranking de los días feriados, con uno de los índices más bajos de aprendizaje escolar en el mundo. Son muy pocos los políticos argentinos que no son payasos, bufones o saltimbanquis. Las sesiones del Congreso, son sesiones de pacientes psiquiátricos, con monólogos para reír y llorar. Las épocas de pre-elecciones, son bufonadas sin cuento, todo marcado por la confusión del ruido, de las cornetas, de las matracas y del papel picado de los discursos gastados, guiones de apuro para seducir a una tribuna enfervorizada, ebria o casi ebria. La Argentina es circo y es carnaval al mismo tiempo. Desde hace tiempo Argentina tiene su propio Arlequín. Un Arlequín autóctono que actúa automáticamente. Un títere que tiene voz propia pero que es ajena. Su comportamiento es a todas luces arlequinesco o bufonesco. Es un virus de locura, extravagancia y deriva que ya está incorporado al ADN colectivo. En efecto, la idiosincracia o mentalidad del «vivo» argentino, el argento, el piola, el gracioso, el exceso futbolero de los barrabravas, la verba infumable de los panelistas de la televisión decadente y de los culebrones de Suar y Polka, de los comentaristas deportivos, de la farándula y opinadores de temas políticos, diletantes como los de «Intratables» y demás insufribles charlatanes de feria -casos de Morales, Navarro y el Gato Silvestre- son capítulos de una serie u obra carnavalesca continuada. Apuleyo, Juvenal, Labruyère, Erasmo, Boileau, Moliére, Racine y Corneille tienen páginas en las cuales retratan las relajadas costumbres de una sociedad corrompida. El citado Florián tiene un conocido poema titulado «El hábito del Arlequín» en que en uno de los versículos, dice: «Un día de Mardi Gras estaba en la ventana.» La locución «Mardi Gras» corresponde al martes de Carnaval, día que antecede al «Miércoles de Ceniza», inicio de la Cuaresma. El origen de estas celebraciones se remonta a antiquísimas fiestas paganas, bacanales en honor a Baco, dios del vino, de la embriaguez y de los excesos. ¿Cómo la Argentina no va a ser un «Carnaval todo el año» cuando al ciudadano común lo han castigado para viajar al exterior y la Donda viaja por el mundo y recala en Suiza para hablar de la República de Kagania? ¿Cómo nuestro país no va a llamarse Carnavalandia, Babilonia, Cambalachia o Argentuza, si con relación al espantoso crimen del niño Lucio Dupuy, la bailarina Belén Francese y la legisladora «K» Ofelia Fernández -Tonta y Retonta, como en la película de Jim Carrey- se dicen las cosas que se dicen. Consumidora de porro le dijo aquélla a esta última como fulminante respuesta a la militante kirchnerista que trató de homofóbicas, pelotudas y misóginas resentidas a las que la criticaron. «Muchachas» -les diría Tita Merello- «Pónganse a pensar en la vida y en los problemas profundos del país, sus querellas ridículas no aportan nada. Un poco de cordura en el País de Arlequines de Florián, a quien Anatole France menciona al hablar de los diferentes colores del traje de Arlequín («El Jardín de Epicuro»). Esta maravillosa obra de calmada reflexión es un libro que deberían leer todos los argentinos como un mapa o plano que haga pensar una manera de reconstruir los puentes que la locura y la soberbia han tirado abajo. Dice en uno de sus párrafos: «Estoy persuadido de que la humanidad tiene en todo tiempo igual suma de locura y tontería que invertir. Es un capital que debe fructificar de un modo u otro. La cuestión está en saber si, después de todo, las frivolidades insanas consagradas por el uso y el tiempo serán más aceptadas que rechazadas». En otra página memorable del libro, dice: «La Ironía y la Piedad son dos buenas consejeras: la una, sonriendo, nos hace la vida amable; la otra, llorando, nos la hace sagrada. La Ironía que invoca nada tiene de cruel. No se mofa ni del amor ni de la belleza [atributos de la verdad]. Es dulce y bondadosa. Su risa calma la cólera, y ella es la que nos enseña a mofarnos de los malos y de los imbéciles, a quienes sin ella pudiéramos tener la debilidad de aborrecer» [y por cuya actividad triunfan aquéllos]. Sólo por la piedad seguimos siendo hombres y por ella no nos convertimos en piedra como los grandes impíos de los viejos mitos. Tengamos piedad de los que sufren y adoptemos aquella luminosa posición que consiste en sufrir con los que sufren, y digamos con los labios y con el corazón a los desgraciados lo que el devoto [y sincero] cristiano a María: «Fac me tecum plangere» (déjame llorar contigo).* En otra digna página del libro citado, reflexiona así: «¿Quién sabe si la tierra se tornará clemente y buena para ellos (hormigas, abejas y otros insectos) cuando haya cesado para los humanos? ¿Quién sabe si algún día adquirirán conciencia de sí mismos y del mundo? ¿Quién sabe si les llegará el turno de loar a Dios?» Por lo pronto, la raza humana está acabando con las arenas de los mares y de los ríos para seguir a todo ritmo levantando cosmópolis o megalópolis babilónicas. Son castillos de arena construidos en la arena. ¿Eso es progreso? ¿Acabar con el planeta es la consigna o signos de los tiempos?

* Stábat Mater (verso en latín de poema religioso «Estaba la Madre», del siglo XIII).

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