Por Hernán Andrés Kruse.-

En los últimos días aparecieron publicados dos artículos, uno con la firma de Eduardo Aulicino (“A 30 años de la asunción de Menem: gloria y caída del peronismo liberal”, Infobae) y el otro con la firma de Eduardo Fidanza (“El voto argentino, un test que también mira el mundo”, La Nación) que coinciden en vincular el liberalismo tanto con el menemismo (Aulicino) como con el macrismo (Fidanza). Para Aulicino Menem fue el emblema del “peronismo liberal” y para Fidanza el presidente Macri es un “liberal”.

¿Es posible tildar de liberal al peronismo? ¿Es posible considerar a Macri un emblema del liberalismo? En mi opinión, es imposible. Para fundamentar esta afirmación lo mejor es empezar por recordar qué es en esencia el liberalismo. Es una cosmovisión, es una filosofía política, jurídica y económica que enarbola como estandarte la consideración del hombre como persona. El liberalismo político fue consagrado por John Locke y Montesquieu. El liberalismo político sostiene que el gobernante es legítimo cuando accede al poder por el voto del pueblo. Es la legitimidad de origen. Pero también existe la legitimidad de ejercicio que consiste en la obligación del gobernante elegido por el pueblo de respetar los derechos y garantías consagrados por la constitución. El liberalismo político consagra el principio de la división de poderes que impide el ejercicio concentrado y abusivo del poder. Un gobernante es liberal solo si goza de ambas legitimidades políticas: la de origen y la de ejercicio.

El liberalismo jurídico alude a la salvaguarda de los derechos humanos. Consagra el derecho de cada hombre a no ser arrestado arbitrariamente, a tener un juicio justo, a no ser condenado por los medios sin que la justicia se haya expedido con anterioridad. Consagra el principio de presunción de inocencia y el de defenderse de los atropellos del gobernante y de los jueces inescrupulosos que están al servicio del poder. Un gobierno que reprime a mansalva, que confisca diarios, que encarcela a opositores, que presiona a la Corte Suprema, que se desentiende de quienes están en situación de calle, no es liberal.

El liberalismo económico se sustenta en la propiedad privada y en la libertad económica. Está a favor de un Estado de pequeñas dimensiones que debe velar por la seguridad, la justicia, la educación y la salud. Proclama la competencia económica y la soberanía del consumidor. Es enemigo de cualquier tipo de monopolio. Los empresarios, en su afán por satisfacer las necesidades del pueblo, se ven obligados a competir entre sí. Aquel que logre convencer al consumidor que su producto es el de mejor calidad ganará la pulseada.

El liberalismo, en su aspecto filosófico, es enemigo de todo dogmatismo, de todo fanatismo, de todo autoritarismo. El liberal considera que su opinión es relativa y que quien piensa de otra manera puede tener razón. Todo conocimiento está sujeto a recusación, como enseñó Popper. Por eso el liberal es esencialmente una persona tolerante, que está siempre dispuesta a dialogar y, en caso de una disputa dialéctica, a reconocer, llegado el caso, la razón de su adversario.

Aulicino habla de “peronismo liberal” porque Carlos Menem aplicó durante su mandato la “economía popular de mercado”. Lo que hizo el presidente apenas asumió fue imponer un férreo capitalismo de amigos que aniquiló cualquier atisbo de competencia. El proceso de privatizaciones que ejecutó implicó pura y exclusivamente el reemplazo del histórico monopolio estatal por un monopolio privado. Lo que hizo Menem fue regalarles a sus amigos empresarios las empresas estatales. Para dotar de “juridicidad” a semejante desguace Menem amplió el número de miembros de la Corte Suprema para hacer del máximo tribunal de garantías constitucionales un órgano de poder adicto. Durante su largo reinado la “mayoría automática” se limitó a dictar sentencias a favor de los intereses presidenciales. ¿La independencia del Poder judicial? Bien gracias.

Menem fue un típico caudillo que se creía superior a la constitución. Ello explica su obsesión por reformar la carta magna para lograr la reelección en 1995. Para Menem no existía el principio de la supremacía de la constitución”. En su concepción política no existía el paradigma del “gobierno de las leyes”. Fue, en este sentido, un digno discípulo de Juan Domingo Perón. Menem jamás fue liberal y si aplicó la “economía popular de mercado” fue por puro pragmatismo.

Fidanza tilda de “liberal” a Mauricio Macri. El presidente es un claro exponente de la patria contratista, de esa clase de empresarios poderosos que supieron poner en práctica el “arte” de negociar con el gobernante de turno. Macri jamás compitió. ¿Cómo puede, por ende, ser considerado un liberal en lo económico? Además, aborrece tanto el liberalismo político como el jurídico. Su intención de hacer ingresar por la ventana a dos nuevos miembros de la Corte Suprema pone en evidencia su desprecio por la independencia del Poder Judicial. Macri es, además, un feroz dogmático. Al repetir hasta el hartazgo que “éste es el único camino posible, el único correcto” no hace más que demostrar su intransigencia y su fanatismo. Para el presidente sólo existe una manera de garantizar el desarrollo económico: el ajuste permanente. Que la historia económica de nuestro país y del mundo demuestra que ello es inexacto, lo tiene sin cuidado. Para Macri la economía empieza y termina en el Fondo Monetario Internacional.

Ay liberalismo, cuántos crímenes se han cometido en tu nombre. Ay liberalismo, qué injustos han sido contigo el sinnúmero de gobernantes que te invocaron para encubrir verdaderos genocidios económicos. Ay liberalismo, cómo deformaron y manosearon tus nobles principios a lo largo de la historia. Ay liberalismo, ojalá algún día se haga justicia y tu nombre reciba la reivindicación que se merece.

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