Por Mauricio Ortín.-

Primeriando, el general Martín Balza rompió el hielo radial frente a Jorge Lanata. Con tono de cansancio moral, dijo: “Ayer tuve que escuchar a un periodista que elogiaba a Videla” (Jorge Rafael) y, aunque no mencionó el nombre pero era obvio que se refería al Tata Yofre, quien fuera entrevistado en el programa de Clara Mariño y Ceferino Reato antes que el mismo Balza. No advertí el elogio en los dichos de Yofre, sí, su preocupación por dos cuestiones, a saber: desentrañar con documentos el golpe del 24 de marzo de 1976 y su solidaridad con los militares ancianos que se pudren en las cárceles. Por otro lado y si fuera el caso, elogiar públicamente al general Videla en tiempos en que Horacio Verbitsky funge de referente moral, entraña cierta valentía intelectual. No así, en cambio, los descalificativos de Balza para con una persona que terminó sus días sometida en una pocilga por falta de atención médica. Cosa muy distinta hubiese sido si, en lugar de esas cartas chupamedias que Balza le envió a Videla en 1989, le hubiera dicho asesino y pusilánime en la cara y cuando era presidente. Se le pasó a Lanata hacerle esa pregunta. De cualquier manera Balza no la pasó bien porque a Wiñazki, el coequiper de Lanata, no le cerraba el que Balza se hubiera desayunado del “genocidio» tan sólo en 1995, es decir, diecinueve largos años después del 24 de marzo de 1976. La explicación que dio el general es de antología. Según Balza, no se enteró de nada porque de 1976 a 1977 fue destinado a Perú; país donde solo recibía (de la Embajada, se supone) el diario La Nación; además, como agravante, que el diario no llegaba a la mañana sino en horas de la tarde. En 1978, ya en la Argentina, accedió al grado de teniente coronel.. Desde1979 y en 1982 fue profesor de la Escuela Superior de Guerra del Ejército. Estas circunstancias, sin embargo, no alteraron un ápice esa imperturbable candidez congénita que le impidió saber las cosas que sucedían en su país. Por ejemplo, que Videla era un presidente de facto o que había gente que desaparecía. Candidez que lo llevó pero se esfumó justo en el momento que lo hicieron Comandante del Ejército Argentino. Al respecto, una de las estipulaciones para que alguien sea condenado por crimen de lesa humanidad es probar que el acusado conocía el plan sistemático de exterminio en el que se enmarcaban sus delitos. En la Argentina por esa cláusula legal penan en las mazmorras hombres que en los ’70 tenían veinte años de edad y revistaban como cabos, subtenientes o simples policías de provincia. Para los jueces es obvio que estos conozcan al dedillo dicho plan y no así Don Cándido Balza.

Pero el funcionario Balza no es el único. Otro cándido de colección es el ex ministro kirchnerista de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, quien juró por los estatutos del gobierno militar, negó el derecho de habeas corpus a desaparecidos y hasta escribió un libro justificando la represión del “Proceso” y, como a Balza, esa natural candidez le permitió hacer una carrera espectacular. El ejercicio de la candidez se ha revelado como un trampolín o una “virtud” política en la lucha por el poder. Así, por lo menos, en el Ejército, el Poder Judicial y, como es evidente, en la Iglesia.

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