Por Malú Kikuchi.-

La Argentina, país de la excepcionalidad, decidió que la educación en todo el amplio sentido de la palabra, no era esencial y debían cerrarse escuelas, colegios y universidades. Nada presencial, todo virtual. Sin haber asegurado antes que todos los estudiantes tuvieran acceso a internet.

La mayoría de los países del planeta actuó de manera diferente frente al reto de la pandemia. Las escuelas permanecieron abiertas, algunas cerraron unos días, pocas tuvieron pocos casos de contagio de covid-19, y los chicos siguieron, con protocolos, su imprescindible rutina de aprender.

En la Argentina toda, a partir del 20/3/2020, se entró en un sistema perverso, donde la grieta entre chicos con acceso a internet y al lujo de medios audio visuales electrónico e inteligente de comunicación, tuvieron la posibilidad de poder estudiar, y el resto, casi la mitad del país, no.

La deserción escolar es de terror. Madres obligadas a explicar temas que quizás no conocían. Obligaron a los privilegiados a quedarse quietos delante de una pantalla, mientras un lejano y desconocido profesor explicaba algo que no les interesaba. Sin amigos, sin recreos, sin patio.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, dice que el cierre de escuelas “puede generar en los niños daños irreversible”. Los chicos aislados, sin contacto con sus pares se angustian, se brutalizan, sufren violencia, se los aíslan de todo aquello que deben hacer a su edad.

Además de no aprender, que es el trabajo de los niños, pierden la disciplina de los horarios, la obligación de estar limpios y prolijos, la sociabilidad con los demás, dejan de aprender lo que será la vida en el futuro. Es lo que trata de explicar la UNICEF. Les roban el futuro.

Para la Organización Mundial de la Salud, OMS, “los menores no son grandes transmisores del virus”. Y esto está probado alrededor del planeta. Pero por alguna razón difícil de explicar, en la Argentina, han pasado más de 160 días sin clases presenciales. Lo virtual no es igual.

Por lo menos un millón de chicos ya abandonó el secundario. Y hay demasiados niñitos que no han tenido acceso ni siquiera a la virtualidad. En Argentina el 2020 es y ha sido un año perdido. Más allá de los 35.000 muertos, del largo millón de contagiados, el tema educación es brutal.

Es un lugar común muy trillado, pero los casinos, los restaurantes, los bares y los pequeños comercios, funcionan; mientras que la educación, como la justicia y el congreso, no. Da que pensar. En el caso del congreso cuyas funciones se quieren minimizar, se entiende. En el caso de la justicia que se busca domesticar, se entiende; CFK e hijo necesitan impunidad.

¿Pero la educación? Argentina es el país de Belgrano, que siendo Secretario del Consulado de Comercio (1794/1810), en plena colonia española, escribía sobre la educación ¡de las mujeres! Es el país de Sarmiento y de su loco sueño de la “Educación Popular”, 1848, Chile.

La Revolución sin sangre más fantástica de la historia, educar a todos los chicos de la misma manera, en las mismas materias, sin diferencias, todos con delantal blanco que taparan lo disímil de la ropa y el origen de la misma. Una educación obligatoria, laica y gratuita. Es el país de Roca que recién en su 1ª presidencia en 1884 consiguió la ley 1420 de Educación.

Pero también es el país de Roberto Baradel, secretario general del Centro de Trabajadores de Argentina (CETERA), que dijo en agosto que no habría clases hasta que se tuviera la vacuna contra el virus. ¿Baradel sabe más de educación y de salud que UNICEF y la OMS?

Todo es posible, raro, poco probable, pero posible. ¿Baradel habla por su cuenta o por orden de alguien? Buena pregunta. ¿A alguien del poder le interesa un pueblo ignorante? Si es ignorante, tendrá menos oportunidades de trabajo. Dependerá más del Estado. Voto asegurado.

El pensamiento de una política diseñada con este fin es demasiado terrible. ¿Será posible? Es probable. Todo parece probable en el desgobierno de los Fernández. ¿Será tan errado pensar que es deliberado? Decía Ezequiel Martínez Estrada en “Las 40”: “Si el caballo piensa, se acabó la equitación”.

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